Roberto (Robert Law Makita) trabaja de extra en publicidades. Sueña con hacer una película y en el prólogo de la película la describe: una fantasía plagada de sentimentalismo juvenil en donde el romance lo lleva a ser acosado por dos mujeres que pelean por su amor.
Roberto tiene rasgos asiáticos, es mitad chino y mitad japonés. De contextura ligera y conducta apacible, da con el perfil del oriental gracioso del que los creativos publicitarios se valen en sus comerciales para reproducir una y otra vez el humor que les encanta. Así es que asiste a castings y aunque lo intenta sólo consigue roles de extra.
Lo más atípico del protagonista es que acepta su calidad estereotípica con una dignidad con la que uno se encariña rápido. Esta característica sostiene el relato, construido sobre un núcleo blando. Mientras se lo ve atravesando con incómodas posturas el universo artificial de castings, entrevistas y confrontaciones con sonrisas falsas, equilibrado entre la plenitud y el vacío de su comportamiento, alcanza semejanzas con el estado anímico de un monje taoísta, pero pervertido por la tan vasta vertiente de banalidades y costumbres occidentales.
Roberto no tarda en enamorarse de Laura (Malena Villa), una estudiante de modelaje que conoce en un casting. Ella vino de San Clemente a la capital, no se cree lo de caminar como minita, sólo lo intenta por sugerencia de un familiar y, tras una incertidumbre que logra definir al final, abandona la carrera de modelaje y regresa a su origen junto al mar.
Rigo (Rigoberto Zárate) es amigo de Roberto y quien le consigue el trabajo de cuidar casas de ricos. Es un morocho andino que disfruta del whisky y los cabarets. Su aparición reafirma que en este circuito metropolitano, los chinos y mulatos que viven de cuidar casas de gente pudiente tienen labores sencillas, relajadas, tales como merodear por los pasillos o limpiar la piscina de estas casas con dueños ausentes, creando la impresión de que viven en un vagabundeo impreciso y alienante, acunados por una clase confiada y permisiva, que incluso le permite a Roberto horarios flexibles para atravesar constantemente circuitos selectos de la capital y salir como extra en publicidades de comerciales.
La diégesis porteña se construye con puestas centradas, espacios cómodos, abiertos y estilizados, pero al mismo tiempo cercados por cordones amarillos, rejas, portones, carteles de prohibiciones y cámaras del gobierno de la ciudad que vigilan, describiendo un Buenos Aires al que se le ha editado su parte cruda, tal vez porque lo filtra la percepción de Roberto que vive en un mundo de composiciones bonitas materializadas en tonterias innecesarias y este sesgo le impide visualizar la desgracia, la desigualdad, la presencia de gente desesperada y el delirio social, que yace como un concepto liviano y casi invisible, siempre a sus espaldas, tapado por la fluidez de una composición rígida y programada. Este espacio acorrala a los personajes, tanto Roberto como Laura se mueven vigilados, gracias al accionar de las puestas de cámara sobre la actuación, generando una sensación de registro documental que acompaña la mirada omnisciente ficcional, mientras la historia se desarrolla yendo y viniendo por los lugares comunes de una comedia orientada a los adolescentes.
La historia de Roberto se convierte en un producto con curvas retocadas, cercado por calles en las que nunca aparecen graffitis violentos ni desposeídos aspirando pegamento; Roberto atraviesa con calma sus caminatas por barrios de buen nivel económico, logra enamorar a la chica invitándola a disfrutar de fondos emblemáticos de cartón pintado que ya sólo sorprenden al forastero entusiasmado, y entonces comprendemos que él admira la belleza que este mundo frío cultiva, y reclama silenciosamente los conceptos de belleza y las expectativas de apariencia cultural más explotadas. Las emociones que provoca en sí mismo durante su accionar dramático no logran que se percate o preste atención a otra cosa más allá de esta ilusión inocente que esconde una inquietante amplitud que no se desarrolla en extenso, pero que existe lo suficiente para ser discernida.
Miss (Argentina, 2016), de Robert Bonomo, c/Roberto L. Makita, Malena Villa, Rigoberto Zárate. 70′.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: