Por Hernán Gómez.
Uno va advirtiendo que ciertas personas, cuando maduran o simplemente se ponen más veteranas, son incapaces de aceptar que hay gente feliz en la vida o, por lo menos, en los festivales de cine. ¿Será que se están marchitando? Entonces leo que Jorge Carnevale escribe en contra de la felicidad que produce el acontecimiento. Aunque no está presente, escribe. Recuerdo una nota mustia de su autoría sobre el cine “hecho para festivales” en la que, si mal no recuerdo, atacó a La libertad, de Lisandro Alonso, una película que representaba un cine que evidentemente no podía disfrutar porque había algo que no entendía y su ego le impedía reconocer que, tal vez, los tiempos habían cambiado, o su lucidez se iba extinguiendo.
Es evidente que esto último era lo que le estaba sucediendo, ya que su nota sobre la edición 2013 del Festival de Mar del Plata, publicada este sábado en la revista Ñ y escrita a500 km. del lugar, deja mucho que desear para un tipo que vive del oficio de crítico. En su nota menciona la expansión del narcotráfico y la inseguridad en contraposición con la festividad vacía que, según su criterio, presenta MDP en sus últimas ediciones, o de cómo los críticos “novatos” ahora se codean con los grandes. Sí, amigo, yo soy un novato y espero serlo el resto de mi vida para así poder disfrutar de las celebraciones de cualquier tipo. Y si ser “grande” significa marcar desde un púlpito lo que está bien y lo que está mal, triste será el porvenir que le espera. Pero, claro, recuerdo a Ñ, Clarín y todo ese rollo. ¿Resultado? Otro Jorge que baja línea. Ojo, este Jorge siempre fue igual, por lo menos desde que yo lo leo.
Estuve a punto de no ir a MDP, manoteaba las cuerdas después de besar la lona y pensaba que semejante movimiento no iba a aclararme. Error, fui tres días y fui feliz. Porque me encontré con mis entrañables amigos de mil y una películas, otros que no lo son tanto, pero siempre están por ahí. Y sobre todo por el cine que se mezcla con el aire deLa Feliz que, si no lo probaron, no se lo pierdan. Pude ver varias películas buenas, malas, inofensivas y no tanto. Pero me voy a quedar con la inspiración, esa que a veces ataco por deporte, por militante de los géneros y de un cine popular.
En este caso la inspiración es francesa: La jalousie, la última película de Philippe Garrel, es una oda en blanco y negro a la angustia, tan actual y eterna que me deja perplejo y eufórico, con ganas de hablar y discutir sobre cine. ¿Dónde está el cine sino en este blanco y negro, en sus palabras y gestos, en esa combinación de control y exquisita lucidez? Improvisación y silencios, dejar que la imagen encuentre su lugar y se asiente. Asumir las decisiones justas que empujan narrativamente a la película y exudan intentos de comunicación desde las imágenes.
Louis (Garrel hijo) está recientemente divorciado: dejó a su esposa y a su hija de ocho años para poder continuar su vida errante de actor y vivir con su novia actriz, inestable, bella y oscura, brillantemente interpretada Anna Mouglalis. Desde la secuencia que abre la película, la niña presencia la separación en off de sus padres, los ruegos de la madre y la frialdad del padre. Olga Milshtein interpreta a la nena del relato en un prodigioso tono cruel, fresco, que no deja de sorprender por su ambigüedad. La fotografía en blanco y negro hoy es para pocos, y Garrel la hace estallar en un scope que sorprende e intimida, porque destila poesía. Puede hacer travellings veloces –mis preferidos- o gigantescos planos detalles, pero el francés nunca pierde el pulso. Lleva el relato en capítulos, que transita por los finos y vacilantes caminos del amor, por el deseo que recorre una ciudad que nunca es identificada. La película tiene la ambición de presentar, en algún punto, seres anónimos, atormentados, perversos, amados y malvados, casi al límite de la misma muerte.
En el imponente Ambassador 1, Garrel demuestra que el cine francés sigue vivo dentro su cine y con un solo plano de La jalousie uno puede ver a todos los muertos: desde Bresson a Pialat, hasta llegar a los destellos del tardío Truffaut. Y un solo plano es suficiente para comprobarlo, con esos intervalos donde la música de Jean-Louis Aubert alumbra las imágenes con unos pocos acordes de piano y guitarra.
Dice Garrel sobre su cine: “Cuando hago una película, no estoy tratando de terminar algo que empecé en algún proyecto anterior. Solo existe la práctica: tanto en la escritura como en el rodaje hay algo que se va conformando, algo que aparece en el acto de hacer”. No mucho más para decir, siempre hay que ver lo que tienen algunos realizadores para mostrar. Una sola gran película bien vale mil kilómetros, lo importante es ser feliz. Como dice la canción del final: “deja eso que te atormenta acá”.
La jalousie (Francia, 2013), de Philippe Garrel, c/Louis Garrel, Anna Mouglalis, Rebecca Convenant, Esther Garrel, Olga Milshtein, 77′.
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