Atención: Se revelan detalles importantes de la resolución del argumento.

“Toda la cuestión de los negros estadounidenses es muy simple.  (1) Ciertamente, el negro es en gran medida el inferior biológico del caucásico. (2) Por lo tanto, si ocurriera una fusión racial, el nivel neto de civilización estadounidense disminuiría perceptiblemente, como en naciones mestizas como México y varias casi repúblicas sudamericanas. (3) Indudablemente, la fusión tendría lugar si se erradicara el prejuicio, comenzando con los grados más bajos de judíos e italianos y eventualmente trabajando hacia arriba hasta que todo el país fuera envenenado y su cultura y progreso, atrofiados. (4) Por lo tanto, la tan abusada «línea de color» es una medida de autoprotección del pueblo estadounidense blanco para mantener pura la sangre de sus descendientes, y las instituciones y la grandeza de su país intactas. La línea de color debe mantenerse a pesar de los vociferantes y la predicación de filántropos fanáticos y mal informados.” H.P. Lovecraft,  en una carta escrita el 18 de enero de 1919.

La idea detrás de Lovecraft Country resulta tan interesante como polémica. Parte, antes que nada, del hecho de que el escritor norteamericano Howard Phillip Lovecraft, famoso por su obra literaria de horror cósmico, conocida generalmente como “los mitos de Cthulhu”, era terrible racista. Más allá de las discusiones tan actuales sobre la cancelación o no de los autores y sus obras, con todo el revisionismo que eso podría llegar a implicar, hay quienes consideran que ese temor a «lo otro» del autor es, incluso, parte fundante de su obra. Sin embargo, Jordan Peele junto a Misha Green y J. J. Abrams eligen ir por otro lado, más novedoso, el de la apropiación.

¿Qué pasa, entonces, si sos un negro en el universo de Lovecraft? Peele, que viene de la comedia sórdida, incisiva, oscura, con énfasis en el asunto racial y abocado últimamente al terror satírico, donde, claro, aflora la misma perspectiva, le moja la oreja a Lovecraft mientras hace suya -y de sus socios, e idealmente de los espectadores- la magia de los relatos.

Y esto de por sí hubiera funcionado excelentemente, cercano quizá al concepto detrás de The Haunting of Bly Manor, que reversiona la obra de Henry James a través de una mirada actual. Pero -será Green, será Abrams, será Peele, no sé- Lovecraft no parece ser suficiente, y entonces la cosa se llena de alusiones a la literatura fantástica y a la ciencia ficción, a las novelas pulp, a las historietas, un pastiche infinito de todo lo que aluda a la llamada “americana” de los 50, la década que los gringos consideran su apogeo cultural. Los gringos caucásicos, claro está.

Ahora la cosa se vuelve más ambiciosa. ¿Qué pasa si los negros se apropian de la cultura popular americana, o -para ser más francos- de lo que los blancos siempre consideraron suyo: su tradición cultural literaria y visual?

Ahora hay viajes por el tiempo, por dimensiones. ¿Y por qué detenerse con los afroamericanos? Todos los oprimidos tienen lugar en Lovecraft Country, después de todo, de eso se trata. De hecho, Christina (Abby Lee Kershaw), la villana misma, es una mujer blanca, rubia, rica, en un mundo de hombres. De hombres que usan la magia como una herramienta más de control y dominio, como puede ser la política o la economía. Una víctima victimaria, cuyos fines se justifican desde el rencor.

Es una premisa interesante, imaginemos que de a poco descubrimos que existe esta logia secreta -Los Hijos de Adán- y está esta mujer, rechazada por su propia familia, o más bien por la tradición, y existe la magia y Tic (Jonathan Majors), el muchacho negro que protagoniza la historia, es un familiar de ellos, un bastardo con sangre azul, importante para un ritual que los vuelve todopoderosos. No te digo un final de temporada, pero sí podría ser al menos un giro importante en la narrativa, quizá como cierre de segundo arco si se piensa tener un final aún más potente. Pero no, esto es apenas el cierre del segundo episodio.

