Por Gabriela López Zubiría.
Aquí pueden leer un texto de Paula Vázquez Prieto sobre el 15º Festival de Derechos Humanos, y acceder a las críticas de otras películas programadas.

La lengua popular se apropia de palabras y las resignifica, y este es un muy buen ejemplo. ¿A qué nos referimos cuando decimos “es un quilombo”? Desde hace más de un siglo se lo relaciona con lío, desorden, caos y, también, con burdel (o puterío, en buen romance). Según el diccionario, originalmente, la palabra ‘quilombo’ (del kimbundu ‘kilombo’) es un término usado en América Latina para denominar a los lugares, o concentraciones políticamente organizadas, de negros esclavos cimarrones (que se han liberado a la fuerza) con alcaldes negros que ejercían su autoridad al interior de los mismos.
Poner al descubierto la falacia de que “en Argentina no hay negros” es el punto de partida de El último quilombo, segunda película de Alberto Masliah, quien en 2004/5 filmara Negro Che, un documental sobre la comunidad caboverdiana (los afro porteños, como los nombra el director) de la ciudad de Buenos Aires.
Es así como la cámara nos lleva a San Félix, un pequeño poblado en el interior de Santiago del Estero, provincia con una gran tradición afro invisibilizada. Un censo de la época colonial consigna que, en 1778, el 54% de la población de la provincia era de raza negra.
En un primer momento el espectador se siente algo abrumado por la belleza del paisaje, y la exquisita musicalización de Mariano Fernández, pero rápidamente nos ponemos en tema. No se trata de “la belleza de lo natural”, sino de poner en evidencia las condiciones de abandono en la que se encuentran estos poblados y sus habitantes.
Podemos identificar tres momentos narrativos a lo largo del documental. El primero es la descripción de la geografía y el día a día de sus habitantes. En segundo lugar está el relato de aquellos. Esta instancia podría inscribirse dentro de cierta corriente de registro antropológico, pero eso no le quita densidad ni belleza a lo que vemos y oímos.


El relato se articula, esencialmente, en la voz tres mujeres. Antonia Marciana Matias, Josefa Salustriana Matias y Elba Marta Matias (acompañadas por sus hijos varones) son las responsables de la transmisión oral de la historia. En este sentido la película funciona como registro para ellos y para nosotros. Los relatos se completan con los testimonios de Titilao Alderete, Eleuterio (el telo) Melián, Pascual Loyolo Matias, Cirilo Reynaga, Oscar Alderete, Carlos Torres, Victor Loyolo Matias, Juan Domingo Torres, Omar Torres, Rosario Melian. Así conoceremos sus historias personales y, también, se irán corriendo los velos del desconocimiento absoluto sobre el destino de la población afrodescendiente en nuestro país.
San Félix, originalmente El Rosario, fue el regalo de casamiento que el terrateniente del lugar le dio a una pareja de esclavos, unas 200 leguas en el centro de la propiedad. Y allí se establecieron, tuvieron hijos que, a su vez, tuvieron hijos, y nació la comunidad. Una comunidad que se autoabastecía, y que crecía al punto tal que, con la llegada del maestro, el emprendedor Señor Infante (ya en el siglo XX), se organizaron para construir la escuela del pueblo, que aún hoy funciona, y el camino.
Sobre el final de la película aparece el conflicto, relacionado con la posesión y la permanencia de los pobladores en el lugar. Las tierras no están escrituradas desde la donación original y, por años, las propiedades han pasado de un pariente a otro. No hace mucho han aparecido “propietarios” de otros lados (Córdoba, Tucumán) a reclamar la posesión, esto ha puesto a San Félix y a San Andrés (el poblado vecino) en alerta, y están accionando todos los canales posibles para resolverlo.

El final es el espacio de la identidad donde los personajes se presentan y devienen personas con nombre y apellido. “Quería dejar claro que esta gente, a pesar de que lo dicen poco y tienen ojos claros, son afrodescendientes. Lo fenotípico se perdió en la mayoría de los casos”, afirma el director.
A lo largo del relato no veremos a demasiados jóvenes, sí a los niños en la escuela, pero no a sus madres. Consultamos a Alberto Masliah sobre estas ausencias y nos respondió: “Está claro que los niños están en la escuela, o gran parte de ellos. El problema son los jóvenes que, en general, se van a otros pueblos, o a Santiago (Ciudad), a estudiar y trabajar. Las madres jóvenes son un misterio. Estuvimos con alguna que, finalmente, no aparece en el documental, pero la sensación general es que preferían que hablaran los hombres, sean estos sus hermanos o sus esposos. Creo que, además, tanto en ellos como en nosotros predominó la idea de que esta historia la tenían que contar los viejos”.
Por su parte, Celeste González Castro, la productora santiagueña de la película, precisó que El último quilombo se propone dar luz a esta todavía vigente historia de desaparición y miseria. Gran parte de la sociedad argentina ha llevado a los integrantes de este grupo social a ese estado. Se trata de otro recorrido por el camino de la recuperación de la memoria negra de la argentinidad”. 

El último quilombo (Argentina, 2012), de Alberto Maslíah, 65’.

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