vlcsnap-2016-01-27-20h29m10s744[1]Afiches. Las publicidades que preparan al espectador para un estreno en salas promueven un sistema de signos cuyas promesas suelen no coincidir del todo con el universo de la película. En tal sentido, el difundido afiche de En primera plana (Spotlight en el original) es engañoso: no sólo apela al recurso remanido que confronta instantáneas de los rostros de los actores –sector superior- en relación con un plano abierto que devela el mundo de la acción –sector inferior- sino que lo más pregnante -dichos rostros que preanuncian el dramatismo de una situación urgente- no tienen mayor relevancia en el trabajo del director Thomas McCarthy. De esos primeros planos no deduciremos casi nada de la vida de los protagonistas; sólo –y nada menos– de una problemática en común que, más que preocupar, los ocupa. Sus inquietudes, el por qué de las mismas a través de sus intimidades y cómo les afecta a cada uno, se encuentran relegadas como tema, reemplazadas por el tema mismo.

La democracia del mundo. Spotlight entra por la ventana a Hollywood, cocina universal de historias individuales, de promoción de espectadores-voyeur de mundos privados y de marcos de referencia sociohistóricos reemplazables por cualquier otro.

Pero entra. Y nada menos que con seis candidaturas al Oscar que incluyen Mejor película y Mejor director. Lo cual no da cuenta en absoluto de la amplitud de un sistema, sino de que quizá el mayor símbolo cultural del sistema capitalista, de su naturalización, de su confirmación y reconfirmación a través del tiempo en la punta simbólica de la pirámide de los festivales –con la casi totalidad de la crítica imponiéndose cubrir anualmente sí o sí el corpus de material candidateado en el epicentro occidental- se va aggiornando en función de conservar su rol central. El Oscar es la metáfora por excelencia del mundo de la Democracia representativa, sistema promovido por un solo país a todo el planeta. Un país que decide qué es democracia en el mundo y qué no.

Y dentro de su amplitud democrática aceptó a través del tiempo ser criticado desde adentro por su intervención a países tercermundistas, por su complicidad en golpes de estado durante el siglo pasado o por la destrucción de vidas humanas a cargo de la mismísima maquinaria hollywoodense, como en Sunset Boulevard (Billy Wilder, 1950) y Mulholland Drive (David Lynch, 2001), por citar algunos tópicos. Y en el caso de En primera plana, la maquinaria se carga al hombro a curas pedófilos del estado de Massachusetts puestos en evidencia por el grupo de investigación periodística Spotlight, perteneciente al Boston Globe.

El proceso de identificación con aquellos engañosos rostros del afiche, llega a la culminación con la promesa de estar asistiendo no a una representación, sino a la realidad: el sistema de signos continúa en la película misma, que abre con la leyenda “Basada en hechos reales”.

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El camino del héroe colectivo. Los integrantes del héroe colectivo ocupan la totalidad de las escenas de la película en forma alternada. Un héroe planteado a partir de un guión y una puesta en escena que omiten lo que en las películas de género en su estado más puro resulta ser el elemento que mayor interés suscita, pues el nivel de distanciamiento con respecto a las vidas privadas de los protagonistas y a sus intimidades, sumado a la inexistencia de acciones heroicas concretas que comprometan sus integridades físicas y sus vidas, llevan a desterrar de plano la relación del espectador con “Héroes” desde su acepción más convencional, aunque lo son en contraste con el resto de una sociedad que naturaliza los hechos más aberrantes.

De este modo –y cuentan que así sucedió fácticamente– un grupo, que formaba parte de esas mismas omisiones y naturalizaciones hasta la llegada de un nuevo editor en jefe a la redacción, deviene héroe casi por casualidad: por prepotencia de trabajo, apasionamiento por la investigación en función de un nuevo posicionamiento que no excluye una mezcla de asombro ante cada hallazgo periodístico y una cuota progresiva de indignación. Los efectos en cada uno de los integrantes del grupo conforman una variada paleta receptiva, que confluye en un motor que tiene como efecto un proceso de desnaturalización de los peores delitos sexuales que ocurren a la vuelta de cada esquina.

Metrópoli y clases sociales. Así y todo, McCarthy escamotea la psicología de los personajes y niega el protagonismo de los primeros planos, tan habitual en el género. Estos planos se hacen presentes, pero ya con una función diferente: no conoceremos el mundo interno de los personajes a través de los mismos, sino que nos encontraremos con rostros–puente para el advenimiento de otro universo de planos más abiertos que sí gobernarán la película. Encuadres que ya no jerarquizarán un duelo entre oponentes sino la relación de los cuerpos con un entorno no hostil, más bien de lo más sospechosamente cotidiano y familiar, en una variante de la función del plano americano; también planos enteros de los cuerpos que promueven la idea de grupo; y planos generales por los cuales se desplazan los personajes, que no los dejan en evidencia en un espacio abierto, en general hostil si de un drama se trata. Estos últimos promueven la mínima contextualización necesaria, sugiriendo una engañosa contención.

