Atención: Se revelan detalles del argumento.

La película da comienzo como una de espías: un hombre llega hasta un bar en París para encontrarse con otro que le dará la misión de entregar dos cartas a una famoso novelista alemán llamado Wiedel. Las cartas corresponden al editor y a la esposa del escritor. El hombre acepta el encargo.

Para cuando Georg (Franz Rogowski) llegue al hotel donde se alojaba el escritor, encontrará que éste está muerto. La conserje hablará del problema que este hecho le significó con las autoridades y de que no quiere más complicaciones, le pedirá que se lleve las pertenencias que quedaron sobre el escritorio del escritor: su último manuscrito y una carta de su esposa. En esta carta, su esposa le decía que lo dejaba, lo cual explica la trágica decisión tomada por el escritor sumada al contexto social, que es el de la ocupación del nazismo en París.

Pero será en este punto donde el director alemán Cristian Petzold hará una maniobra por demás interesante. Si en sus películas anteriores como Barbara (2012) y Ave fénix (2014), Petzold trabajaba las consecuencias del nazismo en su país y filmaba de manera bastante clásica, aquí ya no se tratará de revisar el pasado, sino de pensar su vigencia en el presente. De allí que la operación de Petzold será trasponer la novela homónima original de la escritora Anna Seghers, que transcurre en 1942, al presente o a un futuro no demasiado lejano en el tiempo. De allí que todo el tiempo veremos en las calles, en las razzias en hoteles o en trenes, ya no a soldados nazis, sino a una fuerza de policía como la que podría encontrarse en cualquier país. Es en esta maniobra, donde reside toda la originalidad y la potencia de Transit (2018) de Petzold, pero es a la vez lo que puede causar desconcierto y extrañeza en un espectador no advertido.

Tras su fallida misión, Georg regresará al departamento que comparte con otros hombres, que podemos pensarlos como miembros de una resistencia al régimen fascista. Allí un compañero suyo estará gravemente herido y le pedirán a Georg que lo acompañe hasta Marsella para reunirlo con su familia y que puedan escapar hacia las montañas. Así nuestro héroe se subirá a un tren en absoluta clandestinidad. En medio del viaje leerá las cartas que eran para el escritor, la de su esposa diciéndole que lo esperaba en Marsella para iniciar una nueva vida juntos y la de su editor, asegurándole que en el Consulado mexicano en Marsella lo aguarda una visa para dicho país y una suma de dinero para sus gastos. También leerá lo último que éste ha escrito.

Le película está contada por un narrador en tercera persona que hacia el final se descubrirá como el confidente de Georg, destinatario de su historia, y que resultará ser el barman del bar que frecuenta el protagonista. Las intervenciones del narrador en voz en off le permiten a Petzold conservar el espíritu de la novela en la que se basó, pero resultan bastante excesivas y reiteradas, perjudicando la fluidez del relato.

El traslado en tren a Marsella, resultará otra operación frustrada para Georg, pues su amigo fallecerá durante el viaje. No bien arribe a Marsella, una mujer joven, elegante, pero visiblemente agitada, se le acercará por la espalda y para cuando se de vuelta, volverá a irse rápidamente al darse cuenta que lo ha confundido con otra persona. La primera mirada asombrada de Georg frente a la belleza de esta mujer, ya dará cuenta de la atracción que surgirá entre ambos.

Georg visitará al hijo y a la esposa de su compañero. Con el pequeño Driss (Lilien Batman) forjará un vinculo afectivo de características paternales: jugará al fútbol, le comprará una pelota nueva, le ayudará a arreglar la radio (pues su oficio antes de la ocupación era ser técnico de radio y televisión) y lo llevará a tomar helado. Melissa (Maryam Zaree), la madre de Driss, es sordomuda y ambos tienen rasgos oscuros de tez, que los sitúa como inmigrantes musulmanes. Aquí Petzold hace visibles a las minorías étnicas y vulnerables de la sociedad, que más riesgo sufren frente al avance del fascismo, porque no tienen recursos para obtener una visa de tránsito para escapar del país, ni para guarecerse, viviendo en su mayoría en condiciones de clandestinidad y hacinamiento. Elocuente y emotiva será la canción que Georg les cante a Melissa y Driss, donde menciona a diferentes especie animales que deben huir y el paso fuerte del elefante temido avanzando sobre ellos.

También hay menciones al infierno en que se convirtió la vida, reducida a la supervivencia, a la desesperación de escapar como se pueda del avance del fascismo, cuando Georg/Wiedel le cuente al cónsul estadounidense de qué va su último escrito, fábula que sitúa el infierno ya no como destino posterior a la muerte, sino como calvario que se vive actualmente en la tierra.

Teniendo en su poder las cartas y el manuscrito del escritor, Georg será confundido con Wiedel por el cónsul mexicano y nuestro protagonista consentirá en representar su papel. En los distintos consulados a los que vaya, como el del EEUU, para solicitar visa de tránsito, siempre se le mencionará que su mujer lo está buscando. Marie (Paula Beer) busca a su esposo con tenacidad, de acuerdo a donde le dicen que lo han visto, pero siempre llega tarde y cada vez encuentra al hombre que se le parece, pero que no es su esposo. Aquí Petzold invierte la historia melodramática de Ave Fénix. Si allí una mujer, tras su salida del cautiverio en los campos de concentración, buscará en vano ser reconocida por su esposo que la considera muerta y sólo la encuentra parecida; aquí la mujer, que la trama luego nos develará como la esposa del escritor, insistirá activamente en la búsqueda de su esposo, pero en cada parecido en los sucesivos encuentros con Georg, descubrirá la diferencia. Esto la dejará vagando errante por las calles de Marsella, buscando el fantasma de un hombre a quien no se resignará a admitir como muerto.

Transit debería funcionar como un despertador de la sociedad, pues Petzold nos dice, que el fascismo no quedó enterrado en al pasado, pese a las atroces consecuencias que ha tenido, sino que sigue más vivo y vigente que nunca. La globalización, lejos de tornarnos más abiertos y amables, ha encendido la intolerancia y endurecido la segregación. Si tomamos en cuenta el triunfo electoral de diferentes regímenes de corte neofascista en diferentes países de Europa o América, o la caravana de migrantes hondureños, como símbolo de poblaciones sumidas en la extrema pobreza producto de la política económica de regímenes liberales o totalitarios, lo impactante de Transit es que la fábula que nos propone Petzold no aparece como un futuro posible y lejano, sino como una suerte de distopia pesadillesca y triste de nuestro tiempo.

Transit (Alemania, 2018), de Christian Petzold, c/Franz Rogowski, Paula Beer, Godehard Giese, 101′.

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