Si partiéramos de la base de que el furor retro ochentas es un acierto suficiente (premisa a la que no suscribo), Stranger Things cumpliría los requisitos, con creces.
La lista de referencias, de hipervínculos posibles, es larga y sostenida. Bueno, algunas referencias son más obvias que otras, pero el punto es que basta con ver los afiches promocionales de Stranger Things para relacionarla con cierta estética ochentera y si uno lee algunas críticas, aunque sea a vuelo de pájaro, enseguida aparecen los nombres de Stephen King, de Steven Spielberg, de manera sintomática.
Hay, en esa insistencia, un punto clave que -a esta altura- funciona más como subgénero que como homenaje. El, así llamado, revival, del que películas como It Follows o Súper 8 supieron dar cuenta. Está claro que, en Stranger Things, hay una búsqueda, un cuidado especial, por subrayar ese parentesco. La banda de sonido, el tema de la intro, la tipografía de los títulos, el diseño del pueblo, la vestimenta de los personajes, las bicicletas. Ahora bien, no hay que perder de vista que esto no es fundamental. Si se quiere, es un acierto extra. Lo fundamental es que la historia funciona desde varios flancos.
En Stranger Things hay humor, ternura, terror, intriga, amor, fantasía. Una trama impecablemente construida, que se subdivide en varias líneas argumentales, que confluyen en una historia alucinante, pero, sobre todo, hay personajes fuertes, excelentemente caracterizados, que saben sostenerse en la sucesión de capítulos. El realismo está ausente, incluso cuando una porción fundamental del argumento está basado en hechos reales. Pero eso no es un defecto. Tampoco una virtud. Son las reglas del juego que Stranger Things propone, desde los primeros minutos del primer episodio. No es casual que una de las primeras cosas que vemos es a unos chicos jugando “Calabozos y dragones”. Al contrario, es una advertencia. Los juegos de rol carecen de sentido si uno no se somete a su lógica.
Mucho se ha discutido sobre el realismo y el verosímil en el cine. Antes que revelar la realidad, hay cierto tipo de cine que funciona como un reemplazo de la realidad. Hay cierto tipo de espectador que exige que el cine sea realista. Yo no. Toda vez que la realidad se vuelve algo más extraño cada día, prefiero una mentira funcional y bonita. La mentira que el cine fantástico, a veces, propone.
Por eso, Stranger Things es particularmente interesante: porque propone una realidad que tiene sentido únicamente en el mundo de ficción que la promueve. Por eso, si uno acepta someterse a las reglas del juego, sus diálogos y sus personajes se vuelven entrañables. Básicamente, porque son irreales y encantadores. Todos son amables y buenas personas. Hasta los villanos tienen un costado amable. ¿Quién no quisiera formar parte de ese mundo, incluso cuando sucedan cosas horribles y siniestras?
El revés de este razonamiento es que Stranger Things no se abandona directamente a la fantasía pura y dura. No hay unicornios y hadas madrinas. Por el contrario, hay un anclaje realista. Tal como sucedía en muchos de los episodios de X-Files, la materia prima que sirve como base para construir la historia, es real. En este caso los experimentos secretos del gobierno con el fin de expandir la conciencia y el cerebro para su uso paramilitar. Para los que no están familiarizados con el tema suena a cuento. Pero, desgraciadamente, no lo es. En sus novelas, Thomas Pynchon habla largo y tendido sobre ello. Hay una amplia bibliografía al respecto. El Proyecto MK Ultra, los tanques de aislación, la búsqueda por trascender los límites de lo físico, la experimentación humana. Sobre este asunto, recomiendo revisitar las películas Jacob´s Ladder, de Adrian Lyne y Altered States, de Ken Russell.
La desaparición de Will Byers desencadena una intriga policial que se enrarece con visos fantásticos. Aunque el rol del detective lo desempeña el comisario del pueblo, la búsqueda por desentrañar la verdad sobre esa desaparición involucra a otros personajes que, de alguna manera, hacen justicia por mano propia, desafiando el estatuto de las leyes. Es interesante que una serie fantástica funcione para cuestionar cómo opera la manipulación de la información en sociedades cerradas. Pueblo chico, infierno grande. David Lynch dice presente. No hay moralejas en esta historia, pero hay una enorme fantasía incitante.
Stranger things (Estados Unidos, 2016), creado por The Duffer Brothers, c/ Winona Ryder, David Harbour, Finn Wolfhard. Matthew Modine.
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La serie es maravillosa. Pero me parece que Winona Ryder está constantemente jugando el mismo papel «extraña». La amo como una heroína romántica, por ejemplo, en la película «The Last Word» (busco aquí http://www.fullpelis.tv/romance/ )