9E302D7A-F922-77CA-E8D311289EED9C59Hollywood parece haber entendido que, en los tiempos actuales, la rentabilidad de sus franquicias actúa a modo de colchón financiero para el sostenimiento de una industria cuyas ideas languidecen, o por lo menos se han tornado por demás perezosas. Todo proyecto aislado es sinónimo de riesgo, por más estrellas o directores de renombre que participen. La vuelta a atrás en la historia de uno y otro superhéroe, las interconexiones de sus aventuras en apuestas como Los vengadores, los spin off de personajes secundarios que son bendecidos con tramas propias, la explotación de viejos sucesos televisivos, best sellers editoriales o algún que otro tema pre deglutido por la audiencia, otorga un panorama previsible para la inversión y la consecuente minimización de un posible fracaso. Todos ya conocemos todo, sabemos de qué va la película antes de que se estrene, sabemos del héroe y su conflicto, intuimos los vericuetos que asumirá la trama, anticipamos el final. Pero ese no sería un problema: todo el cine de género en el período clásico se apoyaba sobre moldes y previsibilidad, sin embargo el placer de ver algo que resultaba familiar estaba en la forma de las pequeñas sorpresas, en la emoción y el placer del drama que hacía del espectador un partícipe y no un mero degustador de la cena en un cine premium.

Gran parte del cine mainstream actual ha aplanado la idea de puesta en escena hasta hacerla irremediablemente chata y digestiva. No es que las películas salen mal, es que así parecen que están destinadas a ser. Y el apogeo de esa lógica parece haber llegado con el regreso del hombre araña de Marc Webb de la mano de la empresa Sony. El sorprendente Hombre Araña 2 no es más de lo mismo, es lo peor de lo mismo. Nunca hay verdadero peligro, ni emoción, ni ningún sentimiento. La pantalla digital se torna un envase donde el guión acumula villanos, giros dramáticos forzados y cambios de parecer arbitrarios e improductivos. La inclusión en el equipo de guionistas de dos de los colaboradores de J.J. Abrams (uno de los directores más lúcidos respecto del sentido de la aventura en la producción del cine comercial estadounidense) no ha logrado dar cuerpo a una serie de situaciones aisladas, compendio de los estadios de una tragedia, caprichosa en su origen y banal en su resolución, punteada por situaciones de comedia slapstick torpes y desprolijos que no descontracturan un dramatismo nunca creado sino que hacen del producto final un gigante rengo intentando hacer la digestión.

906429 - The Amazing Spider-Man 2

Parece que lo único seguro para las mentes que lo dieron a luz es esa tela de araña de confort que supone la combinación exitosa entre el superhéroe (emigrado en este caso del cómic, pero podría haber sido de la nueva literatura juvenil o de los videojuegos) y el adolescente. Adultos aniñados, conflictos de responsabilidad, traumas identitarios, todo se subsume en un cóctel de medianía y languidez que incluso toma al espectador joven (capaz de identificarse con ese universo representado) como un mero autómata, inyectado en el vértigo de una pantalla casi interactiva. Pasada la página de las versiones de Sam Reimi, ahora la clave es el equilibrio entre el romance de Peter y Gwen, y algunas aventuras con los malos para mechar el aburrimiento. Sin lugar a duda, la química de la pareja que forman Andrew Garfield y Emma Stone es clave para que la película no se desmorone a los 5 minutos del inicio, sin embargo es insuficiente.

Desde el final de la vida escolar de Peter –que ocurre en la primera secuencia- ya se hace evidente que no habrá intento alguno de hacer convivir –de manera conflictiva, naturalmente- esa vida ordinaria del fotógrafo Parker con su doble enfundado en un traje de látex y responsable del combate de la criminalidad en Nueva York. Su primer intervención más que lúdica es decididamente imbécil, los chistes no terminan de funcionar, el primer villano es intrascendente e innecesario (desaprovechando a Paul Giamatti en dos o tres escenas bastante bobas), el Max Dillon/Electro de Jamie Foxx no termina de desplegar su patetismo de hombre olvidado que busca reconocimiento a fuerza de conmoción social y repercusión mediática, y el Harry Osborn de Dane DeeHaan, que podría haber sido más efectivo y más inquietante, queda como un esbozo para la tercera parte.

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Hay, sin embargo, un personaje interesante, que aparece en dos o tres escenas. Es el doctor Kafka (para que no digan que no hay guiños intelectuales) del manicomio donde recluyen al pobre Max luego de la descarga eléctrica masiva que lo convierte en el villano azul fluorencente. Todos sus dichos, sus labios pintados, sus gestos clownescos y su conducta bizarra recuerdan al cine de freaks de James Whale allá por su período Universal, con esos monstruos y creadores ambiguos, llenos de ambiciones e ideas que eran las del mismo director. La fugaz aparición del loco Kafka, encargado de encerrar a este hijo bastardo e iluminado del Frankenstein de Mary Shelley, recuerda criaturas como el Dr. Pretorius en La novia de Frankenstein (1935), que se tomaba una copetín mientras buscaba cadáveres, o al genial Claude Rains como el megalómano y transparente hombre invisible ideado entonces por Whale casi como una sátira del ascendente Adolf Hitler.

Géneros como el terror, la aventura y la ciencia ficción tienen una tradición riquísima en lecturas osadas sobre la vida contemporánea, sus angustias y dilemas, sin necesidad de caer en relatos pasivos y desmembrados. Lo que Webb debe decirse a sí mismo, o  a sus jefes corporativos, es que se puede tomar algún riesgo de vez en cuando. Aún con las restricciones de una franquicia, las necesidades de rédito económico y la búsqueda de continuidad en las sagas, se puede hacer una película que importe, que emocione, que nos diga algo sobre el mundo en que vivimos, o que aunque sea nos haga saltar de la butaca.

El sorprendente Hombre Araña 2 (The Amazing Spider-Man 2, EUA, 2014), de Marc Webb, c/Andrew Garfield, Emma Stone, Jamie Foxx, Paul Giamatti, Sally Field, Dane DeHaan, 142’.

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