De tal forma, la metrópoli, ese espacio de arco social variopinto, se erige en la gran protagonista desde la composición del cuadro. El desplazamiento constante de los cuerpos anónimos de la ciudad –que en la película se actualizan mínimamente– elige resignar a la clase baja, predominantemente abusada sexual y socialmente en diversos órdenes. Quienes se desplazan por la metrópoli en el mundo de McCarthy son estos héroes de clase media. Sus cuerpos en acción se apoderan del cuadro, así como sus rostros del afiche. En cambio los cuerpos violentados, victimizados, se encuentran en el mejor de los casos relegados a un rol secundario fuera del punto de vista, por lo tanto bajo la lente-lupa de la piedad; y en el peor, a alusiones que los relegan al fuera de campo. Por supuesto, en el afiche que vende la película, omisión total.

file_611849_spotlight-trailer[1]El poder más absoluto. En primera plana es una película que jerarquiza narrativamente lo que en el cine de géneros más puro resulta secundario. Pero la fórmula no se cuestiona: se refunda a partir de una forma muy autoral de acercar al público una galería de héroes tan estadounidenses y tan creyentes como aquellos. Porque la identificación con el héroe –individual o colectivo–lleva a su totalización por parte del espectador. Y el grupo no es quebrantado en ningún momento en su fe judeocristiana, cualquiera de los monoteísmos es válido, incluso aunque se piensen a sí mismos o no como creyentes. Marty Baron, el editor en jefe, dice en un momento: “La iglesia quiere que creamos que son sólo algunas manzanas podridas”. La lista de sacerdotes pedófilos se va ensanchando progresivamente, llegando hasta el cierre de la película, en el cual las denuncias por abuso en la redacción se multiplican.

Pero aún con las manzanas podridas ocupando todo el árbol (los curas pedófilos encubiertos por las jerarquías eclesiásticas llegan hasta el Vaticano), el árbol mismo –la Institución, y sobre todo la idea de lo Uno que gobierna el universo- se reconfirma más sólido que nunca gracias a En primera plana.

¿Todos somos Spotlight? Después de todo, del dominio de las instituciones se trata. McCarthy sabe, como lo sabe cualquier realizador de la Fábrica de Sueños, que el espectador de sus películas ya viene entablando una relación de años con la promoción de su sueño local. Por más que la tendencia de gran parte del cine estadounidense contemporáneo reside en explotar una nueva y falsa versión de lo que se presume como “caída”, a través de la mostración de miserias de sectores del poder (por ejemplo, del eclesiástico), pero mientras exista un héroe para identificarse, el Sueño seguirá intacto. David Griffith y su Nación renacen en cada película que renueva el cuento.

Por ello, no es lo mismo el proceso de identificación con todos los héroes: los de otros países por lo menos son independientes de ese sueño foráneo. Pero el vínculo exportable con el héroe estadounidense lleva de arrastre también la identificación con Estados Unidos mismo y su Sueño; como si nos perteneciera a todos. De la captura del espectador en cualquier confín de la tierra resulta –si el mecanismo cumple su objetivo– el deseo de estar allí y formar parte de la galería de inmortales.

De este modo quedan relegadas las posibles asociaciones con problemáticas de cada región sobre las cuales podrían rebotar los temas de la película. A modo de auto test: si los protagonistas son periodistas… ¿En primera plana nos lleva a pensar acerca del rol de la prensa en Argentina? O, ¿habría tenido el mismo efecto en caso de que la hubieran estrenado en nuestro país en 2015, hace escasos meses, con la vigencia de una ley discutida ampliamente y votada por el Congreso, cuyo objetivo central era evitar la concentración mediática y que el consumidor no quedara a merced de los monopolios? ¿Abre la reflexión sobre la anulación de tal ley por medio de un decreto sin ningún tipo de necesidad ni urgencia? ¿Lleva al espectador, aunque sea por un instante, a volver sobre estas problemáticas urgentes?

Si la respuesta es negativa, los mecanismos de identificación promovidos universalmente han hecho una vez más un excelente trabajo.

Aquí pueden leer un texto de Andrés Fevrier sobre esta película.

En primera plana (Spotlight, EE.UU. / Canadá, 2015), de Tom McCarthy, c/Mark Ruffalo, Michael Keaton, Rachel McAdams, Liev Schreiver, John Slattery, Stanley Tucci, 128′.

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