Tu película me suena. “No hay películas viejas o nuevas, hay películas que viste o que no viste”, dijo alguna vez Peter Bogdanovich (n. 1939) clavándola en el ángulo, citado/acentuado luego, con su habitual exuberancia, por Martin Scorsese en el libro Mis placeres de cinéfilo (2000). Ahí, de movida, dos para un concurso frenético y sin fin de quién mamó más clásicos sin repetir, sin soplar y sin cortes. Con Friedkin en el banco precalentando. El lector de Hacerse la Crítica ya conoce harto la generación cinéfila de los 70, los easy riders and raging bulls nombre por nombre y obra por obra así que acortemos camino: el ruso y el tano son los más exhibicionistas a la hora de florear conocimientos y placeres de cinéfilo a través de libros, entrevistas y documentales que atesoran al cine desde sus albores hasta los 60 con tanta pasión y dedicación como la lucha que sostienen por la recuperación y cuidado de tanto master cayendo en las manos del tiempo y la desidia. Todo lo que no le importa a la industria monopólica del entretenimiento.
Pero Bogdanovich siempre fue un paso más allá en este amor fou y –además de entre otras cosas hacer una biblia fordiana en el documental Dirigido por John Ford (1971) y publicar This is Orson Welles (1992), 300 páginas de conversaciones con el genio más maldito del cine- desde Míralos morir (Targets, 1968) ofreció su propia filmografía como museo y homenaje permanente a las tempranas formas de ver el cine, al cine de género y a algunos de sus más grandes autores: Ford en La última película (The last picture show, 1971) y su magnífica y tardía continuación Texasville (1990), el cine de horror y la realidad horrenda en la ya citada (profética) Targets con Boris Karloff, el musical de las épocas doradas de Hollywood Al fin llegó el amor (At long last love, 1975), el cine mudo (Nickelodeon, 1975) y sobre todo la comedia alocada de Hawks como cabecera: ¿Qué pasa, doctor? (1972) y un largo etcétera hasta la película que en parte ocupa este texto, el primer estreno local de la obra de Bogdanovich en veinticinco años.
Precisamente ¿Qué pasa, doctor?, junto con la bellísima Luna de papel (1973) uno de sus pocos impactos masivos de crítica y público, era a su vez un screwball brillante y una declaración de amor a La adorable revoltosa (Bringing up baby , Hawks, 1938, cómo no amarla) que rozaba con alegría el plagio. Bastó el tropezón con una aburrida comedia de época (Daisy Miller, 1974) para que no se lo bancaran más y lo consideraran más un presuntuoso remixador de clásicos que un autor y fuera el primero de la generación cinéfila en caer de la gracia de Hollywood: lo que vino fue una hilera de fracasos (Nickelodeon y At long last love fueron proporcionalmente románticos como malditos e injustamente maltratados) hasta que en Saint Jack (1979), con Ben Gazzara haciendo de fiolo –un maestro- en Singapur, y al toque otra vez Gazzara ahora haciendo dúo con Audrey Hepburn (Nuestros amores tramposos, They all laughed, 1981) demostró que sí, que seguía siendo un autor además de un cinéfilo terminal, que sus criaturas no eran solamente evocaciones del blanco y negro hollywoodense aunque siempre los fantasmas de Grant, Kate Hepburn y otros sobrevolaran. Luego de volver sobre los entrañables y trágicos personajes de The last picture show en Texasville y de Esa cosa llamada amor (The thing called love, 1994), precioso retrato de la iniciación de un puñado de cantantes country donde brillaban River Phoenix poco antes de morir y Sandra Bullock poco antes de saltar a la fama, Bogdanovich entró en un semiretiro con telefilms por encargo y un creciente currículum actoral que incluyó participaciones en Los Sopranos y últimamente en películas de jóvenes directores independientes devotos de su obra.
Ardillas a las nueces. La película que devuelve sorpresivamente a Bogdanovich a la cartelera argentina es Terapia en Broadway , que filmó el año pasado y que parece, a la vez que un refrito nostalgioso de gran parte de la comedia hawksiana alla Bogdanovich, un festivo encuentro de desagravio donde esos jóvenes devotos ahora exitosos propician el comeback del maestro: así tenemos por ejemplo a Jennifer Aniston, Owen Wilson, Will Forte, Wes Anderson, Noah Baumbach y –no podía faltar para seguir el concurso cinéfilo- Quentin Tarantino. La paradoja: el homenajeador homenajeado. Pero también están ahí viejos colaboradores como Austin Pendleton, George Morfogen y sobre todo símbolos perdurables del cine de Bogdanovich como su ex esposa Cybill Shepherd en un rol episódico, o cameos como los de Tatum O’ Neal y Colleen Camp. Estos últimos son los que tienen mayor eficacia en una comedia a la antigua como Terapia…, y parecen jugar de memoria pero no de taquito sobre todo Pendleton, así como pareciera que a los antes mencionados les cayera complicada la pilcha de Ryan O’Neal, John Ritter o Burt Reynolds, otros fetiches de la obra de PB. El resultado nos demuestra que está el clima pero no la magia.
La anécdota argumental es el largo flashback de una call girl (Imogen Poots) devenida en exitosa actriz de teatro y las razones de ese devenir mediante un todos contra todos amoroso donde confluyen una psicóloga totalmente sacada (Aniston afeada como nunca y servida para que sus detractores la odien más), un director y un actor mujeriegos y torpes, la actriz-esposa del director y un dramaturgo enamoradizo. Nada de lo que esta terapia muestra escapa a los recursos que Bogdanovich utilizó mejor en otras películas, como los enredos, las caídas y el ambiente teatral que inundaba la poco recordada Noises Off (1992), que aquí apareció en video y sin que casi nadie se entere, donde Michael Caine encabezaba un cast con más oficio que el ensamble de estrellas de esta terapia, o la ya mencionada Nuestros amores tramposos. El timing de la comedia de diálogos brillantes que caracterizó alguna vez su obra aquí aparece cansado, forzado y avejentado a pesar de las pilas que le ponen Wilson y sobre todo Forte (de la cantera de Saturday Night Live). Algunas opiniones descerebradas compararon esta película con la obra de Woody Allen, con la que solamente la podría emparentar la ambientación en Nueva York, los enredos de parejas pero sin el cinismo alleniano, y el jazz omnipresente en el soundtrack como ya se insinúa en el título original She’s funny that way. Eso sí, al igual que con las últimas películas de Allen, ver este retorno de Bogdanovich pone a quienes apreciamos sus respectivas obras en un difícil trance: quedarnos con las ganas de algo más que un viaje por el recuerdo de tiempos mejores.
El título original de la película iba a ser Squirrel to the nuts, frase que se menciona varias veces y que abre y cierra con una referencia cinéfila –no podía ser de otra forma- y alude al “hacé lo que quieras si de esa forma sos feliz. Si la gente le tira nueces a las ardillas y vos querés tirarle ardillas a las nueces, adelante”. No es poco importante el comentario si tenemos en cuenta que Bogdanovich, por más fracasos y problemas de todo tipo que tuvo a lo largo de toda su carrera, también en este fugaz retorno persistió en una obra a la vez personalísima como referencial del cine clásico.
Terapia en Broadway (She’s funny that way, EE.UU. 2014), de Peter Bogdanovich, c/Owen Wilson, Imogen Poots, Jennifer Aniston, Will Forte, Austin Pendleton, 93′.
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Otra presencia notoria en She’s funny that way, aquí en su rol de coguionista y productora, es la de su ex esposa Louise Stratten, hermana de la playmate asesinada Dorothy Stratten (quien fuera novia de Bogdanovich).