bound-to-vengeance-poster1La terrible historia de un secuestrador de mujeres que las mantiene por largos periodos de tiempo encerradas es atractiva por la crueldad implicada, y los cuestionamientos sobre la existencia humana a los que inevitablemente conduce, y por lo cotidiano de estas situaciones en la vida real. Sin embargo, la trama cala más profundo en esta problemática al enmarcar y/o emparentar esta práctica con la del tráfico de mujeres, el comercio del sadomasoquismo y las snuff movies. En la oscuridad de este mundo tan complejo y ahí tan cerca de todo, Eve, una de las víctimas, escapa de su cautiverio y, ante la opción de evadirse y preservarse, decide arremeter contra el perverso grupo que la sometió e ir minándolo desde adentro. La propuesta del realizador José Manuel Cravioto es un vertiginoso relato que mantiene una alta dosis de tensión de principio a fin y que concluye en un desenlace brillante.

La heroína toma las riendas apenas comenzada la historia dislocando la estructura básica de este tipo de relato, que generalmente acaba con la liberación. De hecho, los atributos que la colocan en dicha posición no son adquiridos en un proceso de sufrimiento sino que el maquillaje, el escenario, algunos primeros trazos de su captor y su explosiva reacción son apropiados de una vez y en cuestión de segundos. De allí en más, la dosificación de información del guion, el pulso narrativo y el cuidado estético de Cravioto, así como el buen desempeño actoral de Tina Ivlev, serán cruciales para sostener esta ambiciosa película que de pique busca posicionarse entre modelos potentes y consolidados como las de Charles Bronson, Clint Eastwood, Kill Bill u Old Boy.

Víctimas y victimarios se confunden, y el planteo de esta confusión, que no es nada novedoso en la historia del arte, Bound… lo hace en forma destacada: por lo llano, lo natural y, al mismo tiempo, lo retorcido. Todos los personajes que forman parte de este perverso relato parecen estar empapados de ese mal del que se pretende dar cuenta, un mal de múltiples caras, un mal ajeno pero familiar, un mal que desespera pero acostumbra. Y justamente es ese acostumbramiento a las cartas con que ese mal juega el que impide otra forma de subversión, si no es a través del miasma mismo. La única forma de liberación será el hundimiento hacia su nodo más recóndito, pero la perfidia de su tuétano pocas veces nos permitirá salir indemnes, no portando otra cara del mal, una no menos legítima dentro de la lógica que rige nuestro mundo.

Los secuestradores, el público que compraba a las mujeres, la chica que quiere ser víctima (quizás afectada por el Síndrome de Estocolmo), el novio de la protagonista, también involucrado como anzuelo, y la propia Eve, que realizará un tour de force para alcanzar el grado extremo de la maldad en la escena final, representan roles diferentes en la gestación, mantenimiento, legitimación, desobediencia, regeneración y conjura de la infamia.

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Esta película que se candidateaba por su argumento a ser pésima, sin embargo, se eleva por sobre los muertos por hacer de su trama una propuesta enérgica y no una ecuación simplista ni maniquea. Creo que el mérito del guion y de la dirección de actores permite esta redención en un panorama, junto a miles de prototipos que ofrece dicha isotopía, que se presentaba si no lapidario, al menos difuso. Otro ejemplo de ello es que las constantes amenazas de conversión por parte de su captor son negadas por la contundencia de un relato lineal y sin concesiones: el Mal no tiene vueltas.

Es cierto también que la historia y la dirección, por otra parte, tienen varios puntos flojos, la mayoría de los cuales se concentran en torno al personaje de una de las chicas liberadas por la protagonista y las interacciones que se producen a partir de su inserción en la trama, generando una serie de situaciones trabadas y de diálogos un poco confusos. ¿Será que se optó por crear este personaje sobre la marcha y falló la precisión en los puntos de encastre? No lo sabré nunca, pero sí que hace peligrar una porción importante de la película. Asimismo, el hecho de que la protagonista, por más poseída que esté por el espíritu de la Némesis, no acuda a la policía resulta inconsistente, no hay dudas.

Un recuerdo reprimido por la experiencia traumática aflora al final del relato, y es el que desencadena el grado último de la venganza, el que todos tememos pero preferimos camuflar en un montón de pensamientos adyacentes, poniendo a la protagonista en un plano de igualdad respecto a sus captores – y al mundo al que ellos representan- y revelando la identidad de la tercera persona que aparece en los videos filmados con celular que se alternan – probablemente de modo excesivo- a lo largo de toda la película.

Stills.BTV_.IMG_0827Un recuerdo que subirá los decibeles del mal al que han sometido a Eve, pero en un modo mucho más cruel, más a tono con la lógica de la narración y, por ende, con mayor impacto que, por ejemplo, la resolución que el detective Mills toma en el final de Seven, ante los desesperados intentos de Somerset por preservarlo del lado bueno de las cosas. Quizás porque, a diferencia de la película de David Fincher, Bound to vengeance abandona toda noción de pecado – en tanto imposición dogmático cultural- y prefiere inscribirse, continuar y resemantizar la idea de instinto – más propia de la condición humana, y digo humana y no animal porque acá el razonamiento, aunque sea fugaz, es menester que esté implicado para la construcción del modelo de justicia resultante-.

Este final trunco, que además posee un bello tratamiento estético en imagen y sonido, insisto, es uno de los mejores, más acertados y narrados con mayor minuciosidad que ha dado el cine, pero también es un acto de maldad al dejarnos con la duda sobre la acción justiciera/legitimadora. Sin embargo, probablemente no sea la última escena en sí misma, fuera de contexto, sino que la conjunción del quién, el cuándo, el cómo y el porqué es lo escalofriante, lo que erige al relato todo como un monumento al Mal, lo que potencia el alcance de su significante en la retina del espectador, al que deja temblando de miedo y de regocijo.

Bound to vengeance (Reversal, EE.UU., 2015), de José Manuel Cravioto, c/ Tina Ivlev,  Richard Tyson,  Bianca Malinowski,  Amy Okuda, 86’.

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