Ubicada en el festejo del bicentenario de la Independencia de México y del centenario de la Revolución, las casi dos horas y media de El infierno se presentan como una crítica mordaz al estado actual (al menos, en 2010) de la situación social -con eje en la delincuencia, la miseria y el narcotráfico- de ese país, específicamente del norte de México.
Para el espectador fuereño, como es mi caso, que no está empapado del devenir cotidiano de la política y la sociedad mexicana, la sátira no aparece. Lo que sí aparece es un relato muy remanido de hermano que vuelve al pueblo y se encuentra con que todo cambió. Veinte años después de su partida son todos mafiosos/narcos/sicarios y su hermano menor está muerto, lo que desencadena la venganza; al final -con prácticamente todo el reparto masacrado- descubrimos cuál fue la traición, y la venganza finalmente se ejecuta. Un argumento muy, pero muy visitado por el cine (particularmente el norteamericano) pero, en este caso, con el fuerte color local dado por la sequedad de la tierra, el paisaje desértico, las peleas de gallos, mucha miseria, ignorancia, “chingadas, vates, carnales y cabrones”, todo muy condimentado de violencia, tiros, sangre, muertos y hasta cierto coqueteo con el gore.
Quizás sea el fuerte color local y los guiños tan exclusivamente mexicanos los que atentes contra la universalidad del film que, por otra parte, no tiene por qué serlo.
El Infierno viene a cerrar la «trilogía de denuncia» de Luis Estrada que incluye La Ley de Herodes (1999) y Un mundo maravilloso (2006), las tres protagonizadas por el notable actor Damián Alcázar, y ha sido un éxito de público en México desde su estreno (no puedo dejar de pensarlo como un cruce entre Campanella, con su tan conservador costumbrismo nostálgico, y Jorge Lanata, con sus denuncias espectaculares y efectistas).
La película es prolija. Un guión efectivo, muy buenas locaciones, ambientaciones, climas, una excelente fotografía y la acertada banda sonora repleta de música regional construyen un efectivo y creíble contexto que se completa con un elenco sólido en el que destacan el protagonista y Joaquín Cosío, que se pone en la piel de «El Cochiloco», interesante personaje en quien recae la «explicación» de la trama («el infierno es aquí merito. ¿Ya no se acuerda cuándo éramos chamacos el hambre que teníamos, el canijo que pasábamos, la miseria en la que vivíamos? (…) como ahora mismo que cabrones como nosotros andan matando así porque así, nada más porque no tienen una manera decente de vivir. Me cae que esta vida y no chingaderas es el verdadero infierno«.) Así y todo el resultado no es feliz, quizás la duración excesiva para un argumento poco original y absolutamente previsible, demasiados e innecesarios personajes secundarios que poco y nada aportan a la trama (que casi todo el tiempo nos recuerda a los Buenos muchachos de Scorsese y, como muchas de las películas de gangsters del presente, al cine de Coppola).
Todo lo demás es trazo grueso, desde los patrones (dos hermanos ganaderos devenidos en narcos que pelean por la supremacía zonal) y su discurso «de izquierda» criticando al capitalismo, la miseria de los viejos, la ignorancia de todos (los muertos se dejan con carteles de advertencia que exhiben faltas de ortografía groseramente calculadas), la pasividad de las mujeres, que son putas, madres o ambas, la policía local y la nacional absolutamente corruptas, el gobierno del pueblo trabajando para los patrones (los dueños del dinero son quienes detentan el verdadero poder) y la Iglesia, claro, siempre del lado de los poderosos. Insisto: una pintura de trazo grueso que, desde el inicio de la película, da cuenta de México (al menos de este recorte de México) como el paraíso de la violencia injustificada, la corrupción y el abuso. No encuentro la veta de la sátira mordaz y ácida, tampoco el corolario de la denuncia. Esto último me recuerda más a las denuncias efectivas y ruidosas de la más amarrilla y rancia tradición televisiva en las que no hay propuesta ni crítica y sólo parecen estar destinada a horrorizar a los espíritus bien pensantes.
El infierno (México, 2010), de Luis Estrada, c/Damián Alcázar, Joaquín Cosio, María Rojo, Ernesto Gómez Cruz, Elizabeth Cervantes, 145’.
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Pocas veces he visto una «crítica» (si así se le puede llamar a este… escrito. Perdón pero no se me ocurre una palabra para nombrarlo) así tan deficiente. La autora dice, casi desde el principio, que no está «empapada» del devenir político y social de México; cuando eso sucede, señora mía, existe el «trillado» (o como usted dice «remanido» , yo si investigué) recurso de la investigación. Y es por eso y solo por eso, que su crítica es fallida en casi su totalidad. No entendió, no comprendió, ni realizó esfuerzo alguno por así hacerlo.
Sin más, señora mía, una crítica no se debe hacer (y menos aún cuando se expresan juicios de valor) cuando uno no ha comprendido cabalmente el objeto a criticar. Si no fué capaz ni de entender el argumento central (que no es la venganza, como usted lo indica) menos capacidad tendrá de entender la obra completa.
Muy barata y más que mediocre. si no tiene capacidad mejor será, para su futuro, que ya no intente hacer crítica. Peor aún sus editores que decidieron publicarla.