Promediando la película, y perdón por este arranque abrupto, el personaje de un abogado se pregunta si trabajar mal tiene que ver con esta nueva juventud. Lo pronuncia con disgusto, y está dirigido a una abogada novata que trabaja para él. Esa novata va a terminar triunfando al final de la trama. Y va a triunfar pese a trabajar como el orto. Ahora bien, el director de esta película se llama Tyler Perry, es cincuentón, dirigió más de catorce películas en los últimos catorce años, y entre guiones propios llevados al cine y actuaciones, suma otras treinta películas más. Su currículum le responde: «no, no es cosa de la juventud». Y esto que dirigiste podría llamarse “El pueblo de los profesionales pedorros”. Una película en la que jóvenes comenten un montón de errores que conducen a buen puerto.
Netflix nos avisa que A Fall from Grace es un thriller, un drama. Y lo cierto es que la película claramente busca inscribirse allí, en el campo del suspenso y las películas de juicios, aunque en los detalles evoque a otros géneros. Esos detalles, para el espectador con un ojo más allá de las tramas y familiarizado con las decisiones de esta plataforma, se le vuelven recurrentes. Netflix estrena películas como si fuesen chorizos, las escupe una detrás de otra. Y a todas parece que les falta cocción, siendo ingenuos y no pensando que en realidad lo que se busca es únicamente lucro, aceitar la maquinaria, minimizar costos. Entonces todas las películas por momentos se parecen a un thriller, incluyen algo de drama, hacen chistes como en una sitcom, y porqué no también durante unos minutos suman un poco de gore. Alguien podrá pensar que es a propósito. Y está bien: cada uno elige comerse lo que gusta.
Los escenarios, la iluminación, los exteriores, los interiores, las escenografías, todo choca con todo. A Fall from Grace no tiene criterio estético, y el desbalance es tal que, por ejemplo, al pasar de una escena de exteriores a una en interior, cuesta no irse de clima. Por momentos la paleta la dominan los azules, y de pronto cambió de escena y ganan los rojos. No es únicamente una simple cuestión de temperatura, es el clima de la película, los personajes se contraen y dilatan entre el miedo, la risa, el pánico, los mimos y así. En igual sentido, las escenografías de interiores no resultan naturales. El ejemplo es una escena en una cocina, para la cual el director dispone en línea paralela al fondo, la mesa y las dos sillas en las que se sientan los personajes, todo filmado desde el mismo lado, como si fuese Polémica en el bar o una mala obra de teatro, nunca cine.
Los personajes hacen cosas ridículas para sus profesiones. Y no al no conseguir gracia alguna, le quitan credibilidad. Un policía allana una casa sin sacar la pistola, cuando es atacado responde a los agarrones. Una abogada en pleno juicio erra el procedimiento y se queja con berrinches. A los secuestradores se les escapa constantemente la misma secuestrada. La mina que trabaja en el banco deja todas sus claves de seguridad expuestas. El tipo que maneja el helicóptero de la cana enfoca sin querer con el reflector a una posible suicida, y por su culpa ésta se echa un clavado final. El fiscal le pide a sus empleados que laburen como el culo. Y así sigue una lista interminable de situaciones que parecen más la justificación de un guion crudo que la existencia de un pueblo en el que todos cogen entre hermanos y primos.
Pese a todo, la película puede resultar entretenida. Y en eso me recuerda a La vengadora, la miniserie australiana del 83 que en argentina repitieron exitosamente en la televisión abierta por lo menos tres veces. En aquella miniserie una modelo era arrojada por su esposo a los cocodrilos. El tipo la había engañado, lo tenía todo planeado. Pero éste la cree muerta, festeja y se desentiende de la cuestión. Cuando la modelo sorpresivamente aparece viva, bastante hecha torta pero aparece, la serie nos propone el suspenso y esperamos la venganza. Ahí arranca la acción, esa venganza es la trama principal. El detalle «Tinelli» que nos hace sufrir es que la modelo quedó desfigurada: es un monstruo, y eso le aporta el drama. La serie atrapaba, quizá con minutos de más, pero atrapaba. En A Fall from Grace, esta película que bien hecha sería bastante parecida a La vengadora, tenemos a una mujer que se siente sola y vieja. De pronto, en su vida aparece un musculoso con guita y viajado que se enamora de ella y se casan. Todo muy lindo hasta que ella se da cuenta de que el tipo le afanó todo, plata, propiedades, todo. Lo tenía todo planeado. La mujer se queda en bolas y se siente una estúpida. Pero no hay trama de venganza, hasta la mujer se da cuenta bastante tarde que fue estafada. El problema de A Fall from Grace es que el director y guionista nunca se decidió si la trama principal de la película era el problema de la mujer estafada, la confusión vocacional de la abogada que la defiende, o el misterio de la amiga, que tiene un papel tan sospechoso que da bronca. El director no se decide, al punto de que habría que levantar apuestas sobre cuál de las dos mujeres, la abogada o la esposa estafada, es la protagonista principal.
El Pueblo De Los Profesionales Pedorros termina con un cabo suelto y la advertencia de un parlamento final: “esto no terminó”. Después de esta escena última, a casi hora cuarenta, al espectador no le hace mucha gracia pensar en una secuela. Pero quizá si no se apuran mucho y cambian los tiempos, a este primer acto berreta le podría seguir una buena segunda parte, pensada para gustar, para estremecer y maravillar, y no para ganar guita.
Calificación: 2.5/10
A Fall from Grace (Estados Unidos, 2020). Guion y dirección: Tyler Perry. Fotografía: Terrence Laron Burke. Elenco: Crystal Fox, Phylicia Rashad, Bresha Webb, Mehcad Brooks, Cicely Tyson. Duración: 115 minutos. Disponible en Netflix.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: