La Ciambra, del director ítalo-americano Jonas Carpignano, nos introduce en la vida marginal de los inmigrantes en el Sur de Italia. La película viene precedida por un premio en la edición del Festival de Cannes de 2017 (Label Europa Cinemas) y por haber sido seleccionada para representar a Italia en los últimos premios Oscar, aunque no quedó entre las nominadas. Su producción ejecutiva está a cargo del director, también ítalo-americano, Martin Scorsese, cuya influencia es notoria en el film, en cuanto a la temática recurrente en su filmografía de retratar el intento de los inmigrantes italianos por abrirse paso en la sociedad americana mediante la constitución de pandillas, como por ejemplo en Mean Streets (1973).

La Ciambra cruza la ficción con el documental a partir de ciertos elementos del realismo social: aunque la familia Amato se interprete a sí misma, no hay pretensión de documentar exactamente la realidad ni de investigar la marginalidad, sus causas y consecuencias desde la perspectiva de académicos o de sus protagonistas. La película logra convertirse en una ficción autónoma, y esto se justifica tanto por la introducción de la música en la diégesis como por elementos del cine fantástico: ese caballo gris salvaje que irrumpirá deambulando por las calles y al que el protagonista seguirá en varias ocasiones. La herencia del neorrealismo italiano adquiere un nuevo signo: si ese movimiento  apuntaba a mostrar sin velamientos estéticos las condiciones sociales miserables que eran efecto de la posguerra, Carpignano realiza una relectura, globalización mediante, adaptándola a la situación actual de Italia con relación a la problemática de los allí llamados “extracomunitarios”.

Pio (Pio Amato) es un joven de 14 años que no quiere “jugar” a ser grande -esto ya es un signo de la época actual-, sino que actúa como un adulto. Fuma, toma alcohol, apuesta a las cartas y se viste con una apariencia ruda: Pio quiere seguir los pasos de su hermano mayor Cosimo (Damiano Amato). Los Amato son una familia gitana formada por el abuelo patriarca, los padres de Pio, varios hermanos y sobrinos, todos residentes en una comunidad  situada en la región de Calabria, llamada La Ciambra, con muy escasos recursos. Es sabido que, así como en Sicilia rige la famosa Mafia, en el Sur de la Italia continental rige la Camorra cuya mayor influencia se encuentra en Nápoles y extiende sus ramificaciones tomando como mano de obra para sus múltiples negocios delictivos a los inmigrantes desocupados e ilegales que ingresaron al país, principalmente desde Europa del Este y África, buscando mejores perspectivas de vida. Ese sueño, casi siempre desvanecido al no lograr ingresar al mercado laboral formal, deriva en la delincuencia como modo de sobrevivir, sobrevida que así y todo es mejor que las condiciones infrahumanas de las que huyen.

Carpignano muestra que el crimen se encuentra altamente organizado y que también existe una jerarquía de la delincuencia. Los italianos son quienes controlan la zona, quienes están mejor situados económicamente y quienes organizan las áreas y el tipo de crimen en el que se especializará cada comunidad, funcionando casi al modo de células y asegurándose  que ninguno tenga el monopolio del delito. Luego tendrán mayor respeto los gitanos dedicados al robo y desarmado de autos, y por último los africanos provenientes principalmente de Ghana y Nigeria, dedicados al contrabando y venta  de marroquinería  “trucha”. Las relaciones entre gitanos y africanos, ambos desclasados, lejos de hermanarse en cooperación y apoyo mutuo, están definidas por el desprecio y la segregación. Cada pequeña comunidad se cierra sobre sí misma y excluye al diferente, del mismo modo que hace el propio país de llegada con ellos mismos.

