La filmoteca se encuentra semicolmada. Es sábado a la noche, el cuarto día del Bazofi, y se va a proyectar El psicópata, una película inglesa de la década del 70 guionada por Robert «Psicosis” Bloch. Apenas llego al edificio de la Enerc, ubicado en Moreno al 1100, escucho una conversación entre dos señores grandes que hablan del cine de la década del 30. «Como Greta Garbo no hay, eh», le dice el de pelo blanco al otro, quien apoyado en sus muletas celebra entusiasta los dichos de su compañero. Ese clima de festividad cinéfila es el que trasmite semana a semana la Enerc desde que se proyecta en este lugar el ciclo de la Filmoteca en vivo, prolongación del notable (y único) programa de cine que conducen desde hace casi una década Fernando Martín Peña y, en sus orígenes, el inolvidable Fabio Manes, hoy reemplazado casi con idéntica gracia por Roger Koza.

Antes de iniciar la función, una señora llega y se dirige al dispenser. Saca un vaso con un saquito de té y lo carga con agua caliente. Con el mismo vaso luego se dirige a la entrada de la sala para disfrutar de la proyección con su tecito caliente. Una vez sentada, saca un alfajor que moja pausadamente en la infusión. Antes de iniciarse la proyección ingresan tres chicos que, riéndose entre susurros, hablan de Fassbinder, Cassavetes y Truffaut. Así funciona la filmoteca en época de Bazofi. La utopía de un lugar que reúne a gente que tiene un código en común, el del  puro amor al cine. Yo mismo he ido en alguna oportunidad con mi madre a la Enerc  a ver (si no me falla la memoria) algún policial protagonizado por Belmondo con un saquito de té para calentarnos el alma un ratito.

Principalmente podemos pensar que la Filmoteca (y el Bazofi como anexo juguetón en tiempos del Bafici) nace de una idea diferente sobre lo que es la cultura. Para Peña, que es la cabeza visible del ciclo, la cultura es algo que se comparte con los demás, como lo era la inolvidable experiencia de la Biblioteca Nacional dirigida por Horacio González hasta 2015, algo que permite un acceso democrático, abierto a la participación y al disfrute de una experiencia cinéfila única.

Dentro del foco Choreando con Psicosis se presenta El psicópata (1966), de Freddie Francis, curiosa película que mezcla suspenso y humor de manera muy eficaz para que el relato respire y el tono de creciente tensión vaya avanzando de manera constante. Un psicópata asesina por motivos desconocidos (la trama se encargará de visibilizar justamente estas motivaciones) a una serie de personajes que tienen una conexión entre sí. En cada escena del crimen deja una muñeca atada a la víctima. Igual que en el canónico film de Hitchcock lo que se tematiza en la película de Francis es la relación patológica entre una madre y un hijo, y la serie de consecuencias fatales que esto conlleva. Como en Psicosis también hay un detective que lleva el pulso del relato y que es el que intenta en vano (como Arbogast en Psicosis) atar los cabos y unir las piezas sueltas. El psicópata aborda la locura sin perder ni gracia ni suspenso, y sostiene el humor que lo distingue de otros films de psicópatas de la época y le brinda su particular originalidad.

Iniciando la década del 70 Frank Zappa, que ya en ese momento era uno de los más grandes compositores de la historia del rock, se abocó a dirigir 200 moteles, ópera rock sobre una banda en gira que anticipé en la primera entrega de la cobertura del Bazofi. Vista nuevamente, el máximo mérito del Zappa director (que nunca logra acercarse ni de cerca al talento del Zappa músico) es trasmitir esa sensación de agobio permanente que tiene una banda en gira. Ese agobio se trasmite en forma de comedia surrealista cuando sale a la luz el notable carisma de Ringo Starr y una extraordinaria banda de sonido que resulta lo mejor de la apuesta. Si bien la película nunca abandona el caos que por momentos enturbia el relato, se sostiene gracias a esa idea rectora de una vitalidad anárquica que aplaca la sensación de agobio de cualquier banda en gira. El film compuesto por una serie de viñetas inconexas, y que a su vez es intercalado con dibujos animados, resiste de manera muy natural el paso del tiempo y permite mostrarnos parte del arte de uno de los prodigios de la música americana del siglo XX y parte de la escena rockera de inicios de la década del 70.

Cuando el destino nos alcance, filmada por Richard Fleisher a comienzos de los 70, es una mirada negrísima sobre el futuro de la especie humana: una sociedad de clases en la que unos pocos tienen la posibilidad de tener una vida lujosa a expensas del padecimiento de la casi totalidad de la población. Un asesinato ocurrido en la zona residencial de esta urbe futurista desencadena una investigación comandada por Charlton Heston (en uno de, sin duda, sus mejores papeles) quien en su rol de policía representa a un particular y oscuro héroe de la clase trabajadora. Fleischer pone en escena las diferencias de clase de manera extrema, y Heston lleva adelante el ritmo y el tono con cada una de sus acciones. Es inolvidable la actuación de Edward G. Robinson, cuya humanidad contagia y engrandece todo el relato. Es de destacar la escena en la que Heston y Robinson disfrutan de un almuerzo compuesto de una carne, una lechuga y una manzana (la comida es un bien escaso y la población se alimenta a base de unas galletas de dudoso origen). También es extraordinaria la escena en la que Robinson muere observando en una pantalla lo que en algún momento había sido la humanidad. Así Cuando el destino nos alcance también puede ser pensada, con el paso del tiempo, como el testamento de uno de los actores más extraordinarios de la década de oro del cine americano y como un sentido homenaje de Fleischer a un mundo que nunca volverá a ser como fue.

El psicópata (The Psychopath, Gran Bretaña, 1966), de Freddie Francis, c/Patrick Wymark, Margaret Johnson, John Standing, Alexander Knox, Judy Huxtable, 82′.

200 Moteles (200 Motels, EUA, 1971) de Frank Zappa y Tony Palmer, c/Frank Zappa, Mothers of Invention, Theodore Bikel, Ringo Starr, Keith Moon, 99′.

Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, EUA, 1973) de Richard Fleischer, c/Charlton Heston, Edward G. Robinson, Joseph Cotten, Leigh Taylor-Young, Chuck Connors. 97’.

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