Durante su breve paso por Buenos Aires, antes de ser homenajeado en el Festival Internacional de Cine de Punta del Este, un George Hilton con 81 años que no aparenta nos concedió tres horas de charla en un departamento de la pituca calle Quintana. El ícono popular, otrora bandolero, sibilino galán y tanto más, comenzó recordando su extensa carrera por donde uno menos esperaba.
George Hilton: Hice películas intelectuales como Contact, de un director de izquierda, un comunista, muy intelectual.
Darío Cosenza: Contrato carnal.
GH: Ah, sí, ese nombre le pusieron para traer público.
DC: Esa la filmaste en Ghana, ¿no?
GH: Sí, en Accra.
DC: Con Anita Strindberg…
GH: …y este actor americano que era muy conocido, Calvin Lockhart, que era racista, odiaba a los blancos. Fue una gran experiencia para mí, trabajé varias veces en África, sobre todo porque las películas que yo hacía eran películas que enloquecían a la gente. Yo caminaba por Nigeria y la gente gritaba: “¡George Hilton, George Hilton!” Venían todos a abrazarme. Eran exitosas de tal manera… Yo recibía cartas de Vietnam. Hoy el cine italiano llega, a lo sumo, a Lugano, no va a ningún lado el cine italiano. A mí, que hacía seis o siete películas por año y no tenía ni un domingo para descansar, me veían en todos lados. Hoy me decían que aquí, en Argentina, no llega el cine italiano.
DC: ¿Cómo te llamamos: Jorge o George?
GH: Jorge en Italia no existe. En Argentina era Jorge Hilton, pero mi nombre verdadero es Jorge Hill Acosta y Lara. Como mi padre no quería que usara nuestro nombre, un representante llamado Salvador Salías, que era muy famoso y lanzó a actores como George Rivière, me dijo: “Te voy a poner Jorge Hilton”, porque mi padre era Hill Hamilton. Cuando llegué a Europa no sabían pronunciar Jorge y quedó George.
Marcos Vieytes: ¿Tu padre no quería que usaras el nombre por una cuestión de reputación?
GH: Dijiste muy bien, porque éramos una familia muy tradicional en Montevideo. Tengo un hermano que es criminólogo en Canadá. Después, eran estancieros. Mi abuelo materno, Manuel Acosta y Lara, era propietario del diario La Mañana y escritor de fama que hizo cantidad de romances; incluso en París se hizo una ópera con romances suyos, que era Los amantes de Granada. Entonces mi padre dijo: “¿Un actor en la familia? No, no queremos.”
MV: ¿Fue duro para él aceptar eso?
GH: Sí, muy duro, pero después, cuando tuve éxito, andaba por todos lados con mi foto diciendo “yo soy el padre de George Hilton”. Estaba enloquecido, porque nunca imaginó que tendría éxito internacional.
En aquella época, cuando empezaron a salir los westerns, iba muy de moda cambiar el nombre de los actores. Giuliano Gemma era Montgomery Wood, Gianni Garko era John Garko…
DC: Susan Scott, Nieves Navarro.
GH: Nieves Navarro, muy amiga, trabajé con ella. El marido era un productor bárbaro.
DC: Y director: Luciano Ercoli.
GH: No sé si aquí tuvieron mucho éxito ese tipo de películas.
DC: Hoy en día son de culto.
GH: Tarantino ha pasado dos películas mías en el Festival de Venecia. Él es un gran admirador de todos los actores de western y ahora está muy contento con un proyecto de Enzo Castellari con Franco Nero y todos nosotros los viejos: Tomás Milián hará Cuchillo, yo no sé si haré Aleluya o Tressette, Gianni Garko será Sartana y Fabio Testi -un gran amigo que hizo menos western- también va a estar.
MV: ¿Había mucha competencia cuando llegaste? ¿Fue difícil hacerse un lugar?
GH: Yo tuve la suerte de llegar en el momento justo. Si hubiera llegado ahora, siempre lo digo, no habría hecho nada. Ahora no hay trabajo. Se hace otro tipo de películas en Italia y justamente por eso no va bien. Le puede ir bien a Luca Medici, el cómico que ha conseguido la mejor taquilla. Es un tipo que vende más que Avatar. Es un intelectual que se cambió el nombre por Checco Zalone, que es algo así como un inculto, un hombre bruto. Un guionista de Pugliese le escribe los libretos, y el resultado es extraordinario. Tratá de ver la primera o la segunda, Che bella giornata. Los intelectuales lo critican mucho, incluso mi amigo Carlo Verdone, pero rompe con todo.
MV: Ahora que mencionás los cuestionamientos intelectuales ante el cine exitoso, ¿eso te generaba problemas en el pasado?
GH: A mí no porque, no sé cómo decirte, yo tuve un representante que me decía, quizá equivocadamente: “Mirá, aprovechá, agarremos esto que nos pagan más y vamos”. Si yo hubiera querido hubiera aceptado hacer películas como las de Mario Monicelli o Franco Zeffirelli, por las que te pagaban menos pero quedabas como otro tipo de actor. Yo fui y soy un actor comercial, pero eso me dio el éxito. En cambio, un actor que haga otro tipo de películas pero no lo quiera nadie…
DC: Sin embargo, una persona como Marco Ferreri se interesó en vos para El harén.
