Es posible que haya algo de anacrónico en Palabras pendientes. Su objeto son las clases que se desarrollaron en el instituto de Educación del Ejército entre 2010 y 2014. El cambio en los planes de estudio encarados a partir de 2008 incluía al menos dos aspectos trascendentes: la enseñanza a los cadetes de Derecho Humanitario (con una fuerte focalización en las violaciones a los Derechos Humanos) y la inclusión, dentro de la cátedra de Historia Militar de la sucesión de golpes de Estado en nuestro país a partir de 1930 y las leyes de impunidad y su derogación por parte de sucesivos gobiernos democráticos. Se tratan, pues, de imágenes de un tiempo ido, de una política de gobierno que, aún con sus errores, puso el eje en la educación de los miembros de las Fuerzas Armadas en el respeto por el otro y el reconocimiento de ese pasado que las nuevas generaciones no deben repetir. El triunfo de la alianza Cambiemos en 2015, que reinstaló las ideas de reconciliación y la Teoría de los Dos Demonios a la par de desacreditar a los organismos defensores de los Derechos Humanos, ha llevado la historia y la visión sobre ella hacia otro lugar.
Está intacta esa sensación de estar visitando un lugar del pasado, como si recorriéramos un viejo video familiar. La presencia de rostros conocidos en la graduación de los cadetes (el ex Jefe del Ejército, la ex Presidente de la Nación) parece remarcar esa idea. Sin embargo, lo que persiste no es la pregunta sobre qué se habrá hecho de esos planes de estudio. El final de la película, su ubicación como film terminado en enero de 2016, obliga a situarnos en ese contexto, antes que en los movimientos posteriores. Un viaje hacia el pasado que debe hacerse presente para ser comprendido en lo que implica semejante viraje en la enseñanza militar. Es entonces que pueden entenderse las tensiones irresueltas entre la voluntad y la resistencia al cambio. Entre el planteo de nuevas visiones para un entorno determinado y la persistencia de las anteriores. Porque, a fin de cuentas, la pregunta que recorre Palabras pendientes sin hallar una respuesta precisa es cómo se hace para desmontar un prejuicio, una matriz ideológica histórica en el moldeamiento de jóvenes, una concepción decimonónica del hombre en armas.
Lo que en las primeras escenas del documental parece un plácido pasaje a nuevos conocimientos, con las dificultades y dudas inevitables que genera un proceso de cambios, pronto se va revelando como un ejercicio complejo, de difícil resolución. Si la figura del profesor de Derecho Humanitario no genera demasiados inconvenientes, es la irrupción del profesor de Historia Militar la que formula los primeros cortocircuitos. Hay una escena nimia en ese sentido, pero de un simbolismo inesperadamente contundente. Vemos de un lado a ese profesor cuando entra en el aula, vestido de civil, con el pelo largo atado en una colita; del otro, los cadetes parados en posición de firmes al lado de sus bancos y un celador que hace la venia al profesor y pasa un informe de los alumnos. Ese cruce entre dos formalidades, una más relajada, la otra rígida y profundamente enraizada, define la persistencia de una cuestión sin solución a la vista: la gestualidad marcial, el orden, la disciplina y el grito como forma de comunicación, siguen definiendo a lo largo de todo el documental al espacio de lo militar.
Lo que pone en escena fundamentalmente la aparición de ese profesor, Jorge Vigo, es la distancia entre lo planificado y lo real. Porque la revelación de que no todos los contenidos llegan al aula impone una carencia, una ausencia. Una construcción de la historia militar en abstracto, convertida en verdad en una historia militar de la táctica. Vigo alega en su favor: “Si bajo a cada hecho (histórico) en particular, no estoy enseñando nada”, dice en referencia al hecho de no hablar de los golpes de Estado. Y sigue su defensa: “No hay nadie que se haya sentado a escribir (sobre los golpes) desapasionadamente”. La elección, entonces, del camino más sencillo, el menos arriesgado consiste en no establecer relaciones entre los hechos particulares para llegar a una enseñanza, no cruzar las visiones, aún las más “apasionadas”, porque ello implicaría pensar y generar un pensamiento en el otro. Aún peor, señala que “hay que hacer una construcción de época, sino se abren las puertas a los fantasmas”. Ese hombre, que introduce a los cadetes en Foucault y Trotsky como un estudio sobre el poder y la filosofía, lo hace sobre una base teórica alejada de la realidad, y convirtiendo lo que debería ser una narración histórica en una a-histórica. La negación a aplicar esos conceptos sobre el poder a un proceso histórico, introduce una cuña en el acceso al conocimiento y en la comprensión de los fenómenos sociales, un límite, en fin, en el sistema de enseñanza.
Hay otro elemento inquietante que complejiza el problema. El Dr. Negretti es un militar retirado que enseña Táctica Militar. Lo que interesa no es tanto su concepción sobre la pertenencia del Ejército al pueblo, sino su inquietud sobre cómo se articula la enseñanza de los Derechos Humanos con la orientación del poder político, introduciendo un factor de tensión adicional. ¿Qué pasa si la orden de actuar de parte del Poder Ejecutivo contradice los lineamientos de los planes de estudio?¿Qué margen de acción queda en ese caso para las Fuerzas Armadas? “¿No quedó una enseñanza de La Patagonia Rebelde?”, se pregunta. “Sí, quedó una enseñanza; pero si el Poder Ejecutivo les dice que tienen que ir (a reprimir), no van a poder negarse”. Articulada con el concepto de que en la derrota la culpa termina siendo de quien ejecutó una orden y con la duda que sostiene respecto a la existencia de un plan sistemático de desaparición de personas en la última dictadura, parece una defensa corporativa de la fuerza en relación con el pasado. Pero esas palabras resuenan hoy, actualizadas a partir de la acción de la policía en la represión de la protesta social en los últimos dos años y la forma en la que Gendarmería aparece señalada como responsable de la desaparición de Santiago Maldonado.
De allí que aquello que parecía anacrónico se vuelve presente en tanto ya no interpela solo las rémoras del pasado. Hay un presente que sigue sosteniéndose en esas palabras pendientes a las que alude el título. Que en esos ámbitos se empleen términos como dictadura o terrorismo de Estado, o desaparición forzada es un signo ineludible de cambio que se contrapone con ese pasado que sigue cautivo de lo no dicho (la excusa enarbolada sobre que “nadie lo vivió” es tan pueril que implicaría que nadie podría hablar sobre Jesucristo, Cristóbal Colón o José de San Martín, porque nadie vivió en esa época). Eso no dicho que aparece en toda su dimensión, en los exámenes que dan los cadetes, en su dificultad para poner en palabras, en hechos concretos, cuáles pueden ser las violaciones a los derechos humanos.
Palabras pendientes (Argentina, 2017), de Andrea Schellemberg, 65′.
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