En el comienzo vemos unas piernas fuera de foco que avanzan hacia nosotros por una calle empedrada y que devienen luego en el claro primer plano de unos zapatos (uno de ellos con una prótesis ortopédica) que continúan caminando a paso rengo. Este detalle de elegir comenzar la película con una imagen difusa y la fragmentación corporal, que no permiten identificar de quién se trata, es un acierto del realizador francés Fred Cavayé en El dilema de Mr. Haffmann (Adieu Monsieur Haffmann, 2021), que cobrará sentido más adelante en el film.
La película en cuestión es la adaptación al cine realizada por el propio director junto a Sarah Kaminsky de la pieza teatral homónima de Jean-Philippe Daguerre y está ambientada en París durante la ocupación nazi en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, abarcando un arco temporal que va desde mayo de 1941 a septiembre de 1942. En este contexto, tenemos a Joseph Haffmannn (Daniel Auteuil), joyero y padre de familia de origen judío, quien viendo peligrar la vida de su familia decide hacerlos salir de contrabando hacia la zona libre (gesto que en su infancia ya había hecho su familia desde Polonia). Mientras, se toma unos días para venderle su joyería a su empleado François Mercier (Gilles Lellouche) y luego reunirse con su familia.
François se encuentra lisiado, por lo cual no fue enviado como soldado a la guerra, y está casado con Blanche (Sara Giraeau), planchadora en una lavandería. Ambos buscan un bebé, sin resultados hasta el momento. El hecho de que los análisis de fertilidad de Blanche no indiquen dificultades para quedar embarazada le hace creer a François que el infértil es él. Tenemos entonces a François ubicado como un hombre castrado, que debido a su dificultad física no ha podido probar su virilidad en el frente de guerra y que se percibe a sí mismo como impotente e inferior a otros por no poder engendrar.
El director identifica a la pareja Mercier con vestimenta en la gama del color marrón, dando cuenta de su baja condición social. Por otra parte, es el color gris del sobretodo y del guardapolvo durante su trabajo lo que identifica a Joseph, exponiendo su condición de autoridad respecto de su empleado en la joyería. Se trata del mismo color de autoridad que identifica a los soldados nazis para la población civil.
Concretada la venta de la joyería, los Mercier ven la posibilidad de concretar sus sueños de toda una vida. Para François esto implica poder tener su propia joyería y además acceder a un ascenso social que no había imaginado. Pero el plan de Joseph de reunirse con su familia se frustra, debido al aumento de los controles en la frontera, razón por la cual es protegido y ocultado por los Mercier en el sótano del local. El predominio de los ambientes internos en penumbra transmite aquello que es realizado por fuera del orden establecido, en la clandestinidad; mientras que el predominio de la paleta de colores en la gama de los marrones instala la atmósfera de época pasada y degastada.
Lo que empieza siendo un favor que François realiza a Joseph, va mutando gracias a la disposición del espacio: el local arriba y el sótano abajo. El cambio de lugares de los protagonistas se convierte en metáfora del ascenso y descenso social, pero también en un territorio de encierro y custodia, como un campo de concentración. En este punto, el director captura muy bien el efecto de lo siniestro, de no terminar de conocer plenamente al semejante, a nuestro vecino; quien puede devenir un otro abusivo, déspota y totalitario cuando obtiene cierto poder.
Poco a poco vamos viendo cómo François, obsesionado con una paternidad que sólo entiende en términos biológicos, chantajea a Joseph (exigiéndole que mantenga relaciones sexuales con Blanche a cambio de enviar las cartas que le escribe a su esposa) y lo encierra bajo llave. También comienza a intimar con los soldados nazis a quienes vende la joyería: va con ellos a lujosos cabarets y acepta de ellos pedrería que sabe que proviene de joyas sustraídas a los judíos detenidos. Sin delicadeza estética en sus diseños, hace trabajar a Joseph para él en las piezas que los nazis le encargan. Travestido como Amo, paulatinamente el tímido y minusválido empleado se transforma en un hombre cada vez más amargado, miserable y oscuro, en un monstruo despiadado.
