DC Comics y Marvel son, sin dudas, las dos editoriales más importantes de cómics de superhéroes en el mundo. Pero, mientras año a año el universo de Marvel se expande cada vez más, dándole mayor protagonismo a héroes originalmente menores de su universo y permitiéndoles un respiro a las estrellas de ese mundo (Spiderman, Capitán América, Iron Man y Thor, entre los más icónicos), DC Comics recién inicia ese camino para expandir su universo y así poder competir con su rival de toda la vida. En este contexto desigual entre los dos gigantes del cómic mundial es que llega el estreno del Aquaman. La película dirigida por James Wan (El conjuro) hace agua -valga la redundancia- cuando se toma el relato demasiado en serio, y que crece ostensiblemente cuando relaja el tono y la gracia le gana al músculo.
Aquaman es una película de presentación de personaje y, en ese sentido, el relato clásico funciona cuando no se exacerba el costado trágico del héroe (que lo tiene), siendo el principal acierto de la mirada de Wan el tono con el que se decide a narrar las aventuras de nuestro protagonista. Sostenido en el carisma de Jason Momoa, Aquaman es, como el actor que lo encarna, una película eminentemente física que, a diferencia del fiasco de La liga de la justicia, se anima a jugar con los géneros entrando y saliendo de ellos, siempre con un tono rayano en la parodia. En sus mejores momentos podría ser digno de algunas de las grandes comedias de la escudería rival, como las dos Ant Man o las dos Guardianes de la galaxia. El sesgo humorístico hace que el relato nos haga olvidar moralejas ecológicas obvias -los humanos malos ensucian el océano- que deterioran la película.
Aquaman es hijo de un humano y de una reina de la Atlántida, y si bien es esa marca que porta en tanto hombre escindido la que construye el germen de su travesía, a su vez ese costado de tragedia griega es contenido desde la dirección, evitando que la narrativa se obture, o se ponga excesivamente retórica, o se llene de simbolismos. La película se disfruta como se disfrutan los films de aventuras que veíamos cuando éramos jóvenes, y ese disfrute se logra por el humor zumbón que circula relajando las profundidades de la trama y riéndose de sí misma. En ese sentido, DC logra quitarse de encima esas capas geológicas de seriedad que son el karma de varias de sus adaptaciones desde que Christopher Nolan se hizo cargo de la saga de Batman allá por el 2005.
El carismático Aquaman de Momoa (que se parece mucho a un rugbier de los All Blacks) no está solo en este trajín de llevar el film hacia el terreno de lo físico: son aciertos de casting los siempre efectivos William Dafoe y el amado por la cinefilia, Dolph Lungrend. En ellos ancla la posibilidad de juego que nos brinda la primera adaptación en soledad de nuestro héroe acuático.
El conflicto, o la excusa argumentativa, del film de Wan es una guerra declarada entre el mundo acuático y el mundo terrestre, y es nuestro héroe el que debe resolver esa disputa entre sus dos mitades interiores. Lamentablemente, la película decae hacia el final, presa de algunas irregularidades en la resolución y algunos momentos pesados y alegóricos. Este intento de ofrecer un contrapunto desde el humor es una muestra de que el universo de DC también puede expandirse haciendo hincapié en personajes menores, y dando un poco de descanso a los líderes de la escudería (Batman y Superman).
Si bien es verdad que, comparada con la Mujer Maravilla feminista de Patty Jenkins (el mejor film de DC de la década y el más radicalmente político), Aquaman se encuentra un par de escalones abajo, hay que destacar que permite pensar la posibilidad de imaginar un futuro con más superhéroes que intenten salvar al mundo pero de modo mas relajado. El espectador agradecido.
Aquaman (Estados Unidos, 2018). Director: James Wan. Guion: David Leslie Johnson-McGoldrick, Will Beal, James Wan, Geoff Johns (basado en los personajes creados por Mort Weisinger y Paul Norris). Fotografía: Don Burgess. Montaje: Kirk M. Morri. Elenco: Jason Momoa, Amber Heard, Nicole Kidman, Wiliam Dafoe, Dolph Lungrend. Duración: 143 minutos.
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