El enrejado de un túnel subterráneo imponiéndose a la oscuridad con el sonido de un tren de fondo introduce al espectador en una historia en la que el conflicto se da precisamente entre la opresión y la libertad, entre las rejas y el viaje.
Carol está basada en el libro homónimo de Patricia Highsmith, publicado en 1952, por lo que el relato está ambientado en la época contemporánea a la publicación. Es decir, una década marcada por la antesala a la liberación no sólo sexual sino de una revisión, un cuestionamiento de los valores morales imperantes, y el arte no puede escapar de su rol como elemento de ética. No es dato menor que Highsmith haya publicado la novela con un seudónimo: la opresión encarnada en ella es la que vivía la escritora y es la que Haynes reproduce con la sutilidad expresionista propia del melodrama, donde las tempestades internas son expresadas a través de elementos de una puesta en escena cuidadosamente pensada, tan armónica como desasosegante, donde los personajes contienen lo que las paredes gritan.
“¿Es usted material para Frankenberg?” Therese (Rooney Mara) lee el manual de la tienda de juguetes donde trabaja, en el que reza la importancia de mantener los estándares de conducta. La relación amorosa entre Carol (Cate Blanchett) y Therese choca con las barreras de una sociedad opresora, en la que la familia se erige como un obstáculo en dos formas: por imposición externa –hostigamientos de parte del marido y la suegra de Carol, o el prometido de Therese, que quiere apurarla al matrimonio- y por dictamen interno –actuando de esa manera el amor de Carol por su hija-. La familia como valor moral cumple su rol, además, dentro de la cadena de consumo: el mundo capitalista necesita de la familia como motor de la economía, por eso las protagonistas se conocen cuando el personaje de Blanchett busca un regalo para su hija. Aunque esa no sea la denuncia que primará en la historia, no se deja de lado el funcionamiento del sistema de producción como opresor de la mujer. No obstante, los personajes masculinos no son caricaturizados endemoniadamente, sino que inspiran simpatía ya que se mueven, al igual que las protagonistas, por el impulso del amor. Ese es el tema central: el amor y la libertad para ejercerlo. Libertad que no conocerán jamás porque, aunque estén en la calle, la cámara los toma a través de vidrios. La sociedad que culturaliza impone una disección en la mirada que depende del género: la representación social de la mujer se constituye en base a ser objeto de la mirada juzgadora del Otro -una mirada masculina aun cuando quien mire sea una mujer que naturaliza el papel que la colectividad le designa- que lo identifica dentro de un espacio delimitado, cumpliendo cargos específicos: la del ama de casa, confinada al hogar y las tareas domésticas, la cocina y la costura… Modelos de conducta encarnados por las muñecas detrás de escaparates en esa tienda de juguetes. La potencia de esa vigilancia se muestra en detalles como, por ejemplo, el hecho de que al llegar Harge, el marido de Carol, ella automáticamente se pone los zapatos. Las buenas costumbres, el decoro, y la opresión en un simple elemento concreto, sustancial, que Haynes resume con inteligencia. Las tempestades se desatan en el ambiente que los domina de forma envolvente, porque los personajes se deben al secreto del roce sutil, donde el tacto es tabú.
Esa mirada espía la manifiesta, además, poniendo delante de la cámara vidrios que sitian a los personajes en los autos, las vidrieras, las ventanas. Por eso, Carol encuentra al amor como elemento liberador en la “chica salida del espacio”. Es necesario salirse de ese contexto en que los personajes se encuentran enfrascados tanto por la moralidad y las costumbres bienamadas, como por el ambiente que los asfixia con sus brumas callejeras, de desagües y cigarrillos, brumas que los separan de la realidad, rompiendo la mirada clara, férrea, impuesta por la cultura. Es necesaria otra mirada, y cuando los ojos anhelantes cambian de lugar el deseo se sublima en las fotografías de Therese, cuando llega la caída en Waterloo, el fin del imperio construido. La mirada y el deseo obsesivo culminan en el voyerismo cinematográfico que Carol honra y homenajea, además, citando Sunset Boulevard (1950) de Billy Wilder, reflexionando sobre la expresión de los sentimientos en esa pantalla compuesta de ilusión como vía de escape.
Es cierto que Hollywood tiende a imponer paradigmas homogeneizadores que definen sobre qué se habrá de protestar: un año la guerra, otro la discriminación racial, otro la diversidad sexual… No obstante, la película de Haynes no deja de ser honesta porque tanto la obra original como su transposición son significadas por una valoración sincera, es decir, una idea en la que se cree y una problemática que se siente. En pos de eso es que se instaura una incógnita sin interés de cerrarla, sino con el propósito de dejar la herida abierta para que el dolor lo haga vivir.
Aquí puede leerse un texto de Paula Vazquez Prieto sobre la misma película y un perfil del director.
Carol (Reino Unido/ Estados Unidos, 2015), de Todd Haynes, c/ Cate Blanchett, Rooney Mara, Kyle Chandler, Sarah Paulson, Jake Lacy, Cory Michael Smith. 118’.
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Buenísima la critica. Me perdí la referencia a Sunset Boulevard, si fuera tan amable.
Creo que también es importante hacer referencia, aunque no recuerdo que la película lo manifieste -tal vez haya algo de eso en la escena de los zapatos que se menciona- a que a principios de los 50 comienza a morigerarse la aplicación del código Hays (1934-1967) como instrumento de configuración social. Si mal no recuerdo decía cosas como que el matrimonio y la familia eran instituciones sagradas que bajo ningún punto de vista debían ser cuestionadas abiertamente…prohibía también mostrar a una mujer quitándose las medias.