A Liam Neeson lo conocemos bien: de Darkman a esta parte lo pudimos ver en papeles tan variopintos como el Qui-Gon Jinn de Episodio 1 – La amenaza fantasma o Daniel, el viudo bueno de Realmente amor. Sin embargo, últimamente se ha convertido en un héroe de acción a partir de la saga Búsqueda implacable, cuya tercera parte se estrenará en 2015. Quizás sea esa imagen la que tengamos más fresca debido a su popularidad, la de un tipo que hace lo imposible para arreglárselas solo y cargarse a muchos de los malos sobre la marcha hacia un posible rescate. Lo que resulta interesante de Caminando entre tumbas es que, aunque con menos muertes, todavía menos artillería, y mucho más suspenso, esta vez nos toca verlo en un papel donde también se carga a un par a punta de pistola pero en el oscuro mundo del policial negro.
Scott Frank, director y guionista de Caminando entre tumbas, nos cuenta un episodio particular en la vida del ex policía Matt Scudder (Liam) en el que, bajo las sombras de edificios y entre algunas criptas, debe cumplir la misión de atrapar a quienes secuestraron y mataron a la esposa de un poderoso narcotraficante de Brooklyn. La película está basada en la novela de Lawrence Block y, como todo buen best-seller con más o menos estilo y elegancia, la historia nos atrapa desde el comienzo.
Al igual que en su anterior película The lookout (2007), el director utiliza como punto de partida un hecho fortuito: en aquella, su protagonista (Joseph Gordon-Levitt), provocaba la muerte, de forma accidental, de sus amigos en las rutas de Kansas en las que, a partir de ese momento, transitaba atormentado por ese error mortal; en Caminando entre las tumbas Matt corre la misma suerte y el relato asume la misma forma del prólogo trascendental. En el inicio de la película vemos parte de lo que había sucedido en 1991, nueve años antes de que nuestro protagonista se meta en nuevos problemas. Lo que sucedió en aquel entonces hizo dar un giro de 180 grados a su vida: renuncia a su puesto en la policía y al whisky, tratando de subsistir de forma privada, a la deriva del Estado. Se convierte en un detective decadente pero en recuperación, asistiendo a reuniones de Alcohólicos Anónimos, y abandona su sobretodo marrón, como cuando Bruce Wayne abandona su disfraz de justiciero enmascarado. Sin embargo, siempre lleva consigo su placa, elemento que aún le otorga estatus y autoridad a los ojos de los más ingenuos y que exhibe para zafar en diferentes situaciones.
Al margen de la ley, Matt debe cumplir su misión. Sin embargo el dinero no es motivo suficiente, ya que aún conserva algo de su espíritu incorruptible del que hacía gala en la fuerza. Es cierto que nunca se hace demasiados planteos ético-morales respecto a la ayuda que brinda a un narcotraficante: si bien en un principio se niega a trabajar para él, termina aceptando cuando escucha la cinta en la que los asesinos grabaron los gritos desesperados de la víctima mientras la torturaban. Lo que define a Matt no es la codicia sino la satisfacción de hacer justicia allí donde no llega el aparato del Estado.
La figura devastada del detective y el universo sombrío que lo rodea dejan entrever algunos guiños a los clásicos de film noir que el director realiza tomando una distancia necesaria. Aunque no se termine de pulir esa personalidad opaca y desmejorada por un pasado etílico y desequilibrado, Matt evoca aquellos antihéroes de la novela negra como el Philip Marlowe de Raymond Chandler o el Sam Spade de Dashiell Hammett. De hecho, Frank hace todo lo posible para que nos remitamos a ellos: Matt los nombra al pasar durante una conversación con un posible compañero de aventuras llamado TJ (Astro), quien merecería una página aparte pero solo tendrá lugar en las siguientes líneas: TJ es un joven preadolescente que vive en la calle cuya inteligencia y rapidez le podrían permitir entrar en el presente mundo marginal y sangriento en el que se metió Matt (¿Robin? ¿Watson?).
Caminando entre las tumbas logra mantener la tensión que se propone desde el comienzo, afirmándonos bajo sus pies hasta el último segundo. Y para aquellos que no hemos leído la novela de Block, la relación afectiva y pseudo-profesional que se establece entre Matt y TJ, posible futuro dúo justiciero, nos da para pensar sobre el advenimiento de nuevos casos.
Caminando entre tumbas (A Walk Among the Tombstones, EUA, 2014), de Scott Franck, c/Liam Neeson, Dan Stevens, David Harbour, Maurice Compte, Astro, 114’.
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Creo que es uno de los mejores papeles de Liam. Rompe con esa imagen de héroe impoluto que encarnó en Taken I y II, y se puso en el rol de un personaje que lucha con sus demonios internos y externos. Me gustó también esa atmósfera opresiva que, por momentos, invade la película. En cambio me pareció innecesaria la subtrama del chico afro TJ. Me resulta una referencia obvia al cine negro que la película no necesitaba. Sacando esto último, creo que es un film digno de verse.
Mario.-
Estoy de acuerdo con vos, Mario, es una película muy placentera.
Abrazo,
Marcos