green_room-907678591-largeGreen Room: salvo por los filtros verdes que tiñen toda la película, no entendemos por qué carajo se llama así. ¿Será por la inmadurez de los skinheads? Siendo que tampoco aparece ni siquiera un porro, y eso en una película rockera es todo un mérito, el título termina siendo anecdótico. Esta tercera producción del ignoto Jeremy Saulnier, fundamentalmente por lo poco estereotipado de sus personajes, atrae, entretiene y nos regala a los amantes del punk rock, una buena película ambientada en nuestro mundo, y con nuestra peste.

Sí, poco estereotipado. Aunque ser nazi es un estereotipo en sí, en esta película, a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, en American History X -por compararla con otra de temática similar- se ahorran detalles que restarían credibilidad a una historia que mezcla suspenso con sutiles -si se me permite- momentos gore. Sí, insisto, poco estereotipado. Ya dije que no aparece ni un porro, no hay ningún pelado con el brazo en alto, ninguno de los punks está drogado y la parafernalia nazi es cuidada, creíble para un grupo de imbéciles que pretende mantenerse en las sombras.

Pero volvamos al principio: a los protagonistas. Todo arranca con una banda de punk rock en gira por las rutas, o mejor dicho a la deriva, buscando dónde tocar. Aunque en estas latitudes nos cueste entender a esa clase de lúmpenes, pobres con camioneta propia, celulares con internet o cervezas cuando se les antoje, el hecho de que roben nafta nos aporta un detalle que los diferencia de los protagonistas de cualquier película de gomas universitarios. En las calcomanías de su camioneta, en la remera de la guitarrista, se leen bandas reconocidas de punk rock: Dead Kennedys, Fugazi y otros. Ese es un contrato explícito entre la película y un público especializado. Green Room no explica en parlamentos lo que las imágenes aclaran a los entendidos en el tema. Pretender que un público no especializado dimensione la amenaza, o diferencie entre skinheads de cordones blancos, rojos, Sharps u otros es una apuesta grande que no se cumple y que le roba alguna capa de sentido importante al espectador común. Como resultado, salvo para los que sí estamos en tema, la película se convierte en una buena de personajes atrapados resistiendo a una amenaza. Sin embargo, para esa otra mirada, la película también tiene algo nuevo. Un reducto para conciertos en medio de un bosque, la amenaza nazi y la música diegética son condimentos poco frecuentes en películas de suspenso, aún en las partes gore que tan bien salpican de sangre algunas veces en Green Room.

Green-Room-Anton-Yelchin

Una vez entendida la propuesta, despierta la amenaza: la película desemboca en la tradicional cacería de género. Esperar que los personajes se vayan matando entre sí, ver cuál resiste y cuál no, y disfrutar de las muertes que el director elija para cada uno que le llegue la hora. En esa carrera hacia el final, por sorpresivas o impresionantes, algunas de las escenas sangrientas o violentas suman a un producto que termina siendo redondo.

¡Ah, no! Redondas mis pelotas. Después de una hora y media de punks y skinheads, Dead Kennedys y Slayer, sangre, cuchillos y balas, no se entiende a quién carajo se le ocurre musicalizar los títulos finales con Creedence Clearwater Revival. El responsable es un verde total.

Green Room (EUA, 2015), de Jeremy Saulnier, c/Anton Yelchin, Joe Cole, Alia Shawkat, 95′.

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