GH: Marco Ferreri era un genio, un loco, un loco total. Se ponía a bailar el tango en medio de la filmación, paraba todo, un loco. Y me quiso, se encaprichó conmigo. Yo estaba haciendo una película no me acuerdo dónde y me dijo: “Tenés que venir, te quiero para un papel”. Eran episodios, yo tenía uno con Carroll Baker. Me acuerdo que teníamos una escena desnudos en la cama y él me dice, porque no tenía guión, se inventaba todo: “Bueno, vos te levantás y te das cuenta de que no es la mujer para vos, hablale y decile que no la querés más, que la vas a largar”. Bueno: “Acción”; yo me levanto, empiezo a hablar, él mira y de repente… “cortá, cortá, que esto no es la Biblia”. ¿Te das cuenta? Era una cosa tremenda. Después, otra escena, estábamos en Dubrovnik, una playa estupenda, yo estoy aquí con dos doberman y Carroll Baker aparece en el fondo, yo la veo y tengo que correr hacia ella diciendo: “Amor mío”. Ferreri grita: “Acción” y los dos perros empiezan a gruñir y no me dejan mover. Eran dos perros amaestrados de la policía yugoslava. Yo le dije: “¿Cómo puede ser esto?”. Y él me dijo: “La verdad que con los únicos que me entiendo son con Mastroianni, con Philippe Noiret y con Ugo Tognazzi. Con esos tres ya nos miramos y listo.”
MV: Con quienes hace La gran comilona.
GH: Yo recibí un premio con Andréa Ferréol hace poco. Fue muy lindo porque entré en ese teatro enorme y habían puesto una gigantografía espléndida. Nos hicieron un homenaje bárbaro en Italia. Ella es muy buena mujer y buena actriz. En El harén también estaba Gastone Moschin, que es muy bueno, y Renato Salvatori. Finalmente me llamaron y me dijeron: “La película es muy larga y el episodio de ustedes es el que menos funciona. Habíamos pensado en cortarlo. ¿Podemos hacerlo?”. “Cómo no”, les dije. “¿Te dejamos en el cartel?” “No, no, por favor, sáquenme”. Así que me pagaron, pero no quedó nada.
MV: Parece evidente que con Ferreri había bastante libertad. ¿Y en el resto del cine que hacías?
GH: No, no mucho. Cuando yo empecé a trabajar los actores no eran muy buenos. Eran dobles, acróbatas. Yo venía del teatro uruguayo y sabía cómo interpretar, los demás no. Yo no tuve problemas. Cuando se estrenó la primera que hice, Tiempo de masacre, tuve críticas impresionantes. Michelangelo Antonioni era un señor fantástico que vivía cerca de mi casa con Monica Vitti -no está nada bien y se retiró del cine- y un buen día me llamó y me dijo: “Usted se asombrará que un director como yo vaya a ver un western, pero llegué de un viaje muy cansado, vi que daban Tiempo de masacre en el cine y dije ‘voy a relajarme un poco’. Me quedé impresionado por su actuación”. No sé si ustedes la vieron, es una de mis actuaciones más histriónicas. Mi trabajo fue muy ponderado y quizás eso produjo celos artísticos en su momento, porque Franco Nero ya era una estrella y yo hacía mi primer coprotagónico. Somos amigos, pero es un tipo medio solitario. Se casó con Vanessa Redgrave y fue con ella a todos lados. Es un actor que tiene una buena cara, unos ojos muy buenos, pero para mí el mejor de todos nosotros es Tomás Milián, el cubano, yo lo adoro, ahora está mal, pobre, tiene 85 años y está un poquito achacado.
DC: Milián tiene fama de rebelde en los rodajes.
GH: Sí, sí, él quiere ser protagonista. Es muy amigo mío, hablamos en español. Termino el cuento de Antonioni: me invita a su casa -tenía un penthouse estupendo cerca de la mía- y me dice: “Mire, yo tengo que hacer una película que se llama Professione: reporter y me encantaría que usted me haga el papel protagonista”. El tipo trató, habló, peleó con los distribuidores americanos pero le dijeron que yo no era un nombre y que querían, lógicamente, a Jack Nicholson. Pero siempre habló bien de mí, me presentó a Pasquale Festa Campanile. A mí siempre me embromaron los americanos. Festa Campanile me quería para El cinturón de castidad y los americanos, en cambio, preferían a Tony Curtis. Así que con ellos dos no logré trabajar. Me acuerdo que Vittorio De Sica me llamó para El jardín de los Finzi Contini, pero se encontró con que estaba mejor Fabio Testi para el papel, que lo hizo muy bien. Y de ahí salió Fabio Testi.
MV: ¿Cómo fue rodar Tiempo de masacre con Lucio Fulci?
GH: Yo no tuve buena relación con él porque a mí no me gusta la gente que grita. Él de repente tiraba la bronca, insultaba, pero era bastante genial, es un tipo que tiene éxito. Y debo decir que me dejó hacer lo que yo quería, me ayudó en muchas cosas. Aunque no tuve una gran relación con él, porque a veces nos peleábamos, le debo el éxito.
MV: Eso es 1966 y hay un montón de películas que hacés en muy poco tiempo.
GH: Hago siete por año. Salió esa película y fue un boom, entonces me agarraron varios, entre ellos Fritzi, el director artístico de la Euro International. Escribían las películas para mí. “Si está Hilton la hacemos”. Edmundo Amati, de la Fida, me llamó: “Vas a tener que hacer un papel como este”. Y escribieron para mí Voy, lo mato y vuelvo, de Castellari. Pero ahí no podía hacer mucho, porque…
DC: Es un gran western.
