Una historia, todas las historias. En otro país esconde un secreto: no es una película completa. En un sentido literal. Si uno quiere terminar de ver realmente En otro país, tiene que salir a ver un cortometraje (largo) que Hong Sang-soo filmó el mismo año que el largo y que al parecer es casi secreto (en imdb no figura entre las películas de Hong, aunque algunos tuvimos la suerte de verlo en la última edición del Festival de Mar del Plata). Las dos obras funcionan y se entienden perfectamente cada una por su lado, pero sus sentidos se complementan (al igual que sus metrajes).

 

 

Hong Sang-soo no es extraño a la idea de la narración incompleta. Cualquiera de sus películas parecen funcionar siempre casi con una idea de capricho narrativo: el metraje empieza y termina en un punto, pero podría haberlo hecho en cualquier otro. Sus películas no son necesariamente abiertas (en muchos casos los sentidos se cierran de forma bastante clara), pero sí se nos presentan como fragmentos de un discurrir infinito, en el que este encuentro amoroso en realidad repite uno anterior y bien podría terminar generando uno futuro. A esta idea de historia infinita se suman otros juegos que ya vimos en diferentes películas, como contar la misma historia desde dos perspectivas diferentes. En The Day He Arrives (la película anterior a En otro país) el juego llegaba a tal punto que la narración se desmigajaba en narraciones breves que contaban diferentes posibles versiones de un mismo día, con los mismos personajes.

 

En otro país juega un juego explícito: antes de que empiece lo que podríamos llamar “el cuerpo” de la película, tenemos un prólogo. En este prólogo, una madre y una hija se ven obligadas a quedarse en una playa de Corea del Sur a la espera de que se resuelva un conflicto un tanto turbio en la capital. Aburrida, la hija decide empezar a escribir ideas para posibles guiones. Esas ideas (suponemos) son lo que vamos a ver a continuación: diferentes historias con diferentes personajes (interpretados siempre por los mismos actores) que en el fondo cuentan una historia única, la del revuelo que causa una mujer francesa (Isabelle Huppert) entre los coreanos con los que se cruza en esta playa de Corea del Sur.

 

 
En List (el corto que Hong Sang-soo filmó también en 2012) se retoma el principio de En otro país, pero ahí donde en el largo la hija empezaba una lista de posibles guiones, en el corto empieza a escribir una lista de todas las cosas que le gustaría poder hacer en la playa para tener un día perfecto.
 
Corto y largo tienen la misma semilla: un mismo personaje, las mismas circunstancias, los mismos planos, hasta el mismo pedazo de torta. Lo que cambia, simplemente, son las listas que se escriben. Ese juego (esa diferencia) es el que determina las variaciones de la narración, y hasta la extensión del metraje: En otro país podría haber sido List y viceversa. Y también podría haber sido cualquier otra cosa.

 

 
Como Renoir, como Kiarostami, Hong Sang-soo pone en evidencia la máquina narrativa (de forma explícita en esta última película, aunque ya lo venía haciendo en el cuerpo completo de su obra, esa gran variación infinita de lo mismo) sin dejar nunca por eso de creer en lo que está narrando. Sabemos (porque se nos dice, pero también porque la repetición lo hace explícito) que lo que estamos viendo es falso, pero no por eso amamos menos a los personajes interpretados por Isabelle Huppert, a ese salvavidas un tanto tonto que toca mal la guitarra pero igual nos conmueve. Las variaciones de lo mismo ponen en evidencia algo que va más allá de la mentira de la narración. 

 

Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: