La rima del título -en inglés- no tiene nada de inocente por más naif que se conciba. En el gran circo de la F1, nada es inocente. Es un mundo apuntalado por ingenieros, publicistas, agentes y pilotos de máxima precisión. Es un mundo donde, precisamente, cualquier vulnerabilidad a la inocencia, a 360 Km/h, puede llevar irremediable e instantáneamente, a la muerte.

La muerte. La presencia de la muerte más bien. Como en el boxeo y las artes marciales mixtas, la muerte es una presencia constante en la F1.

Y esa presencia, excita. Esa presencia, atrae.

Escuderías, pilotos, marcas. Lujo. Lujos. Hoteles de lujos, relojes de lujo, ropas de lujo, restaurantes de lujo, barcos de lujo, fiestas de lujo, marcas de lujo, hombres de lujo, mujeres de lujo, autos de lujo, carreras de lujo… Todo en la F1 es un circo elitista, lujoso, servido como una especie de “último banquete” por si los pilotos chocan, se estrellan, mueren en viernes de prueba, en sábado de clasificación, en domingo de carrera.

Netflix, ahí, entonces. Netflix y su sexta temporada de F1: Drive to Survive cubriendo la temporada 2023 de la F1 internacional.

Netflix, ahí, entonces, metiendo micrófonos y cámaras por todos lados; espiando fábricas, oficinas, boxes, autos, casas particulares de los pilotos, de los ingenieros, de los managers de los equipos.

Netflix, ahí, entonces, mostrando de que se trata ese sobrevivir (survive) en la F1.

Netflix, ahí, entonces, en esta sexta temporada donde no aparece el crack argentino de Franco Colapinto. Ese chico super cheto de Pilar. Ese chico extremadamente talentoso que desde los 14 años vive solo en Europa logrando concretar el sueño de subirse a un F1 mientras le tirotea a cuanta periodista (y no periodista) haya en el paddock entrevistándolo. Ese chico de apenas 21 años que ya maneja como veterano un Williams sacándole rendimientos increíbles al auto. Ese chico de apenas 21 años lleno de frescura del que todo el mundo habla y envidia (como el gallego Sainz pos carrera de Singapur) y que gente como Tamara Tenenbaum, en X, diosifica con mucho acierto diciendo: “Necesitábamos una masculinidad old school de las del don juan que ama a las mujeres y no los sobreideologizados que las odian y apareció. Soy 100% pro colapinto y 100% anti anti colapinto”.

Netflix, ahí, entonces, en su sexta temporada, sin Franco, pero con Stroll, Alonso, Verstappen, Leclerc, Sainz, Russell, Hamilton, Ocon, Gasly, Norris. Con los jefes de equipo de cada escudería y sus familias. Con los reporteros especializados. Con los CEOs de las escuderías rapiñando sponsors. Con los sponsors de las mismas presionando rendimientos imposibles en autos, apenas, posibles.

Netflix, ahí, entonces, en esta sexta temporada con sus micrófonos y cámaras armando puterío y épica entre medio de paisajes bellísimos desde Bélgica a Monza, desde Inglaterra a Interlagos, siempre con dinámica maniquea, conventillera, shakespereana… tan inflada como real, tan necesaria como banal.

Drama. Desde los años 50 con el inmenso Fangio, pasando por Lauda, Senna y Schumacher, hasta Verstappen y Colapinto, la F1 es, sistemáticamente, drama.

Es puro drama. Drama y fracaso. Drama y gloria. Drama y heroísmo. Drama y derrota. Drama y muerte. Los pilotos son gladiadores modernos: chicos entre los 19 y los 25 años de edad -a excepción de Bottas, Hamilton, Checo Pérez y Alonso- que parecen modelos. Chicos entre los 19 y los 25 años de edad que ocupan, apenas, 20 butacas en todo el mundo de los monoplazas que compiten. Chicos entre los 19 y los 25 años de edad donde fin de semana por medio se simbiotizan a máquinas de última tecnología para intentar ganar o, al menos, sumar puntos en un Gran Premio de F1. Chicos entre los 19 y los 25 años de edad que, en cada carrera, salen a jugarse la vida, literalmente, sin metáforas, con tal de ganarlas.

Hay rectas, hay curvas, hay chicanas, hay chispas, hay diferentes tipos y compuestos de neumáticos, hay equipos enormes encarrilados en un solo piloto arriba de su auto durante casi dos horas girando en circuitos de más de 50 vueltas. Hay supervivencia absoluta -entre el glam y la violencia automovilística- ante la muerte que se asoma como un fan más con cada giro.

Hay hipnotismo total, adictivo y fascinante en estos conjuros entre hombre, máquina, velocidad, talento y muerte. Y F1: Drive to Survive lo suele canalizar ye xplotar muy bien en sus capítulos de casi una hora por envío.

“El lujo es vulgaridad” decía la letra de ese cantante falso émulo del gran Luca Prodan y no, en la F1, no lo es. En la F1, el lujo es el lujo. La elite es la elite. El éxito es el éxito. El fracaso es el fracaso. La conciencia de clase chupa un huevo cuando a más de 300Km/h te podés comer un muro de frente y volverte un revoltijo de piezas mecánicas, carne, huesos y fuego. La presencia de la muerte nivela toda conciencia de clase. Por eso es que cada uno de nosotros que es fanático de la F1, vitorea con locura maniobras, tiempos o volantazos de pilotos que le ganan a la muerte en esos detalles, en milésimas de segundos, con esas habilidades únicas.

F1: Drive to survive es una suerte de “Gran Hermano” de la F1 que cuenta narrativas de pilotos, equipos y carreras; docu-ficcionaliza resultados, datos y hechos reales inalterables de las carreras y, por sobre todas las cosas, vuelve muy humanos los derroteros en los destinos -aparentemente trazados e incuestionables- de 20 pilotos (solamente 20 pilotos en todo el mundo) que, por el contrario, planean combatirlos, revelárseles, tergiversarlos, apretar el acelerador a fondo para saludar a la muerte sin darle el menor paso: que los mire de atrás cuando activan el DRS; cuando les flamean con toda la gloria del mundo, la bandera a cuadros del final. La bandera de que todavía siguen vivos para volverse a desafiar en un Gran Premio más.

F1: Drive to survive. Creado por Netflix. Elenco: Will Buxton, Daniel Ricciardo, Sebastian Vettel, Lando Norris.

Disponible en Netflix.

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