Hay un par de lugares comunes de los que es necesario escapar lo más rápido posible –para ir hacia zonas menos confortables de la crítica- en relación a Ata tu arado a una estrella. Sí: tiene valor como documento que rescata a Fernando Birri. Sí: a través de su figura intenta rescatarse la idea de utopía. Pero uno y otro lugar común, en tanto tales, no dicen nada. O peor, dicen lo que cualquiera podría decir o repetir, no conforman un pensamiento alrededor del documental como hecho fílmico puntual. O, para decirlo con palabras del propio Birri –y que en algún momento Guarini reformula-, no permiten avanzar, seguir caminando en la reflexión.
Tomo en primer lugar la cuestión del documento. Más que el rescate arqueológico que nos lleva a las imágenes de Birri de hace algo más de dos décadas, resulta más interesante observar que ese registro, hecho por la misma Guarini, no tenía como objeto la vida del cineasta. Hay que entender esas imágenes como una suerte de “making of” de Che, la muerte de la utopía?. Y, desde ese lugar, entra en diálogo con Meykinof, la película que Guarini hizo sobre el rodaje de Ronda nocturna de Edgardo Cozarinsky. El título de este último es revelador, en tanto variante deformada del término original: un retorcimiento de un género potenciado por los cambios tecnológicos y que terminó estancándose en un esquema más cercano a la publicidad. En uno y en otro, pero aún más en las imágenes sobre Birri, Guarini se corre de ese lugar cómodo de reflejar el proceso de filmación, para construir desde otro lado. Por eso ambas filmaciones se independizan del objeto al que refieren. En lo que vemos en Ata tu arado… se evita la referencia a lo que quedó en Che… –con excepción de un breve fragmento de la entrevista a Galeano-, para concentrarse en un registro que pasa por otro lado. Interesa más la idea previa que movía a Birri, el pensamiento que lo llevaba a filmar, que lo que quedaba en la filmación. Cada entrevista que vemos, cuando está en pantalla, se concentra más en la imagen del director que en lo que dice su interlocutor. Eso queda de manifiesto en la entrevista que Birri le hace a Ernesto Sábato en su casa de Santos Lugares: Guarini los filma hablando sentados uno al lado del otro pero enfrentados –en el que quizás sea el momento de mayor intimidad y belleza de la película, en tanto la cámara parece estar espiando discretamente el diálogo entre dos viejos amigos-, y luego cuando la entrevista va a empezar formalmente –con el detalle de la cámara puesta a espaldas de Sábato-, corta y se desinteresa de lo que viene después–un proceso similar sigue la entrevista a Osvaldo Bayer, por ejemplo-. No es solamente la conciencia de que todo lo demás está en el documental original y que, por lo tanto, hay que detenerse en ese lugar para evitar la repetición: es que todo ese recorrido previo es el que lleva a comprender la forma de trabajo de Birri, esa que le hace decir que “cuando lleguemos (al lugar de rodaje) ya no depende de nosotros, sino de los otros”.
En cuanto a la utopía, resulta interesante concentrarse en dos elementos que se corren de su comprensión desde el aspecto puramente político-sociológico. Por un lado, la definición que sobre el final realiza el propio Birri (“Es la memoria del futuro”) entronca con la idea que desliza Guarini: que la utopía, como sueño, puede ser un lugar, y que ese lugar puede ser Birri. Y allí aparece también sobre el final una de las definiciones que ensaya sobre sí mismo en el final de su tiempo: “Lo único que me queda es ser una especie de memoria que todavía anda un poco”. Por el otro, un desplazamiento que hace sobre la utopía, en donde deja de tener importancia su propia concepción para cederla a la mirada de los otros. Dejar de lado las propias ideas y confrontarlas con los otros –y que esos otros sean no solo intelectuales, sino parte del pueblo boliviano de La Higuera, donde mataron al Che Guevara-, como un acto que antes que como “democratización de la palabra”, lleva por el camino de encontrar un significado posible en un momento determinado, a un término que viene de tres décadas antes. Más que sobre la utopía en sí misma, interesa esa tensión que se propone con la idea de memoria y que la frase de Birri resuelve en la mixtura. Desde ese lugar, el documental de Guarini se proyecta como memoria –en tanto recurre una y otra vez a los registros del pasado- en el sentido de avance hacia el futuro. No es tanto recuperar la imagen o la obra, sino encontrar la manera de proyectarla hacia el futuro.
No es casual que en un punto del relato Guarini abandone las imágenes de los 90 –que no refieren solo al documental, sino a algunas filmaciones caseras, en una de las cuales Birri trabaja esa memoria del futuro, a partir del relato minucioso, casi delirante, de cómo imagina su propio entierro-, no solo para señalar su propia indecisión para finalizar el trabajo durante dos décadas, sino porque interesa en la búsqueda de las huellas que dejó Birri en su recorrido llevando a cuestas su utopía. La Escuela de Cine de Roma y la de San Antonio de los Baños son un pequeño y particular museo de la memoria donde lo interesante no pasa por la obra: es más relevante que en Cuba se haya mantenido la habitación de Birri intacta y que lo que más se destaque no sean sus guiones, sino los juguetes que atesoraba. Juguetes que se actualizan en la última entrevista que Guarini le hace a Birri en su casa: lo primero que Birri hace es poner en funcionamiento un juguete con forma de fantasma que se mueve al ritmo de la música, mientras su rostro, el de un hombre viejo y sabio, se transforma súbitamente en el de un niño feliz.
Pero quizás la apuesta más profunda del documental de Guarini esté cifrada en esa otra definición que Birri hace de sí mismo en esa entrevista: “Yo soy una fantasmagoría. Ustedes me están inventando ahora. Yo hace cinco años que no existo más”. Birri se muestra a sí mismo como esa memoria futura reconstruida por los otros a la que aspira el documental. Y es que desde allí obliga a repensar los términos de todo el documental, más allá de poner en palabras lo que el recorrido de Guarini por Italia y Cuba dejaba intuir. ¿Es exagerado pensar que en esas imágenes de 1997 Birri ya era un fantasma agitando banderas que nadie quería ver? ¿No habría que pensar que ya en ese momento era una memoria del futuro, en un mundo en el que la utopía era una palabra vieja y en desuso?
Ata tu arado a una estrella (Argentina, 2017). Dirección: Carmen Guarini. Guion: Carmen Guarini. Fotografía: Martín Gamaler. Duración: 84 minutos.
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