Baltazar Tokman está loco. Lo dice Rojas en su texto, se lo dijeron sus amigos y colegas cuando les anunció que realizaría una película con filmaciones caseras de todas partes del mundo, lo digo yo en este momento y lo afirma él a través de su cine. Tokman toma un género como el documental y se aleja del interés público para abocarse a una creación cinematográfica más autoral que gira en torno a sus miedos, sus obsesiones y, desde ya, sus locuras. Lo sorprendente no es que lo haga, sino que uno como espectador no pueda ni quiera eludir esas imágenes e historias que, aún sin entender por qué nos las está enseñando, nos terminan atrapando e interpelando. El título de su nueva película no es más que una declaración explícita de lo que ya había demostrado en Planetario.
Una vez más la locura aparece como pieza ineludible de la estructura familiar y de nuevo el registro casero como un hecho incómodo y oscuro, como si Tokman fuera un heredero directo de aquellas tajantes declaraciones de Jorge Acha (otro loco tremendamente lúcido) en Cinéfilos a la intemperie «A mí me aterrorizan las películas familiares, me fascinan, me sorprenden. […] porque de golpe en esas películas aparece la muerte. Está presente». No es casualidad, partiendo de esta base y por más que nos pese, que uno de los subgéneros de terror más exitosos sea el del found footage. Todo esto no es más que el sentido verdadero de lo siniestro. Tokman toma esta tanática materia prima, la desnuda y la construye mediante un montaje dialéctico y onírico que enreda y desenreda la mirada (y por ende el juicio) del espectador.
M.A.D. es Miguel Ángel Danna. I am MAD es el tatuaje que lleva en su espalda, curioso sino que las iniciales de su nombre le dieron nacimiento. Podemos nombrar muchos motivos por los cuales Miguel debería considerarse un loco, pero terminamos por encontrarnos a nosotros mismos con nuestros delirios a través de su relato, miembros de una humanidad destinada al claustro -institucional y/o emocional-, limitados por lazos que no se sueltan aunque anhelemos la libertad yendo de aquí para allá. No hay más que prisiones para el ser humano, la libertad es pura ilusión.
Miguel es un nómade solitario, «bebedor de vino, amante de la mujer«, menos misógino de lo que parece, hijo de una madre ausente y de un padre que es una enorme pero afligida compañía, patriarca sin princesa retraído en el dolor. Lucía es un eje fundamental en la vida de Miguel y de su padre -y por lo tanto del relato-, que deambulan por caminos absolutamente opuestos y solitarios: el de quien busca escapar de una verdad tan certera como la muerte y el de quien va tras ella. Miguel sabe que al dolor hay que darle nombre para poder darle un cuerpo, algo concreto que cerrar y enterrar. Entonces, si bien se insiste en la locura como una herencia humana inexorable, el despliegue de ésta tras la muerte de un hijo es algo que no tiene descripción, o al menos yo no puedo imaginarla, aunque sí puedo decir que la pérdida de un hermano se siente como la amputación de una parte muy nuestra, mucho más fundamental que la de cualquier parte del cuerpo. La muerte se convierte en un signo de interrogación abismal que puede derivar en un desapego surgido del sentir más intenso.
La búsqueda de una doctrina espiritual resulta más que comprensible ante tamaña pérdida, y la Escuela que Miguel eligió es tan demente como cualquier otra (su líder Mehir es hoy un prófugo de la justicia acusado de abuso sexual), y basa su aleccionamiento en el ideal de un hombre «guerrero, librepensador, samurai, filósofo«, según lo describe el protagonista y según podemos ver a través de los videos institucionales de la Escuela que se presentan a lo largo de toda la película. Estos insertos también revisten al relato de un sentido del humor extraño, oscuro y ciertamente bizarro, que se prolonga en algunas secuencias creadas por Tokman, como la que encuadra el relato sobre las prostitutas, o el deliberado inserto de Alejandro Fantino en el que habla escandalizado acerca de la cosificación de las mujeres en la secta desde el programa Animales sueltos.
Este anhelo por transformarse en un guerrero combativo resulta tan significativo como la fructífera paternidad de ambos hombres (de Miguel y de su padre) con el correr de los años, no sólo como formas de llenar un espacio y teñirlo todo de un sentido ante la arbitrariedad de la tragedia, sino también como algo necesario para transformarse en el héroe que aniquile la impotencia del propio ser y asegure la vida. Sin embargo, el camino del héroe es siempre el más solitario e individual que existe. Miguel supo entenderlo con los años. La película entonces describe mediante distintos registros fílmicos el derrotero físico y emocional de este individuo hacia el gran monstruo, hacia el desmesurado vacío que debe derrotar para rescatar a su padre y a él mismo de los restos que un pasado silenciado dejó en el camino, y para que Lucía pueda volar como una canción de amor sobre los dos.
Aquí puede leerse un texto de Eduardo Rojas sobre la misma película.
I Am Mad (Argentina, 2013) de Baltazar Tokman, c/Miguel Ángel Danna, Manira Sanojevic, Ismael Danna, Ali Danna, Documental, 72′.
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