Si De Rouille et D’os fuera parte de un heptáptico sobre los pecados capitales le correspondería el de la vanidad. Stephanie (Marion Cotillard) es una mujer hermosa y consciente del poder que tiene sobre los hombres. Es domadora de orcas asesinas y después lo será de otro tipo de bestias. Ali (Matthias Schoenaerts) trabaja como guardia de seguridad, se involucra en el circuito de peleas clandestinas y tiene sexo ocasional con cuanto minón se le cruce. Los funcionamientos estrictamente físicos y narcisistas de sus protagonistas generan desconexiones afectivas. Un accidente deja a Stephanie sin piernas mientras realiza uno de sus habituales espectáculos de doma. Hermosas piernas sobre los que la cámara hizo hincapié en escenas previas, rozando la mirada subjetiva de Ali. Armas infalibles de seducción de esta mujer de una belleza innegable pero en absoluto complaciente, con una mirada que evidencia la impetuosa fuerza interna que tiene, capaz de quebrantar a cualquier macho embravecido que se le atreva. Al perder sus armas florece otra capacidad de dominio. Más adelante la vemos en el balcón de su departamento, después de coger con Ali por primera vez, sentada sobre su silla de ruedas, mirando al sol y repasando su rutina como domadora. Las tetas de Marion Cotillard son firmes y monumentales, pero lejos de representar un objeto sexual se imponen como símbolo de otro nivel de hegemonía. El sexo queda exclusivamente ligado a la zona inferior del cuerpo. En el pecho está la valentía. Ali es el instinto básico, la fuerza bruta, el animal a domesticar. En otra escena nos volvemos a acercar a su mirada. Lo vemos con los ojos entreabiertos sobre los senos desnudos de Stephanie mientras descansan en la playa. Ojos que vuelven a cerrarse con una serenidad casi infantil. Son las tetas de una mina a la que minutos atrás vio nadar sin piernas bajo el sol.
La cámara se mueve entre los cuerpos y se acerca demasiado donde a veces, incluso, no quisiéramos. Funciona como un testigo orgánico, enlazando a los personajes y a nosotros con ellos. Planos que se desenfocan, que recortan figuras, sobre los que la luz del sol rebota inevitable y que, por momentos, se concentran en las sombras proyectadas sobre el asfalto y la arena que predominan en la película. De Rouille et D’os es áspera pero poética. El lirismo no le resta densidad al contenido. La secuencia más sofisticada es la que, en cámara lenta, muestra el juego de los imponentes animales marítimos anunciando la desgracia de Stephanie. La música del espectáculo es reemplazada gradualmente por una extradiegética más dramática. Por unos segundos vuelve la cámara en mano, la música y un grito de advertencia. Corte a un plano subacuático por el que vemos caer dentro de la enorme pileta el cuerpo de Stephanie rodeado de sangre. Este es el primero de los dos accidentes que hay en la película. Ambos en el agua. El segundo ocurre cerca del final y compromete la vida de Sam (Armand Venture), el hijo de Ali de apenas cinco años. De manera similar al de Stephanie, el incidente es captado por un plano nadir que muestra al cuerpo del nene flotando inerte, generando la sensación de un espacio intrauterino. Es significativo que en el de ella veamos sangre y en el del chico el puño de su padre rompiendo el hielo para sacarlo del agua helada, como si la conexión de los eventos constituyeran un parto. Ali queda afectado indirectamente por estas desgracias que determinarán los roles a desempeñar como hombre y como padre.
La relación entre Ali y Stephanie no se fundamenta en la compasión, sino en un apoyo físico y moral recíproco. Jacques Audiard no los exhibe desde una mirada lastimosa. Los muestra como seres enérgicos, capaces de sobreponerse a las presentes y duras circunstancias, sin que tampoco prime un aire triunfal y terapéutico. La escena más conmovedora de la película –o al menos la que me emocionó hasta las lágrimas- es la que muestra a Stephanie frente a un enorme acuario, reencontrándose con el animal que la dejó incapacitada. Escena necesaria y redentora que enaltece su contundente personalidad. Símbolo del espíritu tenaz que trasciende la frágil materialidad del cuerpo. El título fue traducido al español, en primera instancia, como Metal y Hueso, quizás buscando hacer más evidente la oposición manifiesta en la película entre la fragilidad física y la fortaleza espiritual. Ahora en su limitado estreno en solo cuatro funciones en el BAMA Cine respeta la traducción literal, De óxido y hueso, mucho más austero y significativo, que expone la corrosión de esa materia pesada por el paso del tiempo, la exposición al sol y el contacto con el agua. No existen los finales felices sin la dolorosa y permanente huella del proceso de aprendizaje.
De óxido y hueso (De rouille et d’os, Francia/Bélgica, 2012), de Jacques Audiard, c/Marion Cotillard, Matthias Schoenaerts, Armand Verdure, Céline Sallette, 120′.
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Hola gente, ya leí dos criticas (ésta y «Aire libre») en las que cuentan el final o el desenlace, o que quizás cuentan bastante, más de lo que preferiría saber. Así como hacen varias criticas de la misma película, podrían hacer una versión con spoilers y otra sin, o pónganle el nombre que quieran, pero díganlo, para los que como yo, primero buscamos si la obra promete, creo que es de mala leche no avisar, es un garrón saber los desenlaces o los giros dramáticos por haberlos leído accidentalmente. Paso siempre y me gusta como se escribe en el sitio, y no generalizo porque se que hay mucha gente detrás y no pasa siempre. Una crítica constructiva. Saludos.
Santiago, no es de mala leche, no tenemos ninguna mala intención.
Antes de escribir sobre cine, fui un lector de crítica y no esperaba que me avisaran que iban a contar el argumento porque lo daba por sentado, ya que se trata del análisis de una película, no de una recomendación, que es lo que puede leerse en los diarios.
Sin ánimo de molestarte personalmente, no tenemos pensado en lo inmediato cambiar esta política pero consideraremos tu comentario.
Saludos y gracias por leernos y comentar,
Marcos Vieytes
Director
¿Te tengo que avisar que no tengo piernas?