GH: ¿Lo viste? Es un gran western, pero yo no podía hacer mucho porque mi histrionismo no tenía lugar ahí. Enzo Castellari siempre se portó muy bien conmigo.
DC: Y ahí compartiste papel con Gilbert Roland, que es una leyenda, trabajaba desde mucho antes del Código Hays, incluyendo el período silente. ¿Cómo fue eso?
GH: Ah, sí, estaba ya un poco grande y era un tipo al que le encantaban las mujeres. Recuerdo que venían los autos, los pullman con turistas, y él se ponía en la puerta, se sacaba la camisa a ver si podía levantarse algo. Tenía un camarero que era creo que coreano o algo parecido. Un tipo muy particular, pero muy buena persona. Otro tipo con el que hice mucha amistad, considerado “peligroso”, era Klaus Kinski.
MV: Hay escenas notables en Ognuno per sé.
GH: Que es una de mis mejores películas. Los críticos dijeron que había una relación homosexual entre Kinski y yo, y podía ser, pero Capitani -que es un gran director, sobre todo de comedia, con el que trabajé bastante- no nos dijo nada de eso, no nos dimos cuenta. Yo estaba bajo la influencia nefasta del personaje de Kinski. Esa película me encantó.
MV: Es que ahí hay un despliegue actoral muy variado.
DC: ¿Y Van Heflin? Hace poco la reví y la hermandad que hay entre ustedes dos cuando se encuentran es extraordinaria.
GH: Ah, cuando nos encontramos, que yo bajo de la diligencia y él me está esperando. Después vamos a tomar juntos y nos emborrachamos bajo la lluvia. Un gran actor Van Heflin, un maestro. Tomaba que…
DC: ¿En el rodaje mismo?
GH: Sí, siempre borracho, pero no se equivocaba nunca. Siempre sentado esperando su turno, lo llamaban, iba, no se equivocaba ni una palabra. Terminaba de rodar, lo cargábamos y a la cama.
MV: ¿En qué idioma rodaban?
GH: En inglés.
DC: Pienso que con quien más desarrollaste tu persona cinematográfica dentro del spaghetti es con Giuliano Carnimeo. Creo que es el director con quien más filmaste.
GH: Carnimeo tenía ideas y me dejaba actuar; yo siempre hacía personajes irónicos porque eso fue lo que me dio el éxito, sobre todo con el público masculino, porque veían a este héroe que era simpático, le pegaba a todos, tiraba codazos, y eso gustaba mucho. Como cuando mato a todos con la Singer en Aleluya. Él desapareció, creo que no está bien. Yo fui ahora a su pueblo, a su ciudad, porque me dieron un premio, y me dijeron que creían que estaba mal de salud, que no se hacía ver por nadie. Y no es que sea tan grande. De todas maneras, en mi cinematografía yo tengo sólo cuatro o cinco películas: una es Tiempo de masacre, otra Ognuno per sé, porque me encanta el personaje de Manolo, y después paso a La cola del escorpión, de Sergio Martino, y Mio caro assassino, de Tonino Valerii. Yo creo que hago un muy buen trabajo allí como una especie de comisario, un perdedor, un tipo que siempre llega tarde para agarrar al asesino, que no descubre nada, que no tiene una buena relación con la novia. Un papel que era totalmente distinto a los héroes ganadores que hacía. Cuando digo el monólogo de la escena final, Tonino Valerii, que era un tipo medio extraño, me dice: “Cambiamos los diálogos, te doy media hora y lo aprendés”, y me lo aprendí. Hoy no hubiera podido porque no tengo esa memoria, y me salió redondo, porque me seguían con la cámara acá, viste cómo es el cine, yo no los veía a ellos, y hablaba, hablaba. Salió perfecto, es una de mis películas preferidas.
MV: ¿En qué sentido era extraño Valerii?
GH: Era un director difícil. Cuando me vio, no estaba tan seguro de que pudiera hacer ese papel. Yo venía de ser un héroe invencible, incluso cómico. “Vamos a probar”, me dijo, “yo creo en ti”. Me puso unas cosas para hacerme la nariz así, “dejate bigote”, me peinó de una cierta manera. Me quería hacer más, no sé, tipo común vestido con corbata. Y ahí tenía un actorazo al lado mío, Salvo Randone, el más grande actor de teatro. Él y Gassman se intercambiaban: un día uno hacía Othello y el otro Yago, y viceversa. Al trabajar con esa gente aprendés mucho.
MV: ¿Hiciste teatro?
GH: Sí, sí, en Montevideo y en Argentina. Aquí tuve compañía con Beatriz Taibo, Alberto Bello, Gloria Guzmán. Hicimos La señora ministra en el Odeón, que no existe más, y después yo hice El bello Antonio, de Brancati, en el Smart con Franca Boni, una italiana que trabajaba acá, y Nora Massi, que hacía de mi mujer. Hice compañía con Guillermo Bredeston, que llevó a Libertad Leblanc para un papel sexy.
MV: Además de teatro ¿qué más hiciste acá?