La película, si bien sitúa estos aspectos mencionados, se va a centrar en la historia de Pio, presente en la mayoría de las escenas, al que la cámara sigue de cerca, pegándose a él, en primeros planos, buscando que el espectador se acerque a su mundo. En un momento, tanto Cosimo como su padre Rocco (Rocco Amato), son detenidos por los carabinieri y terminan en prisión, el primero por el robo de una vivienda y un auto que resultarán frustrados, el segundo por el robo de cables de cobre. Aquí verá Pio la ocasión de demostrar su hombría, pues deberá convertirse en el sostén de la familia; comienza a realizar pequeños robos, siguiendo las instrucciones de su hermano, vendiendo objetos robados con la ayuda de Ayiva (Koudous Seihon), inmigrante de Burkina Faso. El naciente vínculo entre Pio y Ayiva se convierte así en una de las claves de la película.

Hay algo en la soledad y el desamparo de Pio que recuerdan al Jaibo y a Pedro de Los olvidados de Buñuel, niños-grandes en un entorno crudo definido por la  ausencia del Estado. Si en el Jaibo la orfandad es clara porque nunca supo quién fue su padre y su madre falleció siendo él muy pequeño, Pedro no será menos huérfano aunque tenga a su madre, quien le recuerda en cada acto su rechazo por ser ese hijo no deseado. Pio también vaga solo en la noche, entre andenes y vagones, mientras su familia no puede contenerlo afectivamente ni ofrecerle modelos identificatorios más allá que los de las delincuencia. El modelo que podría ofrecerle el abuelo está totalmente perimido: el abuelo es el patriarca pero funciona como un retrato en la pared, como una pieza de museo, es el testimonio de aquello que fueron los gitanos en sus épocas de esplendor, ese que tan bien retrataba el cine de Kusturica con sus caravanas nómades, su costumbrismo, sus fiestas alegres de alcohol y música. Estos gitanos de Carpignano son la decadencia de aquello que fueron. De ahí que sea clave la escena de la conversación que Pio tenga con el abuelo donde este le recuerde que: “Antes estábamos siempre en el camino. Éramos libres, no teníamos patrones. Recuerda: somos nosotros contra el mundo.”

Ayiva es el único que tiene actitud paternal con Pio; lo ayuda a colocar las mercancías robadas pero también lo cuida para que no se vea expuesto a situaciones que puedan traerle complicaciones, como la cárcel, lo aloja en su casa cuando se encuentre en problemas y se nota que lo hace con afecto. Cuando muere el abuelo, el padre y el hermano de Pio son liberados de prisión y Pio sigue el llamado fantástico de su propia estirpe, como una suerte de ensoñación fascinante. Se atreve así a desafiar a los amos que prodigan pero que también oprimen a la familia, buscando recuperar la dignidad gitana perdida. Castigos, expulsiones y decisiones morales definen el camino de Pio hacia esa hombría tan anhelada.

Carpignano instala entonces varios interrogantes: ¿Qué es ser un hombre? ¿Se trata de demostrar cuán rudo y vil se es? ¿Se trata de poder cogerse a una o varias mujeres? En este punto, hay que distinguir entre machismo, que responde a lo precedente y que rige en estos ámbitos dominados por la criminalidad y la falta de recursos simbólicos, y virilidad, cuando un hombre es aquel que puede “bancarse” a una mujer, en el sentido de sostenerla respondiendo a la condición de ser amada que exige lo femenino y  así elevarla a la dignidad de causa de su deseo.

La Ciambra es una película dolorosa y cruda, pero no por ello deja de ser bella y sensible. En ella, Jonas Carpignano logra visibilizar la problemática de los inmigrantes en la Italia de hoy sumidos en la delincuencia como consecuencia de las prácticas de segregación que ejerce no sólo la población civil sino también el propio Estado. Y también humanizar a esos jóvenes olvidados, carentes de oportunidades,que crecen a los golpes y que pagan el precio de perder  tan prontamente su tránsito por la adolescencia.

La Ciambra (Italia/Alemania/Suecia/Francia/Brazil, 2017). Dirección: Jonas Carpignano. Guion: Jonas Carpignano. Fotografía: Tim Curtin. Edición: Affonso Gonçalves. Elenco: Pio Amato, Koudous Seihon, Damian Amato, Iolanda Amato. Duración: 118 minutos.

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