En primer orden es imposible hablar de la película sin contar algo del argumento y esto nunca es beneficioso antes de poder verla.
Jordan Peele es oriundo de New York, hijo de madre blanca y padre negro. Actor, comediante, guionista y director. Se hizo famoso por el show Key and Peele en el canal Comedy Central. Tiene una extensa carrera en la TV americana y algunos papeles en películas menores de Hollywood. ¡Huye! es su primera película como director y unos de los más vigorosos estrenos del 2017 sin duda alguna.
El género es un elemento rígido, poco maleable; si hablamos del cine mainstream, aún más convencional todavía. Ahora bien, en su mayoría, las películas que llegan a la cartelera semana a semana no prometen demasiadas sorpresas; pueden tener un inicio saludable, pero en el transcurrir de la primera media hora las ideas se consumen rápido, como una especie de creatividad etérea que culmina en el fastidio, o una languidez agradable y divertida que a la larga se diluye. El terror en todas sus variantes es uno de los caballos en los que se monta mucha de la producción del Hollywood actual, el bendito género que sigue atrayendo gente a las salas. El público sigue pagando por que lo aterroricen. Pero no para de repetirse y redundar siempre en lo mismo, en el porno terror o revoleando golpes de efecto que agitan la adrenalina interna. Pero eso no es miedo.
Jordan Peele parece evadir la media con soltura y presenta una película diferente, con un prólogo totalmente convencional que comienza a deformarse lentamente, a hundirse en una mierda añejada en las entrañas de una nación y de muchas sociedades alrededor del planeta. Chris Washington (Daniel Kaluuya) es afroamericano, sensible, vive de la fotografía, tiene un lindo departamento y una novia: Rose Armitage, que interpreta la sexy y bella Allison Williams. Llegó el momento de conocer a los padres de ella, y Chris le pregunta a Rose si les avisó que es negro. Ella le dice que no le apareció necesario y que, además, esos prejuicios no corren con sus padres, que de hecho su padre hubiese votado a Obama por tercera vez. Lo que se dice una familia lindamente burguesa, hippies viejos o la versión más progresista que se pueda pensar en el gran país del norte y no hay ningún juego anacrónico en el planteo, esto sucede hoy y eso es una gran virtud, cuando pensamos en contraposición películas como 12 años de esclavitud del 2013 que están paradas al otro lado de la contundencia del cine con verdaderas intenciones políticas. Con Trump nada que ver. Dean es el padre, neurocirujano, macanudo y algo rígido, ansioso, cordial, algo así como el suegro con onda. Y ella… ¿hay alguna película mala con Catherine Keener? Seguramente que sí, pero en todas ella está mucho mejor que todo lo que la rodea y acá no es la excepción. Parece ser una actriz que siempre encuentra el tono que le demanda el relato. Aquí es una madre sensible, delicada y de modos más que agradables. Psiquiatra e hipnotizadora, aparece en un principio como un personaje lateral, para ir de a poco tomando el control del mal y por “casualidad” iniciarlo en la hipnosis al pobre de Chris, con el pretexto de ayudarlo a dejar el cigarrillo.
La película se dispone dentro de un sistema narrativo clásico y convencional, pero como todo relato que se adentra en el fantástico debe tener un criterio para encajar en ese nuevo punto de vista. En este caso, ese momento es la subjetiva de Chris en su proceso de tránsito hacia un estado mental hipnótico. Ese momento es impecable porque el vacío en el cae es consciente y podemos dimensionar las longitudes entre la realidad y esta otra distancia; el proceso permanece en plano, no son sueños alocados, ni pesadillas.
El sistema narrativo clásico es riguroso en este sentido, “mutila” de alguna manera concreta el plano abstracto, salvo, como en este caso, que el código sea vulnerado con ideas visuales, y no roto con prepotencias de golpes de efecto. El cine narrativo, alineado con la industria es acusado de ser un “producto” calibrado, que privilegia el significado y no el significante, según los pacatos. Y que los contenidos suelen ser muchas veces políticos y correctos, pero no el lenguaje puramente cinematográfico, porque no despista y el espectador desde el principio conoce el código de representación. Peele tiene ideas concretas sobre una percepción indeterminada, que hacen que las transferencias del personaje al espectador sean bien tangibles, porque el arco dramático es exacto para distinguir climas opresivos, porque todo está sucediendo en el marco de un realismo casi cotidiano. La no aparición del diablo, un fantasma y el mal en sus diversas formas, sino únicamente representado en el componente humano, la vuelve naturalista, singular, claustrofóbica y, si a eso le sumamos que hablamos del racismo que se vive en todo el planeta de alguna u otra manera, estamos ante un monstruo de asombrosa precisión.
Una película inteligente también explota el humor, ya que el director conoce el oficio y se nota claramente en la línea paralela que traza el protagonista con su mejor amigo Rod (Lil Rel Howery), realmente gracioso, que funciona como un género dentro de otro, que sabemos que convive muy bien con el terror. Se me viene a la mente Arrástrame al infierno (2009), pero en este caso no va hacia la parodia sino todo lo contrario: las divide el espacio físico que hay entre Rod y Rose, ya que no tienen ningún cruce, salvo telefónico (una gran escena que apunta al desenlace).
Peele tampoco se olvida de sus hermanos negros: utiliza una escena para captar la ignorancia que aún permanece en su comunidad al respecto. Esto amplifica la potencia del relato y profundiza el racismo que retrata, casi hasta la incomodidad. Porque dentro de un relato convencional, con algunas ideas visuales significativas que retrata una familia “común”, comienzan de poco las señales de que no todo está bien, tanto en las figuras del jardinero y el ama de llaves -ambos negros- que llevan delineadas unas sonrisas, una gentileza que se observa rara, extrañamente estricta, definidas por las miradas ausentes de sensaciones (gran acierto del director en el tono de las acciones).
¡Huye!, su director, las ideas que presenta, las actuaciones y el retrato de un conflicto que lleva siglos son un saludable ventarrón en el cine mainstream, y para la cartelera.
¡Huye! (Get out, Estados Unidos, 2017), de Jordan Peele, c/Allison Williams, Daniel Kaluuya, Katherine Keener. 104´
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