GH: Televisión. Hice poca, pero hice. La primera cosa fue increíble. Yo llegué acá, no conocía a nadie, vine a ver cómo estaban las cosas. Conocí a (Alberto) Olmedo, que era un tiracables, y conocí a un policía que estaba en la puerta de la televisión para ver quién entraba, Carlitos Blanco, que ha sido un gran amigo. Lamentablemente murió también, todos morimos… Me consiguió una audición con quien era el director de Canal 7. “Bueno, vamos a darle una oportunidad”, y me hizo hacer pareja con María Vaner en vivo y en directo. Para mí era una cosa importantísima, los medios, trabajar en directo. Tanto que vinieron mis familiares de Montevideo y los pusieron en una cabina con el director; te estoy hablando del ’55, creo: en la escena de amor yo me olvido todo en vivo y en directo, ¿te das cuenta? La abrazo a María Vaner y le digo de todo, cualquier otra cosa, María me miraba, “este está loco”. Nadie se dio cuenta y salimos del paso. Era tremendo trabajar así. ¿María Vaner murió también?
MV: Hace tres o cuatro años, si mal no recuerdo.
GH: Bueno, yo era muy amigo de Leonardo Favio.
DC: Uf…
MV: No me digas…
GH: Uh, Favio vino a visitar mi piso a Roma y me trajo su primer simple Quizás le regale una rosa, porque yo fui medio novio de la tía, Elcira Olivera Garcés, salíamos juntos. Favio era un hombre extraordinario. Él hacía El secuestrador con Torre Nilsson, creo, cuando yo hacía Alto Paraná con Catrano Catrani. Fue la primera vez que yo hice de galán en una película, pero me lo cortaron todo, cuando la vi casi me muero. Éramos Ubaldo Martínez, Nelly Duggan y yo. La película estaba sacada de una novela, Don Frutos… no sé cuánto. Tuvo un gran éxito porque fue la primera película en colores y Cinemascope en la Argentina. Y de ahí salí yo, después hice La procesión, de Francis Lauric, donde hacía de cura, que fue al festival de Mar del Plata; hice El bote, el río y la gente en pareja con María Vaner, en el Tigre, que ganó el festival de Mar del Plata; después hice Las modelos, de Vlasta Lah, que era la mujer de Catrano Catrani, y Los que verán a Dios, de Blasco, que fue la gran tragedia. Yo ahí me salvé y volví a vivir.
MV y DC: ¿Qué pasó?
GH: Se iba a hacer la première en La Plata, entonces fueron todos en un auto. Los otros actores me dijeron “vení vos también”, les dije “yo no puedo porque estoy haciendo teatro”, y se mataron todos. Se mataron todos, fue una cosa increíble. Se mató el director y los cuatro actores que iban en el auto.
MV: ¿Es verdad que trabajaste en fotonovelas? Parece que fuiste famoso. ¿Qué era actuar para una fotonovela?
GH: Fui famoso, efectivamente, y gané mucha plata. Se pagaba muy bien. Y también trabajé en Italia, pero con grandes actores eh, también estaba Gassman en fotoromance. Había una revista que se llamaba Gran Hotel. Yo siempre hacía de protagonista. Recuerdo que aquí recibíamos una cantidad tremenda de cartas. Creo que las revistas de aquí eran Suspiros, Secretos, Idilio. Íbamos afuera y era como si llegara Al Pacino, qué se yo. Todavía siguen haciendo en Italia. Recuerdo que allá hice una que se llamaba I Potente, yo era el capo mafia y tenía al lado mío a Michele Placido, que es un grande, Fabio Testi, Agostina Belli, Janet Ågren y Massimo Ciavarro. Se vendían mucho y ganaba casi lo mismo que haciendo una película. En I Potente trabajé dos meses. Eran episodios, salían todas las semanas. Había todo tipo de géneros, no sólo romántico.
DC: Antes de hacer Tiempo de masacre hubo una película en la que tuviste una aparición como el agente 007, Due mafiosi contro Goldginger.
GH: Con Franco Franchi y Ciccio Ingrassia. La hice porque me pagaban bien. La que me pagaron bien fue I due figlie di Ringo. Necesitaban un Ringo, me llamaron a mí y fui, era amigo de ellos. Eran tipos macanudos.
MV: Es un dúo cómico desconocido para las nuevas generaciones cinéfilas argentinas. Actuaron incluso con Vincent Price.
GH: En Italia son muy recordados.
DC: Lucio Fulci los dirigió.
MV: Lo cómico siempre ha sido parte de tu registro.
GH: Sí, a mí me gusta mucho. Me considero un actor muy ecléctico, hice de todo. Con Capitani, en Teste di quoio, hice de un turco con el pelo que era una cosa tremenda, con la permanente muy cómica. Me divertían muchísimo las cosas exageradas porque la pasábamos bárbaro.
DC: En contrapunto con Franco Nero o Milián, tu rol estaba más relacionado con el slapstick, la comedia, la alegría…
GH: …con la ironía, sí, sí, pero después, cuando hice esos famosos giallos, por ejemplo La cola del escorpión, parece que hago del bueno y resulto ser un psicópata terrible.
DC: ¿Cómo fue trabajar con Sergio Martino?
GH: Muy bien. Lo primero que hice fue El extraño vicio de la Señora Wardh. Luciano Martino, el productor, estaba enloquecido con Edwige Fenech. Él me dijo: “Te la voy a presentar, hacemos una película juntos y yo te bajo del caballo”. Escribió el libro Gastaldi y la hicimos. Primero hubo un problema porque una señora que se llamaba Ward abrió una causa, entonces tuvieron que poner una “h” al final. Andá a saber cuál era el vicio de la señora Ward.
