bVrXECerró la escuela de crítica de El Amante y hace rato que la revista dejó de tener el peso que tuvo en otras épocas, hecho agudizado por la decisión de dejar de salir en papel y pasar a digital en versión paga. Al margen de la decisión en sí misma, que a buena parte de la redacción le produjo rechazo y le pareció inconveniente, es reprochable el modo en que sus responsables la tomaron, sin debatirlo con los redactores que contribuimos a su existencia durante años, y reuniéndonos solo para comunicarla después de que la mantuvieran oculta durante meses, suficiente prueba de la mala conciencia con que la llevaron a cabo.

Además de una pequeña empresa, en sus mejores momentos la revista El Amante fue algo así como una familia simultáneamente protectora y alienante, fraternidad familiar cuando no incestuosa y asociación pseudoanarquista. En los peores, jugó a serlo, beneficiándose del malentendido puesto en marcha y sostenido por la fe de los creyentes que la seguían, pero ocupaba –y se arriesga el pretérito porque ni siquiera sus responsables son optimistas en cuanto a su futuro y porque el pacto tácito que había entre director, editor y redactores se ha quebrado– un lugar que tuvo influencia decisiva en la cinematografía de nuestro país. No sabemos si seguirá teniéndola porque ni siquiera sabemos si seguirá existiendo, pero su ausencia parcial y física (al dejar de ocupar un lugar en los kioscos y en las manos de los lectores, cinéfilos y, por lo tanto, coleccionistas si no fetichistas) y sus transformaciones (de soporte, discursivas), que ojalá no sean estertores, nos afectaron incluso más como lectores –la figura más ignorada por esta decisión– que como colaboradores, así como partícipes voluntarios de un proyecto que para muchos significó algo que estaba (o parecía estar) más allá de la renta económica como prioridad o de la instrumentación ideológica expuesta por la actitud reactiva al kirchnerismo.

Especular con el lugar concreto y simbólico que la revista ocupaba en la escena cinéfila nacional, así como con la ascendencia afectiva y psicológica que tenía sobre redactores y lectores, terminó siendo, al menos durante los últimos años, la seña de identidad más clara de quienes la dirigían, hasta llegar a esta instancia de agonía cuyos síntomas la anunciaban desde que fueron descuidando groseramente las instalaciones de la escuela (por ejemplo, debido a la rotura de un amplificador de sonido barato que no se decidían a reparar, durante meses proyectamos las películas en la pantalla colgada de una de las paredes mientras oíamos el sonido desde un aparato de televisión cubierto con una bolsa de residuos para evitar la duplicación de imágenes), aprovechándose de quienes trabajamos siempre pese a sucesivos maltratos o el puntual desconocimiento de beneficios adquiridos, desestimando propuestas de gestiones de fomento accesibles acercadas por algunos de los colaboradores, desatendiendo a redactores, alumnos y lectores.

Posiblemente el hecho de que su director y su editor consiguieran trabajos regulares y pagos en medios gráficos y radiales hizo que no tuvieran ganas ni fuerzas para continuar con un proyecto sin dudas desgastante, aunque aceitado por los años y el entusiasmo de los colaboradores, o al menos más arduo y menos glamoroso que el de ocupar un lugar influyente en medios masivos. Todo ello es atendible, pero no justifica el descuido de una revista cultural con veinte años de trayectoria y relevancia reconocida por colegas y cineastas, y de una escuela con una década de funcionamiento en la que formó espectadores y críticos.

Esas han sido las causas de la decadencia actual, por no decir virtual invisibilidad, de El Amante: combinación de malas decisiones unilaterales pobremente implementadas con un creciente desprecio hacia quienes la hacíamos que implica, sobre todo, un desprecio hacia la misma El Amante. A menos que los responsables creyeran que no fue una construcción colectiva, por más que nunca dejara de ser una empresa privada que, sin embargo, no cumplía con lo que se espera de ellas, acaso porque, entendiendo que esta clase de proyectos dependen sobre todo de la buena voluntad de las partes, prácticamente ninguno de los colaboradores se lo exigió nunca.

1428642807995El acuerdo o desacuerdo parcial o total de cada uno de los redactores con el actual gobierno fue el catalizador de los malestares causados por el progresivo y ostensible desinterés y el solipsismo de los responsables, que dieron por sentado el funcionamiento del proyecto, si es que no apostaron decididamente por su abandono. Al mismo tiempo, tanto el director como el editor y algunos de los redactores trasladaron los códigos de comunicación de Twitter a la lista de correos interna que usábamos para discutir los contenidos de cada número, desviando cada vez más el foco de la perspectiva cinematográfica hacia una discusión política no aplicada al cine, y sin proponer para esa discusión códigos afines al sentido de comunidad que caracterizaba los intercambios hasta entonces. Pasa que el editor, el director y algunos redactores ya no pudieron disociar el rol de críticos cinematográficos del de operadores políticos y militantes opositores (al presentarse en el “queremos preguntar” de Periodismo Para Todos, por ejemplo).

Un poco por ingenuidad, sobre todo por afecto, y también por conciencia del valor del intercambio simbólico en el que estábamos involucrados y por medio del cual la revista conseguía redactores y los redactores visibilidad, la mayoría de nosotros no puso en discusión la desigualdad económica del acuerdo entre la partes, que hubiera sido quizás la única manera de restaurar el respeto de El Amante hacia nosotros y hacía sí misma, habida cuenta del caso omiso hecho a los reclamos informales por el deterioro de las condiciones físicas del establecimiento y de las relaciones.

La revista y la escuela resultaron ser para muchos lugares de reunión e inserción social tan queridos y necesarios que estaban dispuestos a soslayar la inequidad a cambio de pertenecer. Una relación tan desigual de fuerzas es difícil de sostener cuando los dueños acentúan el desprecio hacia el propio proyecto y hacia quienes lo sostienen. Gradualmente, los responsables de El Amante dejaron de dedicarse a la crítica de cine para vivir de la política, esa que el declamado republicanismo de su discurso idealiza de tal modo que uno los supone apóstoles desinteresados del bien público y no empleados de corporaciones que no hacen ni harán por la cultura cinematográfica lo que ellos hicieron durante mucho tiempo desde El Amante.

La gestión de actividades como la programación de festivales, así como la disputa por acceder a puestos directivos en ellos, relegaron a un lugar secundario la mantención de ese lugar “independiente” y de resistencia a la imposición desaforada de las leyes del mercado cinematográfico dominado por el mainstream estadounidense o global que siempre enarbolaron como identidad de la revista, sin preocuparse tampoco por delegar en otros su legado. También significó que ya (casi) no escribieran, vale decir que no mantuvieran ese cuerpo a cuerpo con las películas, y luego con las palabras, que es santo y seña del crítico y lo define como tal. También significó que, debido a los intereses de los lugares en los que entraron a trabajar o trabajan, licuaran toda arista o filo de su discurso como no fuera para ponerlo al servicio de los actores políticos –dentro y fuera del cine– más reaccionarios, actitud que refleja menos una preocupación liberal por el posible desbalance republicano que ganas de acomodarse a toda costa en lo alto de la pirámide socioeconómica argentina.

Texto publicado en Hacerse la crítica Vol 1: Pampa bárbara, marzo de 2014.

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