Por Marcos Vieytes Hipopótamos absortos. Una mujer se encuentra en estado vegetativo desde hace 17 años y el parlamento italiano está a punto de sancionar una ley que le impida a los familiares desconectar las máquinas que la mantienen con vida (Camino, de Javier Fesser, es otra gran película popular en la que el cuerpo es campo de batalla entre mundo laico y mundo católico). Bella durmiente muestra a unos cuantos personajes durante las vísperas de la deliberación en el senado. Hay un legislador de la derecha (Toni Servillo) que, a pesar del costo político, está decidido a votar en contra de los intereses del partido debido a una situación similar vivida en el pasado, y su hija María, quien no le devuelve los llamados mientras hace vigilia frente a la clínica junto a una mayoría de religiosos. Hay dos hermanos que se oponen a la sanción de la ley. Uno de ellos, en medio de una fase maníaca, es pariente de los jóvenes locos -desesperados, endemoniados- de todo el cine de Bellocchio desde I pugni in tasca, entendida la locura como un producto social de alto valor simbólico con el que la sociedad no sabe qué hacer y a menudo prefiere negar. El otro es algo así como su guardián, a falta de padre y presencia circunstancial de una madre ominosa. En el transcurso de la película, el hermano ‘sano’ y la hija del senador se conocen.
Hay una actriz católica (Isabelle Huppert) que más que actriz es una diva y más que diva es una madre. Hace años abandonó los hábitos de actriz, pero no los de católica y mucho menos los de madre, entendida esta última como la entienden el cine de Bellocchio y los cuentos de hadas, vale decir terrible y malvada (por eso mismo cercana a un misterio que puede ser el de la fe o su falta, biológico, o eclesiástico, en cuyo caso al término ‘misterio’ hay que entenderlo como un eufemismo destinado a cubrir decisiones puramente terrenales). Vive recluida para atender a una muerta en vida, si no para custodiar que nunca despierte, en un caserón lujoso y sombrío lapidado de camelias. Su hija es la bella durmiente más canónica de las al menos tres (una latente y dos manifiestas) que hay en esta película. Rubia, joven, rica y blanca, sobrevive conectada a una máquina sólo para que su madre se mire en ella como no deja de mirarse en cuanto espejo abisma su palacio vacío o más bien desalmado, sin marido y sin hijo. Estos vienen a verla, pero es como si no existieran. El padre está b@rrado y el hijo es homosexual, pero nada indica que la pase bien siéndolo, que este a gusto con su identidad, cualquiera que sea. La madre preferiría que ocupara el lugar de la hija o que no hubiese nacido. Su ex marido le resulta indiferente, como todo lo que la rodea a excepción de sí misma. Ella se mira en la pantalla protagonizando La verdadera historia de la dama de las camelias, de Mauro Bolognini, protagonizada en su momento por Isabelle Huppert. Vive acompañada de tres monjas que la acompañan rezando en voz alta como si fueran su sombra parlante, el eco sombrío de sus voces interiores. Se mueven en manada como los absortos hipopótamos del documental que pasan por la televisión. Esperan que la ley no sea sancionada para que la vida siga siendo la misma cosa muerta de siempre.
Hay una morocha salvaje y suicida que deambula como un fantasma, duerme en un banco de la iglesia, intenta robar las contribuciones de los feligreses y termina en un hospital. Allí hay un médico que, vaya a saber por qué (sin)razón se fija a ella, se concentra en ella, se interesa en ella, se calienta por ella más allá de todo protocolo, juramento hipocrático, jerarquía laboral, conveniencia o funcionamiento institucional. Con esta morocha empieza y termina la película. Con la parábola de esta morocha. En el medio, los personajes van y vienen, pasan cosas, y todo tiene el rigor y la pasión de los trágicos, la no disimulada dimensión alegórica de la ópera. Bellocchio está en otro lado, ya es de otro planeta. Aúna psicoanálisis, teología, marxismo y estética con una lucidez tal que uno se siente tentado a decirle gracia. Tanta que duele, más allá del sentido del humor. Pocas veces una risa ha sido tan escéptica y pocas veces el escepticismo ha sido tan terriblemente saludable. Quizás porque sólo se encarna en un personaje salido de la antigüedad clásica, senador y psiquiatra que airea la tensión dramática con un par de intervenciones cínicas en unos baños termales extemporáneos. Pero la película no es escéptica porque se afirma sobre sí misma y extiende esa afirmación a todo otro que le devuelva la mirada, así sea para refutarla. Aquí pueden leer un texto de Josefina García Pullés y otro de Pietro Bianchi sobre esta película. Bella Addormentatta (Italia/Francia, 2012, 115‘), de Marco Bellocchio, con Isabelle Huppert, Toni Servillo, Alba Rohrwacher, May Sansa.
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