DC: Tremendo vicio tiene Fenech en la película.
Tus personajes en el giallo tienen un corte ambiguo, oscuro. ¿Cómo fue empezar a trabajar abiertamente con elementos de explotación como la desnudez, la violencia? ¿Cómo te llevabas con eso? Porque tu impronta es más Cary Grant, más Gary Cooper.
GH: Haciendo La cola del escorpión, por ejemplo, me divertí muchísimo porque cuando de golpe me vuelvo malo y tengo que mirar a Anita Strindberg al final, ella me tenía miedo. Y la muerte que hago, que a mí me encantaba, me la cortó Goffredo Lombardo porque dijo que era demasiado larga. Yo me arrastro en la arena, tiro sangre… porque el ego del actor quiere mostrarse. Me acuerdo que me calenté y salí puteando cuando me dijeron que la iban a cortar. Con Sergio trabajé muy bien.
MV: ¿Necesitabas dejar el western?
GH: Sí, no quería más, estaba cansado. A mí nunca me gustó. Yo no iba a ver las películas de John Wayne, prefería las de Cary Grant. Yo siempre dije que me gustaría hacer una comedia como las de Cary Grant, pero un actor tiene que hacer de todo.
MV: ¿Cómo eras cómo espectador de cine?
GH: En Montevideo había un cine chiquito que se llamaba Mogador donde daban películas con Daniel Gélin, Michelle Auclair, Manon e iba siempre ahí. En aquella época veía mucho cine francés, me gustaba mucho ese tipo de películas. Gerard Phillipe, a quien conocí, era extraordinario. Trabajé con Maria Schneider, la hija de Daniel Gélin. Hice una película con ella y me hablaba muy mal de Marlon Brando, en lugar de agradecer, porque gracias a esa película se hizo famosa, antes no la conocía nadie. Pero dice que él le hizo tantas cosas… Hay actores y actrices con los que no te llevás bien, es una cuestión de piel. A mí me tocó grabar una escena de amor con una vieja que me agarraba, me besaba, no me soltaba, y yo no podía más, pero ¿qué le vas a hacer?
MV: ¿Cómo es filmar “escenas de amor”? Porque el espectador, que nunca las ha filmado, tiene fantasías sobre ello, que para eso están.
GH: Les voy a contar sobre La batalla de El Alamein, donde debutaba como actriz una princesa real llamada Ira Furstenberg y tenía que ser mi novia. Primera escena, no nos conocíamos, “mucho gusto”, el director aparece y dice: “Desnudos en la cama los dos”. Así. Yo venía un poco nervioso, pero ella, bárbara, me dice: “Hacé como que nos conocemos de toda la vida y somos amantes”. Finalmente cortaron la escena. El problema de las escenas de amor en las que estás prácticamente desnudo es que tenés veinte personas al lado tuyo, “cuidado al besar porque te vas de la luz”. Hay que estar atento a tantas cosas y tratar de ser natural. Es muy difícil.
MV: ¿Con qué actrices te gustó trabajar?
GH: Con Edwige Fenech, Anita Strindberg, Carroll Baker. Como profesional, Carroll Baker fue la mejor de todas. Además muy mona, muy linda mujer.
DC: Trabajaste también con Rosalba Neri, Helga Liné, Annabella Incontrera…
GH: …uy, Annabella Incontrera, muy amiga, que era la mujer de Guglielmo Biraghi, crìtico cinematográfico y director del Festival de Venecia, y la mejor amiga de Sophia Loren. En la casa de ella jugamos al póker juntos.
MV: En el cine lo que el actor puede hacer para componer su personaje está muy limitado por la técnica, es decir dónde va la cámara, cómo lo iluminan…
GH: …y las marcas en el piso. A mí me salía todo muy bien, tranquilamente, no pensaba que estaba rodando.
MV: ¿No tenías preferencias con determinados ángulos?
GH: Bueno, sí, cuando ya eras famoso te hacías amigo del director de fotografía y le decías “cuidame, pone una luz en los ojos” porque es importante. Ellos me decían: “No te quemes mucho con el sol porque venís violeta”. A propósito, yo también hice Drácula, con Lamberto Bava, y el Zorro. A veces los rodajes eran lo que llamábamos “la torre de Babel” porque cada actor hablaba en su idioma, tenías un chino, un ruso y un alemán.
DC: A Fellini le pasaba algo similar.
GH: Fellini les hacía decir números. Y era un genio.
DC: ¿Tenés algún recuerdo de cuando filmaste el Zorro con Lionel Stander?
GH: Muy buen tipo, grandísimo actor. Como Ernest Borgnine en Los desesperados. Trabajar con él era bárbaro para mí, había ganado el Oscar por Marty. Trabajé con varios americanos.
DC: Con John Ireland en T’ammazzo!… Raccomandati a Dio.
GH: Trabajamos juntos John Ireland, Sandra Milo y yo. Y Sandra Milo me decía: “Pero este John Ireland me toca el culo a cada rato, me mete las manos por todos lados”. Era terrible John Ireland. Sandra era una mujer divina, muy linda y, además, muy buena chica. Con esa vocecita, así…
DC: Filmaste con Erica Blanc, Femi Benussi, con las mujeres más deseadas de Europa.
