¿Qué hacen cuatro pibes –en la película, chorros o algo que se asemeja bastante a esa categoría sociológica improvisada– de Burzaco y Mataderos que no son actores profesionales deambulando por paisajes desiertos de Córdoba y Mendoza mientras Alejandro Fadel -codirector de El amor (Primera parte) y coguionista de Leonera, Carancho, Nómade y Elefante blanco, de Pablo Trapero- los filma como protagonistas de una fábula enrarecida y árida? La primera parte de la pregunta plantea el punto de interés apriorístico más notorio de esta película. La segunda indica el hecho místico, mítico o fantástico que filma Los salvajes en su último tramo. Ambas cosas resultan ser más interesantes como temas de conversación que como cine. Quiero decir que la película es larga y aburrida, sin que el desinterés narrativo por los tópicos y fórmulas usuales se transfigure en otro tipo de construcción cinematográfica atractiva. Está claro que a Fadel no le interesa demasiado la noción clásica de espectáculo, por lo menos como director, y sí la de escritura fílmica, si es que ambas tendencias pudieran separarse, pero no creo que con esta película haya escrito algo consistente en sentido alguno, y lo que leo oblicuamente en ella no me gusta, lo cual no acalla la curiosidad que me despierta, sobre todo, el primero de los dos asuntos planteados en este texto.
Es que ese primer aspecto es político en varios sentidos. En principio, muestra desnudos a unos cuerpos que no suelen aparecer en las películas nacionales, porque son cuerpos de pobres y los cuerpos de pobres no son modelos sexuales. Decir que son cuerpos de pobres implica, al menos en este país, añadir que esos cuerpos, en líneas generales, son morenos, y que suelen estar marcados físicamente por heridas y tatuajes que son, también, marcas simbólicas ligadas a un determinado contexto socioeconómico, a menudo criminalizado. La evidencia sexual de esos cuerpos, no representados habitualmente de esa forma en el cine nacional, es el punto más alto de una película cuyo discurso erótico es mucho más relevante que el sagrado. Empieza con un prólogo en el que los cinco protagonistas se fugan de una cárcel de menores matando a un guardia. Después de eso, comenzarán una deriva concreta pero soporífera, en parte debido a la filmación en planos cortos o largos, pero nunca medios, que evita contextualizar las situaciones. La elección prepara el camino para el último tramo, en el que se sucederán al menos dos hechos de naturaleza sobrenatural. Un gran problema de la representación de esa experiencia es la ausencia de la dimensión de lo terrible, fundamental para sentir su temor y su temblor. Durante una hora cuarenta y cinco minutos nos pasearon por un paisaje desierto sin provocar tensión, más bien todo lo contrario. Ante un potencial conflicto, la cámara lo elude dejándolo fuera de campo, pero no para mejor construirlo como amenazante u ominoso, sino para obviarlo. Las muertes de los personajes tampoco contribuyen a mantener el interés, porque no son otra cosa más que un dato debido al desinterés por configurar algún tipo de identificación o proyección con ellos. Finalmente, la aparición de lo extraordinario se vuelve banal, lo que no deja de tener cierta originalidad.
La deliberada atenuación de los acontecimientos, la naturaleza umbrosa o nocturna de buena parte del espacio fílmico, la desnudez casi bucólica de algunos momentos, y la espiritualidad, para llamar de algún modo a eso inconmensurable que la película pretende mostrar, no pueden evitarle pensar a un cinéfilo en Apichatpong Weerasethakul (Blissfully Tours, Tropical Malady, Tio Bonmee), y hasta la elección de esos cuerpos o modelos parece una decisión menos de cuño social que estilística, y podrían expresar una estrategia de política cinematográfica que consiste en filmar un producto de rédito relativamente seguro en el mercado cultural de festivales valiéndose de tópicos exóticos (una especie de mitología marginal pasteurizada) para el reinante eurocentrismo de esas instituciones. Más allá de que tales hayan sido o no las intenciones del director, lo cierto es que aquí asistimos a una dilución del contexto político concreto al que pertenecen los personajes, en pro de una puesta en escena de un misticismo de contornos difusos, y una narrativa débil que no parece instaurar un espacio libre de toda convención sino acatar otras en boga dentro y fuera del cine.
Los mestizajes culturales son imprescindibles para la fertilidad, pero no me convence esta especie de sincretismo entre mitología a la tailandesa (adaptada sin el raro sentido del humor que tiene Apichatpong) y buena voluntad laxa entre cristiana y hippie encarnada en Ricardo Soulé (no puedo dejar de conectar el imaginario en el que se inserta su figura en la película con el espacio simbólico que ocupa alguien como Sri Sri Ravi Shankar en la política cultural urbana contemporánea). Este intento de hibridación, tal vez sólo imaginado por quien escribe, me parece tan delirante que me caería simpático si no fuera porque, en el fondo, lo creo más obediente a las tendencias de legitimación cinéfilas reinantes que en verdad espontáneo, y porque además funciona al precio de licuar el potencial político de la materia prima que la propia película elige pero no asume. Esto mismo se podría haber filmado sin personajes que hacen de pibes chorros como protagonistas, ya que no es su cultura ni su espiritualidad la que está puesta en escena, sino la de los realizadores. La distancia que hay entre la cultura de aquellos y la de los personajes no es salvada nunca por la película. Desde los títulos, diseñados con una tipografía sumamente estilizada, asistimos a la exposición fría de unas vidas calientes (razón por la cual las menciones al cine de Leonardo Favio no son sólo inadecuadas sino casi ridículas). Acabar por asignarles propiedades sobrenaturales a esos pibes parece una broma de mal gusto, habida cuenta de que no hay esoterismo que de sentido trascendente alguno a sus inhalaciones de paco o poxirán.
