20104185723_0ca6c3e963_oCualquiera que haya pasado algún tiempo en la redacción de un diario (en mi caso, la mayor parte de los últimos 18 años) se sentirá identificado con En primera plana. El minucioso retrato que hace la película del trabajo cotidiano de un grupo de reporteros permite adentrarse en una zona que en general las películas sobre el periodismo y los periodistas no abordan. La necesidad de buscar imparcialidad -un valor que se construye sobre la base de la independencia-, la mala praxis, la autocensura, las contradicciones internas y los conflictos inherentes al funcionamiento de cualquier gran matutino, entre otros temas, se presentan en la película con inteligencia, sin subrayados ni discursos ampulosos. En el fondo, lo que plantea es la dificultad de mirar más allá de lo que indica el sentido común, ese discurso que siempre se instala desde el poder.

En primera plana narra cómo un equipo de periodistas de The Boston Globe investigó entre 2001 y 2002 los casos de abusos a chicos y chicas dentro de la iglesia católica. En una serie de notas el diario denunció que la arquidiócesis local protegió sistemáticamente, a lo largo de varios años, a decenas de curas pedófilos, un caso cuyas resonancias llegaron hasta el Vaticano. Como lo indica su título (el original en inglés, Spotlight, pero también el del estreno argentino), se trata de una película sobre el periodismo y no sobre la pedofilia, más allá de que también se expongan algunas de las razones por las cuales estos casos fueron y son frecuentes.

Sería muy sencillo apelar a algunas máximas de la crítica cinematográfica perezosa y tildar a En primera plana de chata o incluso televisiva, sea lo que sea eso. Nada que ver: la película no se conforma con ilustrar a puro plano y contraplano uno de esos casos que sacuden a la opinión pública, sino que desde la puesta en escena, el montaje y la composición de algunos encuadres propone elementos que la enriquecen. Por ejemplo, la recurrente apelación al montaje paralelo no es sólo un recurso narrativo (es decir, no sólo hace avanzar ordenadamente la narración) sino que carga de sentido lo que se muestra. El director Tom McCarthy ya había demostrado ser un tipo con sensibilidad y buen tino para manejar situaciones delicadas en sus anteriores películas, sobre todo en las muy buenas The Station Agent (2003) y Visita inesperada (2007). Aquí pulió aún más esas virtudes y además demostró que puede narrar con suficiencia -sin atosigar al espectador con excesiva información pero sin tampoco subestimar su inteligencia- una historia complicada, llena de nombres y personajes. Los primeros dos minutos, antes de los títulos de créditos, son un ejemplo notable acerca de cómo introducir un conflicto.

29-liev-schreiber-spotlight.w750.h560.2xHay dos personajes claves en la película, por el rol que juegan en la historia y por lo que representan. Uno es Marty Baron (Liev Schreiber), el nuevo secretario de redacción del diario. El otro es Mitchell Garabedian (Stanley Tucci), un abogado que desde hace años asiste a las víctimas de los abusos. El primero es de origen judío, el otro armenio, no casualmente dos pueblos víctimas de genocidios que en algún momento de la Historia fueron minimizados o directamente negados. Hay un breve diálogo que explicita esta idea:

– Si hubiera noventa de estos bastardos la gente lo sabría -dice en un momento uno de los editores del Boston Globe en relación a los curas pedófilos.

– Tal vez sí saben -apunta otro periodista.

– ¿Y nadie dice nada?

– Buenos alemanes.

– No creo que esa sea una comparación que quieras hacer pública -concluye el editor, haciendo pública extradiegéticamente la comparación.

Garabedian es particularmente relevante porque representa a todos esos personajes algo incómodos que denuncian lo que nadie quiere oír, lo que el sentido común indica que no puede estar ocurriendo. ¿Cómo puede haber noventa curas pedófilos en Boston sin que nadie diga nada? Garabedian es -para ponerlo en los términos de una célebre frase de George Bernard Shaw- un hombre irrazonable, que no se adapta a lo dado sino que intenta cambiarlo. Todo esto está sostenido desde la gran actuación de Tucci y desde la puesta en escena. Garabedian es un tipo poco prestigioso, mal visto por sus colegas, que trabaja en una oficina caótica, con pilas de papeles y cajas por todos lados. Viste trajes baratos y come en la calle, a las apuradas, porque no puede perder dinero y tiempo en suntuosos restaurantes o cócteles organizados por el establishment.

spotlight-2En lugar de presentar una teoría conspirativa (un enorme pacto de silencio institucional para encubrir a los curas pedófilos), lo que la película plantea es más complejo y desolador: la dificultad de mirar más allá del discurso dominante. “Si se necesita un pueblo para criar a un chico, se necesita un pueblo para abusar de él”, dice Garabedian en un momento. El propio Boston Globe había tenido la información sobre los casos de abusos varios años antes y no supo verla, no porque el diario -al fin y al cabo, una institución poderosa en la ciudad- se negara a publicarlo sino porque sus propios periodistas no supieron verlo. La película no niega que los grandes medios son también grandes empresas con grandes intereses (en un momento, el nuevo jefe de redacción es advertido sobre los riesgos comerciales de avanzar con la investigación), pero también muestra a los periodistas como personas falibles, rodeadas por un contexto que a veces no pueden o no saben manejar. El periodismo es una profesión conflictiva que requiere de actitudes -como la imparcialidad y la independencia- que no siempre son fáciles de asumir. La mala praxis es más común de lo que suele pensarse.

En primera plana recupera, además, el placer de ver a gente adulta y pensante discutiendo ideas. En un Hollywood que cada vez con más frecuencia apela a bombásticas historias de superhéroes o sobrecargados dramas de época, McCarthy y el guionista Josh Singer confían en el poder de una buena conversación, de un periodista haciendo la pregunta correcta o de un entrevistado que responde con inteligencia (“Tenés que entender que era la primera vez en mi vida que alguien me decía que estaba bien ser gay. Y era un sacerdote”, dice una de las víctimas). Hay muchas y muy buenas películas sobre el periodismo y los periodistas. En general oscilan entre cierta idealización del oficio (El informante, Los secretos del poder) o una crítica a su costado cínico (Cadenas de roca, Primicia mortal). Esta esquemática caracterización -tres de las mencionadas arriba son grandes películas- no habla de calidades, sino de una forma de encarar el tema. Lo de En primera plana es distinto: no sólo expone las contradicciones internas del oficio sino que además sugiere algunos de sus límites.

Aquí pueden leer un texto de Luis Franc sobre esta película.

En primera plana (Spotlight, EUA/Canadá, 2015), de Tom McCarthy, c/Mark Ruffalo, Michael Keaton, Rachel McAdams, Liev Schreiver, John Slattery, Stanley Tucci, 128′.

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