Porque, no lo olvidemos, en esta serie tiene que haber fantasmas y viajes cósmicos. ¿Para qué detenerse a procesar que hay magia en el mundo, o monstruos, si ni los protagonistas lo hacen? Monstruos musculosos de CGI que le gritan a la luna. Lo que cuesta entender es si esto es un efecto buscado o un problema tonal que atraviesa toda la serie.

Sumando a la pretensión (sí, ya la palabra “ambición” venía demasiado generosa), queda relegado el aspecto más interesante de Lovecraft Country: los audios de archivo de diferentes manifestaciones en radio o televisión, poemas o discursos durante acontecimientos claramente opresivos e injustos para con la comunidad negra. El problema, además de sufrir de cierta banalización dado el contexto de fantasía que recubre al material (voces reales, sufrimiento genuino), es que nunca se aclara demasiado la fuente ni su contexto. Es cierto que en épocas de Google y Wikipedia uno se puede informar, más o menos, pero aún así de a momentos parecen guiños demasiado oscuros. Lo que es una pena, porque en muchos casos, investigando esas referencias, uno se encuentra con atrocidades inhumanas que ha vivido la comunidad afro en el país del norte que aterrorizan mucho más que cualquier casa embrujada con efectos especiales que nos puedan mostrar.

Otro efecto inevitable que termina de modelar la representación general del imaginario de la serie es el vaciamiento cultural de la propia comunidad afroamericana. Pareciera que no hay literatura propia, apenas apropiaciones de la tradición narrativa blanca. Quizá sea un efecto buscado, para enfatizar este aspecto, pero no deja de ser llamativo. Incluso estereotipos claramente negativos que los blancos dieron a los negros, como el de las niñas comiendo sandía, son utilizados como monstruos -quizá sea de los más logrados- que persiguen a una de las protagonistas, Dee (Jada Harris), la prima de Tic, dejando en evidencia por dónde opera el racismo y cómo eso atenta contra los jóvenes negros, pero también negando un imaginario propio que pueda combatir esas operaciones.

De hecho, es la propia Dee quien remata a Christina justo después de que su madre Hippolyta (Aunjanue Ellis) -ahora una suerte de diosa afro-cósmica- le hiciera un brazo mecánico y que Leti (Jurnee Smollett) le quitara para siempre la magia a los blancos, dejándole su uso solo a los negros. Porque magia, fuego y bronca están bastante ligados en el discurso de la serie. Y son las mujeres las que mueven la acción, porque su opresión -su fuego, su bronca- es mayor, por lo tanto también lo es su magia.

La magia es la apropiación cultural y es la emancipación por igual, los negros reclaman su americanidad en el final de la serie. Pero son tan americanos que eliminan al otro, a su enemigo, le quitan su magia y se la quedan. Son tan americanos que por momentos dan miedo, como la hermana de Leti, Ruby (Wunmi Mosaku), que rechaza -a lo Michael Jackson, a lo Peter Wald- su propia negritud de forma literal, y entonces uno se pregunta sino es que se vuelven ellos mismos blancos, blancos de alma. Como si la cultura blanca -y su pretendida supremacía, que de afuera se ve tan estúpida pero que no para de generar atrocidades- no fuera apenas una tradición, una creencia, como si no fuera un tono de piel o una etnia más sino una suerte de legado perverso, una pesadilla soñada por un tipo como Lovecraft, algo capaz de infectar y hasta mutar de color.

Calificación: 6/10

Lovecraft Country (Estados Unidos, 2020). Creadora: Misha Green. Elenco: Jonathan Majors, Jurnee Smollett, Aunjanue Ellis, Wunmi Mosaku, Abby Lee Kershaw. Michael Kenneth Williams, Jada Harris, Jordan Patrick Smith. Disponible en HBO Go.

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