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Hola Marcos: tu critica es increible. No la comprarto para nada, pero no puedo creer que un film asi despierte tanta palabra negativa de tu parte. Es muy interesante ver que lo que para unos (yo) es magnifico para vos es una mierda. Y tenes tus argumentaciones y lo sostenes. Claramente las personas todas tienen puntos de vista y no deja de ser un buen ejercicio leer una critica como esta donde destrozas lo que para mi es una gran opera prima, un deleite visual y una arriesgada manera de hacer cine dentro de una industria corruptamente subsidiada para hacer mediocridades.Evidentemente lo politco para vos es todo, se lee en cada parrafo lecturas politicas donde podrias ver arte. Un abrazo.
Hola Anónimo: te agradezco el tenor de tu comentario. La franqueza en discrepar sin necesidad de agredir. Tampoco fue mi intención hacerlo al escribir la crítica, aunque sé que se hieren susceptibilidades cuando se critica algo que otros disfrutan. No sé si en mi caso lo político es todo. En todo caso, no hago una lectura política de la mayoría de las películas sobre las que escribo, y podés constatarlo haciendo un somero repaso de las que están en este blog. En este caso particular, creí pertinente hacerlo porque hay materiales políticos en la propia película. También es cierto que tiendo a hacerlo con los estrenos argentinos porque toda película participa políticamente de la sociedad en la que ha sido producida, y porque tengo mucho más elementos de referencia para la evaluación por pertenecer a ella. Tampoco encuentro que arte y política estén necesariamente disociadas. A menudo, el discurso estético suele analizarse al margen de la correspondiente política que lo hace posible, pero esto no tiene por qué ser así. Lamento no haber compartido la experiencia interior que vos experimentaste al verla, y lo digo sinceramente porque es una experiencia que valoro sobremanera, mucho más aún cuando, como en este caso, quiere vincularse a lo sagrado, esfera intelectual y sensible de especial importancia para mí. Un abrazo.
Hola Marcos, me pregunto que película no tiene en cuenta el mercado cinematográfico, y en este caso, eso sería una señal de pureza y excelencia cinematográfica? casi tan moralista como la película de Fadel
por otro lado, es bueno que cuando una película diferente sale lanzada al publico y es una opera prima, se espera que la critica ayude un poco a que nuevas ideas florezcan y no cortarlas de seco.
si bien coincido en cuestiones de dimensión política banal en lo que implica el sentido general de este film, también reconozcamos que hace mucho tiempo no vemos una cinematografía que ponga la cabeza en el centro de la guillotina como Fadel lo hace
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Hola Anónimo, no me voy a desembarazar del todo de esa clase de moralismo que ves en mi crítica, y a la que yo llamaría purismo sólo, quizá, para sentirme mejor con este otro término. Dentro de ese purismo que posiblemente guía mi juicio, ante ciertas películas me molesta mucho más el mercado paralelo instituido alrededor de festivales y fundaciones, porque se maneja en base a la impostura de la independencia o lo artístico, que el mercado convencional de películas mainstream, pero utiliza todos o casi todos los mecanismos mercantiles del otro, que gira sin ningún tipo de doble discurso alrededor de la ganancia, sin impedir por ello una cantidad de muy buenas películas, quizás bastantes más que el otro.
Al margen de esto, me debo una nota en el que exprese mi visión positiva general del cine argentino de este año, en el que conviven pequeñas películas con impronta de cine industrial (Días de vinilo), varias con búsquedas ajenas a aquel, y que existen porque saben que algún festival puede darles cobijo (Los salvajes, Cornelia en el espejo), documentales casi de género (Montenegro) e híbridos entre el clasicismos férreo y la fuga de aquel (La araña vampiro), por citar solamente las que están ahora en cartelera. Me alegro que existan todas ellas (y he fomentado desde mi lugar que la gente las vea más allá de mi gusto), lo que demuestra un estado de las películas argentinas que nada tiene que ver con lo que dijo el director del Festival de Cannes hace un tiempo, cuando declaró observar con consternación cómo nuestro cine se había suicidado.
En cuanto a la opera prima, te cuento que no tuve en cuenta que lo fuera a la hora de escribir, y quizá eso haya sido un gesto desconsiderado –o un descuido- de mi parte, pero si hubiera tratado de aplacar mi descontento debido a ello hubiera quedado como un condescendiente, y prefiero evitar esto último, porque es una de las peores cosas que se pueden hacer por alguien, sea o no la primera película que filma. Por otra parte, creo que Fadel está muy curtido en estos menesteres. Ya codirigió una película, es productor de otras y guionista de varias que han estado sometidas al encuentro con el público y con la crítica, y esta, en particular, ha recibido elogiosas críticas tanto aquí como en el exterior. Un abrazo y gracias por tu comentario.
gracias por la respuesta y esperemos que el purismo no enturbie el juicio de nuestros críticos, luego la nacion los contrata y también tienen que cambiar el discurso. Más allá de eso, muy interesante tus palabras y saludos
En principio, gracias a vos porque creo entender que ese ‘nuestros’ me incluye entre tus lecturas, más allá de que lo constata tu participación en el blog, que vuelvo a agradecer. También supongo que cuando decís La Nación te referís al diario, y a críticos que antes escribían fuera de ese medio con un grado de independencia que no demuestran ahora. Quizá en estos días escriba algo que tenga que ver con eso a propósito del tratamiento negativo que se le dio en un artículo de ese diario a la tradición del grotesco en el cine.