GH: La gente me decía “qué suerte que tenés, filmás con Edwige Fenech”, estaban todos enloquecidos. Sin embargo Edwige, que es muy amiga, no tiene derrière, tetas espléndidas sí, pero cola no. Ella dice: “Tengo los mejores pechos del mundo”, pero cola no, qué extraño eso. Yo prefería a Barbara Bouchet, me gustaba más a mí, muy amiga también, hace poco se le murió el marido. Cuando yo conocí a Edwige Fenech en Tirrenia estaba haciendo una película que se llamaba Esmeralda -después le pusieron Il baco da seta– con Nadja Tiller, y en ese mismo hotel estaban haciendo una película Edwige Fenech y Rosalba Neri, que tenía un cuerpo increíble. Para mí era más sexy que Edwige Fenech; se terminó casando con un tipo potente, muy rico, ahora vive en un castillo. Ahí se me acercó Edwige, se presentó, hicimos amistad y le presenté a Martino. También he trabajado con grandísimos actores como Salvo Randone, Enrico Maria Salerno…
MV: …y Carlos Monzón. ¿Cómo fue esa experiencia?
GH: A él lo padecieron un poco los acróbatas porque les pegaba en serio. A mí me contrataron porque él no tenía mucho nombre en el cine. El productor me dijo “mirá, queremos un nombre, tenés que venir y hacer el papel”. “Bueno”, le dije, “con una condición: que le tengo que pegar yo a él y no él a mí”. Muy mala, ¿no?
MV: Sí, sí, cuesta, cuesta.
GH: Actuaba Susana Giménez también…
MV: Aparece más o menos a los 40 minutos.
GH: Ellos venían a casa, hice mucha amistad con Monzón. Era un tipo raro…
DC: Él ya había filmado en Italia, creo que con Stelvio Massi…
GH: …y con Luc Merenda.
DC: Y venía de hacer Soñar, soñar con Favio.
GH: Conmigo fue muy simpático. Tenía tanta plata, siempre quería que uno lo llevara a los mejores lugares para comprar ropa, iba a los mejores restaurantes. Pero era peleador, una vez le pegó una trompada a uno en un estadio. Yo era más amigo de Nino Benvenuti que de él. Siempre me decía: “No me recuerdes a tu amigo Monzón, que me dio una paliza”. Nino es un gran tipo. También hizo cine, con Giuliano Gemma.
MV: ¿Hubo alguna posibilidad de trabajar en Estados Unidos? ¿O deseos de hacerlo? ¿Conversaciones?
GH: Sí, claro, ellos me decían “si venís a Estados Unidos podés hacer una carrera mejor”, pero yo siempre tenía trabajo en Italia, firmaba contratos con hasta tres años de antelación, me pagaban bárbaro y además venían grandes actores americanos a filmar con nosotros. Me hubiera gustado,pero no se dio. En la primera película que hice yo, ustedes no saben cuál es…
DC: El pirata.
GH: Ah, esa, muy bien.
DC: No me acuerdo el título.
GH: L’uommo mascherato contro i pirati, de un tal Vertunnio De Angelis, un director que es como cero, pobre; bueno, ahí, apenas llegué a Roma tuve la suerte de conocer a gente de Via Veneto como Lea Massari, ¿sabés quién es?
MV: Sí, por supuesto, además de muchas películas famosas, es protagonista de dos grandes películas injustamente desconocidas: una de Michel Deville con Michel Piccoli, La mujer de azul, y otra de Alain Cavalier en la que hace pareja con Delon, L’insoumis.
GH: Ella vive a cincuenta metros de mi casa. Ama a los animales, perros y gatos, está llena de ellos, viene y me dice “dale de comer”, se trae cincuenta perros, los tiene por ahí. Es una gran actriz y me ayudó mucho. Le gustaban mucho los sudamericanos. Cuando me vio, le gusté, me venía a buscar y salíamos en su Aston Martin. Una vez se le paró el auto en Via Veneto y tuvimos que empujarlo. Cuando la gente la vio se le vino encima para saludarla. Era una gran actriz. En ese grupo que ella me hizo conocer también había muchos argentinos, entre ellos Milo Quesada. Me preguntaron: “¿Qué hacés acá?”; les conté que había tenido un problema en Buenos Aires con una mujer que me rompía las pelotas y que me había escapado. Yo rajé sin que nadie supiera nada, sobre todo ella. Ya en Roma, un día llega Alberto de Mendoza, a quien hice trabajar conmigo en tres películas -al principio no me quería nada, decía “este cajetilla”, pero después fue un gran amigo- y me dijo que había visto a esa mujer, ella le había dicho “si ves a ese sinvergüenza…”. Era buen actor Alberto.
MV: Tenía una presencia magnífica. Era uno de esos actores a los que uno ve compartir el plano con otros grandes –por ejemplo, con Lino Ventura, Christopher Lee o Peter Cushing- y no queda en desventaja, incluso es capaz de opacarlos.
DC: Otro actor argentino, George Rigaud.
