A veces hace falta una obra maestra para plasmar lo que es más simple y más evidente: en cine, el punto de vista es todo.
Con el material del que se componen los noticieros más banales (y con una velocidad pasmosa), Sergei Loznitsa creó a la vez un documental de observación, una película de actualidad, un ensayo, un fresco, una obra monumental. El tema del documental es la actualidad política de Ucrania: las manifestaciones que se reunieron en la plaza principal de Kiev, el desarrollo de la protesta, el intento de represión y (fuera de campo) la renuncia del presidente del país. El tema, por supuesto, es solo relevante en la medida en la que es Loznitsa quien lo mira: lo que podría haber sido un simple registro de hechos políticos trasciende por su estructura misma (y su puesta en escena) la circunstancia sin traicionarla. Los manifestantes de Maidan son cabalmente ellos mismos; es decir, en ningún momento Maidan renuncia a la especificidad del momento, de la protesta, de las personas que se juntaron en el frío de una plaza para luchar contra una decisión y un régimen que consideran injustos; en ningún momento Loznitsa los convierte en símbolos. Por el contrario, la cuidadosa y detallada descripción que hace de los primeros momentos y de la organización de la manifestación revela, casi podríamos decir, un amor por este personaje múltiple, multitudinario, siempre en movimiento. Estos manifestantes no son elementos panfletarios, son personas que pasan sus horas al aire libre, reunidas entre la nieve, congregadas alrededor de un escenario pero también alrededor de pequeños fuegos, con gente que pasa platos de comida, con baños y pasillos donde dormir, con fervores espontáneos y canciones, con mugre e intemperie. El amor y la paciencia que le dedica Loznitsa a los planos largos, fijos, precisos permite que estas personas, este pueblo (en lo que tiene de múltiple y unitario) se construya en la pantalla, cada tanto atravesado por consignas y discursos que llegan desde el escenario (inevitables y, sobre todo, necesarios).
Es este trabajo minucioso el que permite que en algún punto (y con el transcurrir de los hechos) la película deje traslucir sentidos más vastos y abarcadores, que tienen que ver con el sentido de la política y de las vidas de quienes viven en comunidad.
El final, con el funeral de quienes resultaron muertos en los enfrentamientos con la policía, es un momento altamente conmovedor y casi lírico.
Maidan (Holanda/Ucrania), de Sergei Loznitsa, 130′.
Amour fou se construye sobre una cuidadosa paradoja, elaborada con paciencia: la locura y la exacerbación presentadas con detalle y frialdad. El origen, por supuesto, es literario, pero tiene también una fuerte marca cinematográfica: Heinrich von Kleist y el romanticismo alemán filmados con un rigor bressoniano. Un pacto suicida, la languidez y la hipersensiblidad de los románticos, ambos articulados en cuidadosos diálogos, en escenas de planos fijos y colores compuestos, sin que nadie se sobresalte nunca ni eleve ligeramente el tono de voz.
Todo el patetismo con el que queda retratada la figura de Von Kleist (que en algunos momentos parece presentado bajo una perspectiva similar a cómo lo miran los burgueses alemanes y su sólido sentido común) termina, curiosamente, por dar también validez a su mirada sensible y su deseo de muerte (o, más bien, de escapar a la vida). En el camino, el rigor, la cuidadosa composición de los planos y la cuidadosa composición de la interioridad de sus personajes exaltados (que nunca se exaltan) compone también un breve fresco de época, con veladas de música, discusiones políticas aristocráticas y procedimientos médicos decimonónicos.
Una curiosa, cuidadosa, modesta gran película.
Amour fou (Austria/Alemania/Luxemburgo, 2014), de Jessica Hausner, 96′.
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