Cuando era chico mi viejo intentó, durante un tiempo, hacerme afecto a la lectura. Me llevaba a su pieza y me leía el Quijote y las Novelas Ejemplares, y otras cosas de Cervantes (El licenciado Vidriera es una de las mejores cosas que leí en mi vida). El primer recuerdo de lectura que tengo es el de estar a upa, entre mis viejos, un domingo por la noche. Ellos me leían una versión en historietas de los Apeninos a los Andes. Toda mi vida estuvo marcada por esa cercanía con la lectura. Heidegger diría que soy un ser para la lectura.

Mi viejo se frustraba rápido, así que al ver que el castellano antiguo se me hacía difícil para el disfrute de la literatura abandonó sus intentos por colonizarme culturalmente. Podría decir, entonces, que le debo mi educación sentimental en términos literarios a mi vieja. Primero las colecciones del Pato Donald y después las historietas de DC de Editorial Novarro, junto a los Tintín y Asterix, fueron un antídoto ideal para combatir la melancolía a la que mi carácter siempre fue proclive.

Luego llegó la tele y ahí estaban los Super Amigos combatiendo el mundo: un Batman muy amable y naif (si lo comparamos con todo lo que vino después) junto a su inseparable Robin, Superman, la Mujer Maravilla y, mi favorito, Aquaman. En otras historias se sumaron Linterna y Flecha Verde, y también los Gemelos Fantásticos que tenían un poder rarísimo que era el de convertir las cosas en cubitos de hielo (manera extraña de combatir el mundo). La versión en dibujos animados de Hanna Barbera tenía la candidez de ese estudio (del cual salieron obras maestras en el terreno de la animación como fueron Don gato y su pandilla, Los Picapiedras y los Supersónicos).

En mi infancia pasaba horas en la cama de mis viejos leyendo las imposibles historias de Batman y Superman combatiendo a Luthor y el Guasón, entre otros supervillanos. Esas historietas las leía en un momento central de la historia del cómic americano, ya que promediando la década del 80 se produjo una revolución en el mundo de las historietas de la mano de autores como Frank Miller, John Bryne o Grant Morrison que transformó el imaginario de los superhéroes complejizando y sofisticando sus tramas y ampliando las posibilidades del género hasta límites insospechados hasta ese momento.

Esta revolución estética en el mundo del cómic, que se nutrió de la novela negra (dos tradiciones bastardas a la hora de trazar una historia literaria del siglo xx) y recordó que ambos géneros se consagran en un momento histórico determinando (la década del 30 del siglo XX, con su reguero de desocupación y pobreza extrema producto de la crisis de la bolsa de Wall Street), tuvo su correlato en el mundo del cine a inicios de la década del 90 con las dos refinadas versiones de Batman de Tim Burton (quizás las dos mejores películas del director de El joven manos de tijera).

Si bien ya pasó más de un cuarto de siglo del estreno de la Batman de Burton y a pesar de que la versión del murciélago protagonizado por Michel Keaton quedó un poco aniñada si uno toma de referencia la obra de Frank Miller (El regreso del caballero oscuro), llama la atención que en estas casi tres décadas DC, a excepción de las adaptaciones ya mencionadas, no haya tenido grandes adaptaciones cinematográficas de su universo (con la polémica excepción del solemne saga  de Nolan). En su intento desigual de competirle a su archienemigo directo (Marvel/Disney) en el mainstream del cómic es que surge la primera La liga de la justicia (algo así como Los vengadores de DC pero sin humor ni coherencia argumentativa).

La liga de la justicia es un retroceso evidente si se compara este producto con La mujer maravilla (el sobrevalorado film anterior de la escudería) que, a pesar de notorios defectos en la construcción del personaje de la princesa Diana, por lo menos define una heroína con una mínima personalidad propia y una historia clásica con el viejo cuco del nazismo en una narración al menos coherente y que despierta un moderado interés en el espectador.

El problema principal del film de Zack Snyder y Joss Whedon es el tono (y quizás en esto influye que Snyder debió abandonar la película cerca de su finalización debido a una tragedia familiar). Si uno contrasta antecedentes de ambos directores podríamos acordar que el tono solemne de Snyder que se observa en 300 y en sus películas filmadas anteriormente para DC (El hombre de acero, que es probablemente su mejor película, y Batman vs Superman, que es quizás la peor película de superhéroes de este siglo) perjudica mucho el relato, estancándolo y acentuando su lentitud hasta los momentos previos al final en el que recién pareciera relajarse.

Whedon filmó Los vengadores y ese humor zumbón que podríamos pensar y teorizar como posmoderno, y que a veces se pasa de mambo en la canchereada de tono masturbatorio, permite, a pesar de su tono extremadamente autoconsciente y paródico, deconstruir con cierta gracia la mitología de superhéroes de un modo más juguetón bajando varios cambios con esa pretensión impostada que afecta muchas de las trasposiciones del cómic al cine. En ese humor, donde deberían desarrollarse las posibilidades de personajes menores (pienso en Aquaman, Flash y Ciborg), quizás exista para DC la clave de hacerle partido a la escudería Marvel/Disney que hoy por hoy le lleva varios cuerpos de ventaja.

La expansión de ese universo quizás les permita a sus dos personajes centrales (Batman y Superman) perder esos kilos y kilos de seriedad con la que tienen enunciar constantemente que tienen que salvar el mundo. El problema de los héroes de DC es que mientras enuncian metódicamente que tienen que salvar a la humanidad no hacen demasiado más que decirlo, y el cine (y la vida también) antes que palabra es acción. En estos problemas de qué y cómo contarlo quedan atrapados estos personajes que divagan como espectros carentes de vida y gracia, y que intentan salvar al universo de un inequívoco y precario malo que quiere destruirlo. El problema es que la película nunca se enfoca de lleno en esa trama y la acción se presenta a intervalos entre extensos, soporíferos y monótonos tramos en los que solo prima el hablar mucho para decir nada.

Me quedo entonces con los cándidos Super Amigos de mi infancia, tomando la leche con vainillas mientras pienso que a este cine de multimillonarios sin ideas le falta algo básico. El alma es algo que la plata jamás podrá comprar.

Liga de la justicia ( Justice League, EUA, 2017), de Zack Snyder, c/ Ben Affleck, Henry Cavill, Gal Gadot, Ezra Miller, Ray Fisher, Jason Momoa, Jeremy Irons, Connie Nielsen, Amy Adams, Diane Lane, 121′.

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