GH: Gran persona. Era el Señor George Rigaud. De los de aquí guardo un gran recuerdo de Jorge Salcedo, un ídolo para mí. A otro que admiraba muchísimo era Hugo del Carril. Primero como cantor, después como actor en esas películas de tango, y en todo lo que hiciera. También me acuerdo de Roberto Escalada, que hacía Los pulpos, Cartas de amor, cuando yo era chico. Años más tarde voy a Mar del Plata ya siendo conocido y me lo encuentro en el Provincial. “Dejame que te de un abrazo, ¡qué triunfo que has tenido!”, me dijo. Yo me quedé helado. Gran tipo, para mí era un mito.
MV: ¿Y no hubo posibilidades de volver a Uruguay o Argentina a trabajar en cine?
GH: Bueno, sí, hice una película en Uruguay, El lugar del humo. Fue horrible. El problema es que la directora, Eva Landeck, como toda buena madre, quiso poner a su hija de actriz, pero había algunos actores buenos, Enrique Guarnero, fantástico actor de la Comedia Nacional que para mí también era un ídolo. Hice la película porque me pagaron muy bien, me llevaron de Roma para hacerla, y además era la primera película uruguaya. Lo lamento por los productores que perdieron dinero. Después tuve una propuesta de otro director uruguayo cuyo nombre no recuerdo, pero el papel no era para mí.
DC: Retomando el giallo, unos años antes hiciste una película muy buena de Luigi Cozzi…
GH: L’assassino è costretto ad uccidere ancora, que al principio se llamaba Il ragno.
DC: Me parece muy interesante porque es un falso giallo.
GH: En la primera escena ya estoy empujando el auto porque quiero matar a mi mujer. Ella era un actriz mejicana, Teresa Velázquez.
DC: Y estaban Antoine Saint-John, Cristina Galbó y Alessio Orano.
GH: Yo lo quiero mucho a Luigi Cozzi. Tiene un local, un negocio, con Dario Argento que se llama «Profondo Rosso», te hacen ver cavernas, esqueletos. Yo lo quiero mucho. Con él, Asia Argento y otros actores fuimos a firmar autógrafos recientemente en Alemania, porque allá somos muy conocidos. Nos llevaron a una especie de feria, cada uno tenía un escritorio, y los alemanes, hasta los chiquitos, hacían cola para sacarse una foto autografiada por la que pagaban 20 euros. Yo le decía a los chicos: “¿Pero qué te importa sacarte una foto conmigo?”.
MV: ¿Hay una película alemana o austríaca en la que hiciste un personaje que se llamaba Johnny Guitar?
GH: Sí, era divertida, todos austríacos. Y después hice otra cosa en Baden-Baden con el director de una serie televisiva famosísima llamada El inspector Derrick. Esa película tenía un reparto increíble. Mi padre era Massimo Girotti, mi hijo era Kim Rossi Stuart…
MV: …que también ha dirigido.
GH: Mi mujer era Andrea Jonasson, la mujer de Strehler, el gran director del Piccolo de Milán, y mi amante era Florinda Bolkan. El título era alemán, creo que en una traducción se llamaba Todos los hombre de su vida.
MV: ¿Cómo fue rodar con Klaus Kinski?
GH: Para mí, muy bueno, pero era un tipo muy complicado con todos. No lo quería nadie, pero a mí me llamaba “¡Georgie, caro Georgie!”. Me invitaba a su casa, vivíamos cerca en Roma, y tenía su hija Nastassja, que era chica, y la mujer, no me acuerdo si era coreana o vietnamita. Entrar a su casa era un show. A la nena la pintaba como si fuera una “yira”, tenía un camarero gay al que le pegaba y hacía bailar; hacía escenas, estaba loco, era grandioso. Otra vez fuimos a hacer una película en Barcelona. Me preguntó si podía ir conmigo en el auto, ¡para qué!, a cada rato me decía “este auto se mueve mucho, tengo que vomitar, abrime”, y vomitaba. Llegamos a Barcelona y me dice: “Te voy a invitar a comer”. Vamos a un restaurante bárbaro, entramos y una orquesta estaba tocando. “Paren la música, tráigannos una fuente de mariscos”, grita ni bien llega. Cuando se la traen la mira y dice: “¿Qué es esta porquería?”. La agarra, la tira en el piso y se arma un despelote; nos echaron a patadas. No sé por qué me quería tanto. Hacía cualquier cosa, pero era bastante cobarde si uno le hacía frente. Creo que Castellari le pegó un cachetazo una vez y se asustó. El padre de Castellari era campeón de box y él es tremendo.
DC: También cabe mencionar tu paso por el poliziotesco. Hay una película muy peculiar que hiciste para Michele Massimo Tarantini, Sette ore di violenza per una soluzione imprevista, en la que arrancás tirando patadas de karate y cacheteás mujeres. ¿Cómo fue ese cambio, al bigote ancho entre otras cosas?
GH: Tuve que tomar muchas clases de artes marciales, pero tenía un doble. Yo era muy atlético, pero algunas cosas no las quería hacer. Así y todo, me he lastimado varias veces. Hubo una escena de Tiempo de masacre en la que tuve que tirar un tiro para abrir un armario y agarrar una botella, y el detonador hizo saltar con tanta fuerza la cerradura que me la clavó. Tuve que ir al hospital.
DC: ¿Cómo reaccionó Fulci ante eso?
