El rubio tarado, bronceado y aburrido. El peplum como género popular atrajo ya desde sus inicios a un público diverso. Si tomáramos directores como Pier Paolo Pasolini, Joseph Makiewicz, Vittorio Cottafavi y tantos otros podríamos encontrar miradas divergentes desde dónde reconstruir esas historias antiguas.
En un comienzo trató de satisfacer las demandas de aventura y acción de los espectadores con un bastante magro presupuesto. Así lo confirman la innumerable cantidad de producciones en las que se mostraba una primera hilera de oficiales oleosos, musculosos, trabajados, seguidos de una segunda hilera de rechonchos soldados gorditos con espadas de cartón. El peplum, sin celebrarlo al modo bizarre, admite estas desprolijidades aun en nuestra contemporaneidad y en la era 3D. Un ejemplo ilustrativo lo constituye la multipremiada y millonaria Gladiador (2000), en la cual se muestran espadas que se doblan (literalmente) y esto no atenta en absoluto contra la recepción que la película pueda generar(nos).
Con la aclaración hecha, asistimos al personaje más emblemático del peplum, con más de veinte películas en su haber: Hércules, Hercules o Heracles. Claramente, Steve Reeves, Mark Forest, Gordon Scott y hasta Lou Ferrigno nos han dejado memorables actuaciones del más célebre semidiós heleno. En esta oportunidad es el vampiro fortachón de Crepúsculo, Kellan Lutz, el que “interpreta” al héroe. Al respecto, basta una línea, o dos: Kellan Lutz podría emular perfectamente a Kirk Van Houtten (papá de Milhouse en Los Simpson) diciendo a gritos: “préstame un sentimiento”, porque sencillamente es madera en polvo.
En cuanto a la dirección, sabemos que Renny Harlin fue candidateado repetidas veces a ganar elRazzie (premios que distinguen cada año a lo peor de la industria). Sin embargo, aun recordamos películas de acción con cierta calidad en su haber como Duro de Matar 2 (1999) oAlerta en lo profundo (2000). En este caso, el efecto resulta desastroso. Harlin se equivoca visiblemente en el registro que le imprime a la película, ya que decide transitar hacia una solemnidad que excede a la del guión y la de los actores. La primer falla radica entonces en que el mismo director de acción elige centrarse más en el culebrón familiar de Heracles que en la materia fantástico- mitológica (los trabajos).
La épica, materia fundamental del peplum, queda reducida meramente a la exposición sucesiva de batallas cruentas. Muchos críticos se han detenido en el denuesto de los horribles y descuidados efectos especiales que tiene esta película, pero es preciso aclarar varios puntos al respecto. En primer lugar, vale aclarar que los efectos son terribles (que a nadie se le ocurra pagar 3D): cámaras lentas innecesarias, lluvia copiosa digitalizada, barro que salpica gomosamente al protagonista durante la batalla. El verdadero problema no es que parezca una mala versión de 300 de Zack Snyder, si no en no ver su fortaleza en esa debilidad. Cuánto más se acerca Harlin a la clase B, más acierta, pero la elección de una forma narrativa vetusta y grandilocuente desmerece el potencial residente en la precariedad me medios y en la mersada de sus efectos, que al espectador del peplum no le molestó nunca.
Planteada desde el exceso dramático, ni siquiera mueve a risa, ya que la solemnidad incoherente de los diálogos no lo permite. La estructura de la película quiere acomodarse a la del relato de iniciación (cómo Alcides se convertirá en Heracles), pero lo único que se ve en concreto es el pasaje esquizofrénico de una trama que licua los peores y más comunes lugares del cine contemporáneo: malos guiones, registro erróneo, problemas genéricos.
Para ver héroes, el Chapulín Colorado promete acción pura y ruda sin tantas pretensiones.
La leyenda de Hércules (EUA, 2014), de Renny Harlin, c/ Kellan Lutz, Gaia Weiss, Scott Adkins, 99’.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá:
Paola, sos una genia! no sé como hacés pero le sacás el jugo hasta a la película más pedorra.