Ante cada barrera moral y ética que va cruzando François, para Joseph se presenta un dilema (al que alude el titulo en castellano) entre aceptar sus viles exigencias o abandonar el lugar, con el peligro de ser detenido por la milicia nazi. Pero a diferencia de François, Joseph sí encuentra un límite ético en su sumisión: cuando descubre que lo está haciendo trabajar con piedras de joyas robadas a sus congéneres, que bien podrían ser él o su familia, se rehúsa a trabajar para el amo. Reducido a semental y a fuerza de trabajo esclava, es este punto de detención el que le devuelve su dignidad de sujeto.
La codicia irrefrenable (incapaz de aceptar límite alguno, cuyo paradigma se encarna en el No de Blanche en la escena de la violación) convierte a François en un pequeño amo cruel, que poco a poco será atormentado por sus propios demonios (esos celos, que la película sostiene implícitamente a partir del aumento de su inquietud y de su suspicacia paranoicas, cada vez que Blanche baje al sótano), que no pueden más que conducirlo hacia su propia autodestrucción. En este punto resulta interesante la disposición corporal y el aire de superioridad con que Gilles Lellouche construye a François, así como en su bigote, que no pueden sino evocar a la figura el Fuhrer.
Otra línea de lectura es la que concierne a los preceptos que el patriarcado instaura en torno a la virilidad. La asociación de la masculinidad con la potencia física desliza hacia el ejercicio de la violencia sobre los más débiles (otros varones, mujeres y niños) como modo de ponerla a prueba. Pero potencia viril es justamente lo contrario de potencia física, literal, porque el falo no es el pene, sino un significante. Se trata entonces de una potencia simbólica, como lo muestra la posición de Joseph. Si éste puede engendrar hijos y objetos de joyería preciosos que tienen un valor metafórico y estético sublimatorio, no es sólo por sus capacidades biológicas o sus talentos (de los que tampoco carece François), sino porque está habitado por la falta. Esto le permite hacer de una mujer la causa de su deseo (de ahí la importancia de las cartas de amor que le dirige a su esposa), más que como objeto de su pertenencia que demostraría su virilidad, como es el caso de François, quien termina reduciendo a Blanche al rol de una mera sirvienta e incubadora de quien hace usufructo según su voluntad.
Todo el film se condesa en ese cruce de miradas sin palabras entre el Comandante Jurgen (Nikolai Kinski) y Mr. Haffmannn cuando, al salir del sótano para asistir a Blanche con sus nauseas, finge ser empleado de Mercier. Esta escena da cuenta de que Jurgen, a diferencia de Mercier, comprende muy bien quien tiene en realidad la verdadera potencia simbólica engendradora y la naturaleza evanescente de un poder sostenido meramente en la contingencia de la suerte.
Más allá de algunas inconsistencias en la resolución final, hay un buen trabajo del elenco (que captura el espíritu de la pieza teatral en que se basa el film) y una lograda prolijidad desde lo técnico. Sobre este soporte, El dilema de Mr Haffmannn logra mostrar que el amo es un mero semblante, que la verdad del amo es que está castrado y desnuda los resortes puramente oportunistas y egoístas e incluso el odio al idiosincrático modo de gozar del vecino, en que se apoyó el colaboracionismo nazi de la población civil francesa.
Calificación: 7/10
El dilema de Mr. Haffmannn (Adieu Monsieur Haffmannn, Francia, 2021). Dirección: Fred Cavayé. Guion: Fred Cavayé, Sarah Kaminsky basado en la obra de Jean-Philippe Daguerre. Fotografía: Denis Rouden. Montaje: Mickael Dumontier, Stéphane Garnier. Música: Christophe Julien. Elenco: Daniel Auteil, Gilles Lellouche, Sara Giraudeau, Nikolai Kinski, Anne Coesens, Mathilde Bisson. Duración: 116 minutos.
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