GH: No le importaba nada, “sigamos filmando”. En Los desesperados hay una escena en la que nos corre el ejército, con la música fantástica de Gianni Ferrio, y como había que hacer un plano específico, el director, Julio Buchs, que estaba lejos, me dijo: “Voy a hacer un tiro de cañón para que te des cuenta”. Yo estaba a caballo de un padrillo muy nervioso, y atrás de mí todo el ejército. Tenía miedo de que el caballo me tirara y los demás me pasaran por arriba. Sonó el cañonazo, el caballo se asustó, empezó a correr por la montaña, yo no lo podía parar y cuando vi que se iba a caer para atrás me tiré, el caballo efectivamente cayó mal y lo tuvieron que matar.
MV: ¿Sabías cabalgar o te entrenaste?
GH: No, no, yo sabía cabalgar porque nosotros teníamos estancia en Montevideo, que era de mis padres, de mis abuelos. Yo cabalgaba incluso en pelo.
MV: ¿Sería por eso que Alberto de Mendoza te creía un cajetilla?
GH: Puede ser. Alberto andaba muy bien a caballo, era muy bueno, no le tenía miedo a nada, era fantástico, aunque al principio nos odiábamos. Como con Carlos Cores. ¿Se acuerdan de Carlos Cores? Cuando yo estaba en Uruguay trabajando en el teatro independiente veo que llega la compañía de Carlos Cores a hacer una cosa muy buena, no sé si era El deseo bajo los olmos o algo por el estilo; entonces lo voy a ver para conseguir que me de alguna oportunidad o algún consejo. Lo llamé al hotel, vino al teléfono, me dio una cita, fui, y no me dio ni bola: “No, es muy difícil, yo no puedo hacer nada por vos, no vengas”. Finalmente voy a Buenos Aires solo, me hago famoso con las novelas y vamos un día en un tren, quizás al festival de Mar del Plata, todos los actores, entre ellos Carlos Cores; cuando parábamos todas las admiradoras me venían a pedir autógrafo a mí y a él nada. Se quedaba con una bronca.
MV: Así como hubo gente que no te ayudó, ¿hubo otros que sí lo hicieron?
GH: Si te digo la verdad, tuve que hacerme solo. Nadie te da una mano. Bah, uno de los actores que conocí en Via Veneto me alquiló su departamento a mitad de precio porque se iba a filmar a Yugoslavia. También me dejó una libreta con el nombre de una representante, Grazia di Leo, que hablaba español. Yo la llamé, me llevó enseguida a la Titanus y me dio el protagónico de L’uomo mascherato contro i pirati. Ni bien llegué, Vertunnio De Angelis dijo: “No, este tipo no me gusta porque tiene un físico tipo Gary Cooper y yo quiero un Steve Reeves”. Se abre una puerta, sale el productor –gordito- Giuseppe Addario: “Este tipo me gusta, ¿has trabajado?”, “Sí, sí”, “¿Sabés hacer esgrima?”, “Sí, sí (yo no sabía nada)”, “Bueno, dejame una foto tuya que voy a hablar con la distribución”. Después de dos días me hicieron un contrato de un millón de liras, que en aquella época me sirvió para comprarme un Fiat 500. Conseguí otro departamento y así empecé. Así que les tuve que pedir a todos los muchachos del rodaje que me ayudaran porque no sabía usar la espada. Más tarde la productora dejó de pagar dos semanas de trabajo, entonces yo no fui a trabajar, me quedé en mi casa, el productor me vino a buscar y le dije que primero me pasara la plata por debajo de la puerta si quería que trabajara. Pero como a los demás no les habían pagado, mis compañeros me tenían mucha bronca y tuve que agarrarme a piñas con uno que me tiró una estufa enorme. Apenas me entendía con ellos, pero había que hacerse valer. Hoy me quieren todos.
DC: Ya que estamos en los inicios, ¿qué recuerdos tenés del director Nando Cicero? Hiciste una gran película para él junto a Frank Wolff.
GH: Il tempi degli avoltoi. Frank Wolff era extraordinario. Sabés que se suicidó, ¿no? Se dio cuenta de que su mujer, una americana o alemana rubia, lo traicionaba con su mejor amigo. Entonces se mató con una navaja en el hotel Hilton. Matarse por una mujer… Era muy calentón: se enojaba mucho, comía y eructaba. El gran éxito que tuve en Tiempo de masacre se debió a que yo hice un eructo bestial delante de Franco Nero, al productor le encantó y lo dejaron, en la sala la gente aplaudía. ¿Te das cuenta?
MV: ¿Cómo eran los rodajes en Almería?
GH: Fui tantas veces que era un ciudadano honorario de Almería. Había un hotel fantástico, el Agua Dulce. Cuando fui la primera vez estaban Sean Connery y Brigitte Bardot. Cada uno hacía su vida aparte, pero varias veces nos encontrábamos todos en un restaurante. Podíamos estar hasta dos meses. También filmé en Cinecittà, en el que tenía un camerino donde a menudo dormía, porque tenía de todo.
DC: ¿Se filmaba rápido, en poco tiempo, pocas tomas?
GH: No, no te creas, como mínimo se filmaba durante seis semanas. Con menos era una película terrible. Si yo hacía una actuación especial eran menos días, pero como casi siempre era el protagonista, llevaba ese tiempo. Después terminaba de rodar un sábado y el domingo estaba en mi casa y ya salía de nuevo para otro país. Era muy embromado eso de viajar siempre. Yo hubiera preferido ser jugador de fútbol más que actor.
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Fantástica entrevista!