Un largo plano de una mujer conduciendo un automóvil lleva a una escena en la que una inspectora de policía le pregunta a esa mujer por qué la llamó la noche anterior y qué era lo que le quería contar. Allí, hay un silencio: Astrid (Emmanuelle Devos) no responde esa pregunta, y la película comienza entonces el recuento de lo ocurrido en los últimos días del matrimonio Schaar para llegar a lo que ocurrió esa noche anterior. Un relevamiento que repone la multiplicación de esos silencios y su utilización como forma de manejo por parte de los personajes. Hay un primer contrapunto notorio que se establece en relación con la casa de los Schaar que se convierte en el espacio central de la película. Una delimitación precisa entre el adentro y el afuera marcado por lo sonoro. La casa de los Schaar está poblada solo por los ruidos ambientes, por los sonidos que provienen del jardín enorme que rodea la casa. Los ruidos ajenos provienen de la intervención de los artefactos (la televisión, los videos en la notebook) ante los cuales los personajes parecen congelar sus movimientos. Salvo en la escena en la que Astrid baila con Raphael (Matthieu Galoux), pero incluso allí el sonido deviene intrusión para Francois Schaar (Daniel Auteuil) que no participa y hasta se percibe su molestia.

Es ese ambiente el que le permite a Schaar detectar la intrusión en su casa: un ruido inusual en el jardín lo alerta, lo hace encender las luces y salir a buscar a quien entró en su casa. El ruido ha invadido, ha sobrepasado los límites espaciales: una figura curiosa, en tanto se piensa, en toda la película a lo sonoro como un espacio. Pero allí están desde el principio, los movileros televisivos que montan guardia en la entrada principal; como lo señala la continuidad de aquella escena, cuando Schaar sale en medio de la noche, del otro lado de la verja de entrada a la propiedad es cuando lo sonoro, el ruido, vuelve a aparecer. Allí Francois habla, pero cuando los movileros intentan establecer un diálogo, vuelve a cruzar ese límite imaginario que lo vuelve a sumir en el silencio.

El riesgo que asume en el fondo una película como Un silencio (Lafosse, 2023) es el de subsumir su construcción a lo temático. Ese elemento que aparece en un principio como el fondo de la cuestión –Schaar está representando como abogado a una familia que inició un juicio contra un pedófilo- y que parece ocupar un segundo plano –aunque remarcado por las alusiones constantes de Schaar a su trabajo y la irrupción continua de los noticieros televisivos-, irá ganando el centro de la escena. En el momento en que Caroline (Louise Chevillotte), la hija del matrimonio visita a su madre para contarle que habrá una denuncia contra Schaar, el tema parece imponerse sobre la capacidad sugerente del relato. Es demasiado poderoso el tema de la pedofilia y los problemas éticos que genera en el personaje, como para que las maniobras para equilibrar el relato logren equipararlo. Ese desbalanceo es el que lleva a Un silencio de lo dramático en un tono asordinado, a una tragedia que no tarda en desatarse (aunque Lafosse la disfraza aquí con ese mismo asordinamiento al quitarle la carga que podría agregarle el sonido del ataque de Raphael).

Más que ese peso temático, la relación entre dos mundos paralelos parecía el camino que Un silencio emprendería. El contraste entre un adentro signado por lo familiar y marcado por la tranquilidad de la vida, la vocación laboral y, sí, los conflictos silenciados en todos los personajes y un afuera cuya centralidad se focaliza entre la omnipresencia de los medios de comunicación y del juicio, aparecía como una idea posible a desarrollar. Incluso puede pensarse a la escena de la tragedia como el punto de unión de esos dos mundos, con el jardín como escenario, la intervención ajena a la familia y los flashes fotográficos desde la lejanía. Pero la apuesta de Un silencio termina siendo otra, lo que implica un pasaje de lo sugerente, lo sugestivo a lo explícito. Deja de importar allí tanto el virtuoso pasaje que Lafosse practica entre los puntos de vista de los distintos personajes y hasta la opacidad inquebrantable de ese Schaar nocturnal y dividido entre la locuacidad exterior y el silencio interior, como la construcción de un clima en el relato. En ese momento en el que la denuncia abre las compuertas del pasado para que se filtre lo que estaba silenciado (y que se expone al espectador como información dosificada), los detalles de la puesta en escena y la narrativa terminan pasando a segundo plano para priorizar el desguace dramático de la estructura familiar y el cuestionamiento ético sobre un personaje. Y resulta curioso que, a fin de cuentas, lo que pone en juego la película es la posibilidad de convertir a la pedofilia en un consumo adictivo, cuya consecuencia sería la imposibilidad de juzgar esas conductas moralmente. En el fondo, parece sostener Un silencio todos tienen/tenemos algo que ocultar y silenciar.

Un silence (Bélgica / Francia / Luxdemburgo, 2023). Dirección: Joachim Lafosse. Guion: Joachim Lafosse, Thomas Van Zuylen, Chloé Duponchelle. Fotografía: Jean-Francois Hensgens. Edición: Damien Keyeux. Elenco: Daniel Auteuil, Emmanuelle Devos, Matthieu Galoux.  Duración: 99 minutos.

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