Atención: Se revelan importantes detalles de la trama.
La cortina de hierro, ese telón simbólico que cayó entre el bloque del Este, liderado por la Unión Soviética, y Europa Occidental fue el disparador de las primeras novelas de espías escritas por Ian Fleming. Casino Royale (1953) y Vive y deja morir (1954) eran libros que tenían como protagonista al hoy mítico James Bond, espía del Servicio de Inteligencia secreto MI6, quien realizaba operaciones de espionaje enfrentando intrigas internacionales, asesinos ultra entrenados y enemigos del servicio secreto ruso. El legado que Fleming dejó fue una docena de libros con Bond como personaje principal y, lo más importante de todo, la punta de lanza para una serie de adaptaciones cinematográficas de lo más dispares, con actores de la talla de Sean Connery, Roger Moore o Timothy Dalton. Con el correr de los años James Bond se transformó en un personaje emblemático de la cultura popular. Muchas son las películas de espionaje que se realizaron desde los años ´50, pero sin duda las únicas que merecen el estatus de clásico de culto son las del agente 007.
El Bond de los años ´90 fue el irlandés Pierce Brosnan. Luego de cuatro películas que revivieron el entusiasmo de los espectadores por el mejor espía del mundo, Brosnan no renovó contrato para una nueva entrega y finalmente fue Daniel Craig el elegido para continuar la saga. Sin embargo, Pierce Brosnan tenía pensado reincidir en el papel de agente secreto y después de algunas películas que parecían alejarlo definitivamente del espionaje como Mamma Mia! (2008), Percy Jackson y el ladrón del rayo (2010) o Love Punch (2013), este año volvió a calzarse el traje de espía internacional.
Como la saga de James Bond, el guión de El aprendiz está basado en el séptimo libro de una serie de novelas de espionaje escritas por Bill Granger. ‘El hombre de noviembre’, como se conoce al personaje encarnado por Brosnan (Peter Deveraux), es un agente de la CIA que, luego de una misión fallida en la que su protegido (un padawan entre los espías) comete un error fatal, se retira a Suiza para disfrutar de la vida relajada y de lujo que se supone tienen los ex agentes secretos, según viene contándonos el cine desde hace años. Tiempo después, John Hunley, su antiguo jefe, lo ubica y vuelve a reclutarlo para una última y delicada misión: encontrar a una agente infiltrada, de nombre Natalia Ulanova, que se hace pasar por asistente del candidato presidencial, un ex general del ejército ruso llamado Arkady Fedorov. Natalia tiene en su poder un dato importante, un nombre, de esos que pueden cambiar la historia de un país, y promete entregarlo a la agencia solo si ésta la ayuda a escapar de Rusia antes de que sea demasiado tarde.
Ulanova intenta escapar con algunas fotos incriminatorias robadas de la caja fuerte de Fedorov y, cuando es perseguida por los agentes rusos, Deveraux entra en acción para rescatarla de sus potenciales asesinos. Sin embargo, el verdadero problema surge cuando un grupo de agentes de la CIA que se encuentran monitoreando la escena creen que quienes tienen a Ulanova son los rusos. ‘El hombre de noviembre’ se enfrenta a todos los agentes y es entonces cuando se produce el primer giro de la trama: uno de los asesinos es su ex protegido, el agente David Mason. Ambos deciden darse una chance y se alejan mutuamente con una expresión que promete venganza. He aquí los futuros antagonistas.
Si hasta acá todos son recurso clásicos y clisés del cine de espías, un primer acto con un acontecimiento narrativo trillado, una trama con un clímax que se intuye a la legua y un desenlace cantadísimo, las secuencias que siguen solo refuerzan esa sensación de que estamos ante una película mil veces vista, colmada de personajes excesivamente estereotipados, y sólo nos cabe esperar que la salvación llegue de la mano de algunas escenas de acción bien narradas y un clímax bien arriba.
Roger Donaldson, un director con experiencia en diferentes géneros, no hace ninguna apuesta más que la de intentar revivir la Guerra Fría -la mejor época para el cine de espías- y no arriesga absolutamente nada, sino que coloca un actor del star system con un rostro que automáticamente se asocia a un agente secreto y se queda estancado en cada uno de los ítems que se enumeran en el decálogo del buen cine de espionaje: el agente retirado que vuelve al servicio por un caso de fuerza mayor, la traición por parte de su propio equipo, la venganza como motivación, la mujer que el agente defiende y al mismo tiempo enamora, el antagonista que -a pesar de estar súper entrenado- sabemos que no está a su nivel, las conspiraciones, los secretos y los golpes de efecto predecibles.
Pierce Brosnan compone un buen personaje, un agente secreto verosímil y encantador, seguramente por el oficio y la experiencia de haber encarnado cuatro veces a James Bond. El resto de los personajes carecen de desarrollo, son más bien planos, con motivaciones poco claras o directamente carente de ellas. Algunos tienen giros sin sentido, se portan como robots para automáticamente mostrarse racionales, y otros directamente están colocados allí para sobre-explicar ciertas cosas. Si la premisa era: “¿Puede un agente secreto tener relaciones sentimentales y una vida normal?’”, la respuesta finalmente es ambigua. Deveraux, antes que vengarse por una traición costosa, parece querer demostrar que es mejor asesino y más inteligente que todo el servicio secreto estadounidense y ruso juntos. En el camino se busca otra dama –la siempre encasillada en el thriller de agentes secretos, Olga Kurylenko- para reemplazar a la anterior, y de paso tener a quien proteger durante el transcurso de la historia.
A pesar de que la película carece de suspenso, tiene escenas de acción bien logradas, un ritmo vertiginoso y el desarrollo del juego del gato y el ratón entre Deveraux y Mason – alumno tratando de superar al maestro-, recurso que el director exprime casi hasta el final del tercer acto, cuando un último punto de giro hace que la situación cambie de manera drástica, exactamente como cualquier espectador avispado imagina que sucederá.
El cine no es química y las formulas no siempre funcionan. Las películas de la saga del agente 007 nunca desbordaron originalidad, pero suelen tener a favor un protagonista encarnado generalmente por buenos actores, antagonistas inolvidables, un poco de humor ácido, y esa mística que siempre tuvo –y sigue teniendo- el agente secreto más popular del cine y la literatura.
El aprendiz no solo carece de la mayoría de estas virtudes, sino que además se toma demasiado en serio a sí misma. No hay lugar para distensiones, la solemnidad se extiende incluso hasta en las conquistas y los posteriores amoríos. La relación entre Mason y su vecina es de un letargo pocas veces visto. Aburre, es inverosímil hasta para el universo de los agentes secretos, y se le notan las costuras desde lejos. Tanto esfuerzo calculado para que el espectador no se olvide en ningún momento que está viendo una película de espías clásica, que relegaron la emoción y la pasión por narrar una simple y linda historia.
El aprendiz (The November Man, EUA, 2014), de Roger Donaldson, c/Pierce Brosnan, Luke Bracey, Olga Kurylenko, Bill Smitrovich, Amila Terzimehc, 108′.
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