Mezcla de ensayo, diario de viaje, registro de los tiempos y vehículo de la memoria, Gambaro (Jazmín Bazán, 2023), se establece en contra del relato fosilizado, del panegírico visual propio de la rigidez de las formas instauradas para plantarse de cara a la heterogeneidad propia de lo vivo. Por eso el documental elige no solo honrar a su objeto en vida, sino permitirle ser parte de la producción misma en la toma de decisiones, convirtiéndolo en un -otro- producto estético de la autora.

La película comienza con el plano detalle de un cuerpo marmóreo, estático, en un tiempo ralentizado, apesadumbrado entre sombras blanquecinas. De a poco esa figura, que a priori parecería una estatua de piedra, muestra su respiración. Vive. Es esa dicotomía entre la vida y la muerte la que se pondrá en juego durante toda la película, en un combate sin fin: el sonido de un celular irrumpe para cortar hacia el plano cercano de la escritora, de frente a la cámara, en un mundo de luz y color. Luz contra oscuridad, movimiento contra quietud, lo colorido contra lo monocromático. Dentro de este espacio vital se encuentra el documental mismo, que se muestra constantemente como diario de viaje (la recurrencia de las vías del tren, del viaje, de los ensayos y anotaciones del guion en pantalla contribuyen a mostrarlo como proceso, como trabajo en construcción).

Esa puesta en abismo que muestra el procedimiento de su propio ensamblaje se conjuga con la decisión de poner en escena fragmentos de las obras de Gambaro, representando, trayendo a la vida nuevamente una escritura para impedir su muerte. El teatro funciona como un pedazo de realidad que se instaura dentro del documental como cuadros aislados. El documental plantea poner en escena esos cuadros teatrales: filmando imágenes con planos vacíos, o cuerpos pensantes mientras recitan poemas en el Cementerio de Chacarita con un fondo sonoro de aves. Un “otro” teatro como lugar de la vida, siendo representado en el cementerio, donde habita la muerte. Así, Bazán separa la dualidad en conflicto, posicionando al arte del lado de la vida, y al fascismo del lado de la muerte. En esa división el documental retoma la postura político-estética de la escritora, pues donde peligra la patria es donde surgen las contiendas que parten de la escritura para estallar en las fauces de lo social. Esa declaración de principios es la que la homenajeada establece como fórmula para escribir: buscar “lo que la subleva” (en su caso, situación de los chicos, reclamos en las calles, en los hospitales, etc.), proponiendo una relación directa entre lo estético y lo político. Por eso el documental comienza con un plano en negro, en el que se imprime el sonido de una voz que recita un fragmento de “Matar la paciencia” (1976), donde el mundo se divide entre torturados y torturadores, como presentación de la obra de la autora que destaca en su disputa contra los poderes: el machismo, la dictadura. Un enfrentamiento que se aleja de la ampulosidad intelectual para presentarse desde la honestidad de quien escribe instaurado claramente en un lugar social y cultural: se plantean personajes y universos femeninos porque es desde donde se escribe, mientras que la cuestión clasista, donde abundan personajes marginados, la agradece a sus padres, inculcadores de la clase social y de la forma de ver el mundo. Un mundo de marginados porque es el que conoce y recuerda desde sus barrios humildes de Don Bosco y La Boca. Porque la escritura que deviene crónica de lo vivido, de ambientes y situaciones. No como elección sino como declaración de lo vivido. 

Asimismo, Gambaro elije no quedarse con el pasado, no vivir en la memoria -esa otra forma de petrificación-, sino alimentarse del presente, del fuego vital del hoy. Mantener la curiosidad hacia el mundo más que el recuerdo del pasado porque la vitalidad se plasma en el fuego de la pasión, del interés por la situación actual. Para ella, la literatura se encuentra fuertemente unida no solo a lo social sino también, como esperaba la vanguardia, unida a la praxis vital, a la vida cotidiana, a sus plantas, sus mascotas y sus hábitos, alejada de la concepción platónica del genio poseído por las musas. Aquí, el escritor se entiende como un artesano y escribir como un trabajo que demanda esfuerzo y dedicación, poniendo en tensión la noción platónica del artista y el mercado. “¿Qué es eso del proceso creativo?”, dice, para revelar que es algo que no se da separado ni en una esfera diferente que la de la cotidianeidad y que la idea creadora puede aflorar mientras lava los platos o trabaja sobre unos brotes de papa, porque el proceso es continuo y el esfuerzo es constante. Esta escritura como el trabajo artesanal que funciona como visión y como premonición. Escritura como elemento de premonición del horror por venir. “La gran pasión de mi vida ha sido el miedo”, confiesa, para concluir que era necesario escribir para sobreponerse al miedo y erigiendo a la escritura como lugar de resistencia en contra del poder instaurado, sabiéndose no combativa, no violenta, pero obcecada (“No me van a ganar”).

Esta sencillez en concebirse como artesano -en contraposición a la del artista como dotado de un don especial desde el Renacimiento en adelante-, encuentra su contrapunto en el audio de la grabación que manifiesta un análisis de su obra de manera fría, despersonalizada, casi genérica. Forma que contrasta con las elegidas por el documental de Bazán: formas más cercanas, en primera persona, en clave intimista -en más de una ocasión declara como si no supiese que estaba siendo filmada-, con entrevistas de quienes trabajaron con la autora y dando un lugar preponderante a la voz de la retratada, haciéndola parte para retratarla y retratarse en un movimiento cíclico que comienza con la quietud para terminar con un nacimiento, y con la imposibilidad de la escritora de recitarse para terminar declarando las últimas líneas de su libro junto con la frase de clausura del documental -al que, además, ayuda a nombrar-:“Finiamo”.

Gambaro muestra su proceso de creación a través de diferentes recursos como las sobreimpresiones, los espacios vacíos, el grito de “acción” junto al golpe de la claqueta, la actriz ensayando, las anotaciones del director impresas en pantalla que describen la misma imagen que vemos, al estilo “sobre negro”, o, “plano vacío”, mostrar lo filmado en monitores o en la pantalla de un screening privado, poniendo en escena el trabajo artesanal del que habla la escritora. De esta manera, pone al espectador como parte de la producción del documental y al dispositivo en primer plano, subvirtiendo en parte la tautología de verdad unánime del género, rompiendo con el discurso único, hegemónico, propio del utilizado por el Poder contra el que su retratada luchó con sus escritos, encarnando de esta forma una suerte de continuación de esa lucha.

Gambaro (Argentina, 2023). Guion y dirección: Jazmín Bazán. Fotografía: Clara Bianchi. Edición: Sebastián Mega Díaz. Duración: 77 minutos.

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