Son las 11:30 de una noche fresca y preciosa. Las calles de la ciudad de Mar del Plata están vacías, a excepción de un pequeño reducto del centro que bulle de cinéfilos excitados. Los noctámbulos se agolpan en los alrededores del cine Ambassador, esperando la función de medianoche. Se va terminando el festival y queda poco por mirar pero mucho por recapitular. Entro a la sala y a los pocos minutos se llena casi por completo. Hay adolescentes, parejitas, grupos de jóvenes tomando cerveza, inclusive algunos ancianos. “¿Acá proyectan Yakuza Apocalypse?”, le pregunto sorprendido al tipo que está sentado a mi derecha. Me dice que sí mientras levanta los hombros en un gesto inequívoco, como si fuese lo más normal del mundo que una sala de cine se llene de gente de todas las edades para ver una película de Takashi Miike. Me preparo para disfrutar el doble espectáculo: la película de Miike y la gente que en breve comenzará a escapar de la sala.
Yakuza Apocalypse es el nombre del último delirio del director japonés más prolífico de la actualidad, y ya desde el titulo nos advierte que lo que vamos a ver no puede –ni debe- ser solmene, y mucho menos tibio. El apocalipsis en manos de este nipón puede ser de una extravagancia desmedida, incluso para el espectador más avezado.
Miike es un iconoclasta, un outsider que vive en constante movimiento. Su cine surge a partir de la búsqueda de una ruptura estético-narrativa, de cierta provocación hacia el espectador y hacia toda la industria cinematográfica. Siempre está buscando nuevas formas de romper las reglas impuestas por el manual del buen cine clásico, y no tan clásico, para luego romper esas mismas reglas –inventadas por él mismo- que venían a suplantar a las anteriores. Está claro que Miike no le teme a los excesos ni al ridículo: es un niño aburrido jugando a un juego que corre a veinticuatro cuadros por segundo. A veces, cuando está inspirado, juega de manera brillante. Otras veces se aburre a la mitad del juego y lo da por terminado con lo que parece ser una mezcla de displicencia y desdén. Es por esto que en su inmensa filmografía encontramos tanto obras maestras como películas mediocres.
Yakuza Apocalypse es un relato de mafiosos -en realidad de vampiros mafiosos- protagonizado por un cazador de vampiros que parece salido de la época victoriana y un guerrero mercenario con pinta de nerd (interpretado por el hábil indonesio Yaya Ruhian, uno de los protagonistas de The Raid), todo en un marco atemporal y dentro de los límites de un pueblito con olor a western oriental. La trama es más bien sencilla: el protagonista es un antihéroe empático y los antagonistas que representan a la ley son quienes vienen a solucionar los problemas y erradicar el mal, aunque nunca podamos sentir empatía por ellos. No hay buenos ni malos, los personajes están llenos de matices y contradicciones. Casi como en la vida real, pero mil veces más delirante.
La película se va enrareciendo paulatinamente. A medida que avanza el metraje la locura va in crescendo, las reglas se rompen cada vez con más frecuencia y, finalmente, cuando en el tercer acto entra a escena un personaje fundamental para el desenlace del relato, enfundado en un traje de Sapo Pepe japonés, las reglas simplemente dejan de existir. A partir de aquí todo vale. Los habitantes de este pueblo sin civiles –solo hay a vampiros o yakuzas, o ambas cosas juntas- pierden la cordura, y es necesario que el espectador también se deshaga momentáneamente de su sentido común para poder seguir el relato y disfrutar la película de la manera lúdica que propone el director.
Claro que el mérito de Miike no está en el hecho de hacer simplemente una película delirante y excesiva, sino en hacerla entretenida, con ritmo, con personalidad, llena de personajes bien interpretados y escenas de peleas que incluyen diferentes estilos de artes marciales coreografiadas y montadas de manera admirable. Cabe destacar también que entre tanta desmesura y chiste bizarro se cuela un sutil humor negro que, cuando no pasa desapercibo, es sumamente disfrutable. Yakuza Apocalypse es posmodernismo puro, un gran homenaje a las películas de mafia y artes marciales que tan caras le son al director japonés.
Está claro que el cine de Takashi Miike no es para cualquiera. Uno no le anda recomendando Dead or Alive (1999), Ichi The Killer (2001), Zebraman (2004) o Fullmetal Yakuza (1997) a su tía o al vecino de enfrente, pero sin embargo esa sala del festival de cine de Mar del Plata estaba casi repleta, y la mayoría de los que estábamos allí salimos a la calle con una enorme sonrisa de satisfacción después de la función. Es verdad que varios espectadores comenzaron a abandonar la sala a partir de la media hora de metraje y alguno que otro puteaba, pero en general primaban las caras de alegría y complacencia.
Puede que Miike sea un autor con una filmografía despareja y que el desgaste de realizar un promedio de tres películas al año a veces repercute en la calidad de alguna de sus obras, pero no deja de ser un autor fundamental para los cinéfilos, para quienes andamos en la búsqueda de un cine distinto y de un director atrevido que sigue sorprendiendo y no se quede estancado en la mediocridad o el miedo al ridículo. El japonés es un inconsciente del séptimo arte, no le importa nada más que hacer películas a su manera. Y a veces esa manera es la del cine en su máxima expresión, la del cine puro.
Yakuza Apocalypse (Japón, 2015), de Takashi Miike c/ Lily Franky, Hayato Ichihara, Yayan Ruhian, Riko Narumi, 115´.
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