Se extrañan los paseos por la rambla y poder contemplar el horizonte entre función y función y las conversaciones interminables e inolvidables en las cenas con amigos y colegas sobre lo visto en el día. La pandemia suprimió la presencia de los cuerpos, pero no la pasión por el cine. Así que aquí estamos una vez más resistiendo y celebrando que aun con sus imperfecciones mi querido festival de Mar del Plata tenga continuidad, como así también el trabajo de los realizadores en tan difícil momento.

Sophie Jones: Avatares del camino hacia la feminidad

En el comienzo vemos a Sophie (Jessica Barr, prima y coguionista de la directora), una joven de 16 años, hurgar entre las ropas de un armario, olerlas, extraer de entre ellas una urna funeraria y probar a qué saben las cenizas. Su madre ha muerto y Sophie no sabe cómo afrontar esa pérdida, de la cual ya no habla con nadie desde el funeral. Mientras que la tristeza va por dentro, a Sophie se le presenta la certeza de que tiene que quemar etapas y atravesar la iniciación sexual, lo cual no sabe tampoco muy bien cómo abordar.

Muerte y sexualidad, en tanto irrepresentables, llevan a la protagonista a apelar a un saber hacer posible. La opera prima de la realizadora estadounidense Jessie Barr se sitúa entonces como un coming of age, de estilo indie, narrado en un tono naturalista, donde las canciones ocupan un lugar predominante para dar cuenta de las emociones que no puede expresar directamente la protagonista. 

Convencida de que ha llegado el momento, Sophie comienza a flirtear con diversos jovencitos. Los juegos sexuales van subiendo el tono hasta confrontarla con el debut sexual. Pero cuando llega el momento, Sophie se sustrae con cierto pánico; dejando descolocados a sus compañeros.

La adolescencia es de por sí una etapa de transición en la definición de la identidad, donde la confusión, las indecisiones y la inestabilidad emocional son moneda corriente, que se potencia en un proceso de duelo. La vacilación de Sophie entre el seducir y la sustracción, es decir, entre el deseo femenino y la resistencia a él, cifra el conflicto de la protagonista con su propia sexualidad.

Al mismo tiempo, como bien lo muestra la escena del dormitorio entre Sophie y Tony, hay que decir que la iniciación sexual generalmente es vivida por las mujeres de manera insatisfactoria debido a partenaires también inexpertos, que desconociendo la sensibilidad femenina y lo intrusivo que puede resultar para ellas ser tomada como objeto de deseo del varón se centran en su propia satisfacción, sin acompañar a la mujer en sus tiempos, lo cual es más difícil cuando no media el amor. La negativa o la interrupción del acto sexual es vivida por ellos como una herida a su narcisismo viril, lo cual produce una respuesta colérica y la clásica difamación hacia a la mujer  tildándola de loca.

Pero las dificultades de Sophie no atañen simplemente a la sexualidad, sino también al amor. Comienza con su compañero de teatro Kevin una suerte de vínculo más estable, pero al poco tiempo, sabiéndolo involucrado afectivamente, le pide un tiempo, porque se siente dependiente de él. Se juega aquí cierto miedo al amor, que la hace huir de todo compromiso, que se juega en paralelo al proceso de duelo por la madre (a quien Sophie siguen sintiendo presente a su alrededor), ya que cuando se ama siempre hay riesgo de perder el amor del ser amado y de que, por supuesto, la pérdida duela.

Es en el final de la película, cumplido el duelo, que coincide con su partida hacia la universidad, que se produce el crecimiento de Sophie, que la coloca en una posición más decidida en tanto mujer. Sophie Jones es una película que gira en torno al recorrido emocional de la protagonista, apoyándose en la carismática interpretación de la actriz protagónica y en las atmósferas musicales y espaciales que la acompañan en su camino. Sin plantear una bajada de linea feminista explícita, Jessie Barr logra un retrato acertado de las dificultades que comporta el camino hacia el devenir mujer.

Historia de lo oculto: El terror como medio de manipulación de masas

La opera prima del realizador argentino Cristian Ponce propone una ucronía, es decir, una ficción histórica alternativa posible anclada en la Argentina a fines de los años 80. Se vale para ello del interesante cruce de géneros entre el thriller periodístico y  el terror sobrenatural.

La acción se desarrolla principalmente en dos espacios alternos que ocurren al mismo tiempo. Por un lado, el set televisivo donde tiene lugar la última emisión del programa “60 minutos antes de la medianoche” (una suerte de Hora clave hibridada con Memoria cuando abordaba fenómenos paranormales), que se decide levantar del aire tras amenazas, luego de nueve meses de investigación que parten de un hecho policial como punta de un ovillo que parece a involucrar al presidente. El último programa se lleva a cabo en un contexto de desgaste del gobierno, en el cual se prevee una multitudinaria manifestación a la medianoche. El equipo periodístico pretende, en esta emisión, desnudar al aire los nexos del empresario Mercato con el sospechado presidente Belasco, como miembros de una organización que llegó al poder realizando operaciones contra sus enemigos y mediante la manipulación de la población a través del uso de las ciencias ocultas. Por otro lado, tenemos el seguimiento que realiza desde la televisión de una casa el equipo de investigación periodística y de producción, que cuenta como plan B con un ritual de clarividencia a través del consumo de una raíz alucinógena para hallar la pista de la investigación que les falta.

Más allá de cierto enrevesamiento de la trama y ciertos cabos sueltos a nivel narrativo, no hay dudas de que Ponce emplea adecuadamente una mixtura de recursos como la estética del retro-futurismo, ciertos elementos del noir, la perturbación sonora y ciertos efectos con el color y hasta la animación, para introducir los elementos fantásticos, la pluralidad de dimensiones de la existencia y la sensación de extrañeza propia de los universos conspiranoicos de Philip Dick.

Toda realidad individual o colectiva no es sino una ficción. La supuesta paz y felicidad de la vida cotidiana en la que creemos puede no ser más que cartón pintado, como lo revela la publicidad de la película que promociona a las Islas Malvinas como destino turístico soñado. El director construye de este modo una alegoría política de lo que se teje en las sombras, de las fuerzas desconocidas y oscuras que nos manejan desde el poder político y económico de impronta neoliberal, que hacen del terror colectivo su herramienta de seducción y sujeción más preciada.

Sophie Jones (Estados Unidos, 2019). Dirección: Jessie Barr. Duración: 85′. Competencia Internacional. Disponible: 21, 22, 23 de Noviembre.

Historia de lo oculto (Argentina, 2020). Dirección: Cristian Ponce. Duración: 82 minutos. Competencia Argentina. Disponible: 22, 23, 24 de Noviembre.

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