7-cajas-poster-bCuando Slumdog Millonaire (Danny Boyle, 2008) ganó el Oscar hace unos años, una legión de críticos (¿cinéfilos?) de cine acribilló a la película tildándola de “abyecta” al entender que hacía una suerte de apología lucrativa de la pobreza: al estetizarla de una manera “bella” (¿banal?), convertía a la extrema pobreza en algo “cool”, “superficial”, “naturalizado”, sin condena social ni (obvio) reproche humanitario la transformaba en un producto altamente digerible y, con ello, comercializable, accesible al gran público. Por esta razón, era una suerte de pecado -¿ideológico?, ¿estético?- altamente redituable que el chiquito de la película, por ejemplo, emergiera de una letrina llena de mierda mientras la fotografía y el encuadre de la escena lo mostraba plagado de colores vívidos y preciosistas. Curiosamente la crítica, en cambio, nunca dijo nada en referencia al cine iraní, que opera la misma estetización preciosista de la pobreza en películas como Un globo blanco (Jafar Panahi, 2005), El viento nos llevará (Abbas Kiarostami, 1999) o La pizarra (Samira Makhmalbaf, 2000). Todas ellas muestran la penosa miseria persa desde un punto de vista aparentemente poético, simbólico, pero no por eso menos bello (¿banal?) y preciosista que Slumdog Millonaire. La diferencia está -montaje aparte- en que Boyle hace su cine para lucrar en Hollywood, y Panahi o Kiarostami en Cannes.

En la grieta -si es que la hay- de estas estetizaciones preciosistas de la pobreza ha surgido gran parte del Nuevo Cine Argentino y un cierto cine latinoamericano sumamente comercializable, algunas películas brasileñas principalmente –Ciudad de Dios (Fernando Meirelles, 2002); Ómnibus 174, (José Padilha, 2002) y Tropa de elite, (Padilha, 2007)-  como claros estandartes de esta estética que cuenta una historia a pesar -y al margen- de la pobreza en sí y los grados de estetización y simbolismo que puedan llegar a tener (gran diferencia con el cine de Glauber Rocha donde la pobreza era un potente elemento filosófico-mitológico conjurado a partir de lo estético-simbólico y viceversa). 7 Cajas, de Juan Carlos Meneglia y Tana Schémbori, es un claro ejemplar surgido de esta grieta y es, por demás, un ejemplar bastante entretenido e interesante de observar.

7 cajas

Víctor es un humilde carretillero que trabaja en un importante mercado de Asunción. Tiene 17 años y es tiernamente narcisista: su sueño es verse transmitido (grabado) en televisión. Corre el año 2005 y los primeros celulares con cámara empiezan a llover por estas partes del mundo. Víctor descubre que se puede grabar a sí mismo y, sobre todo, verse en esa pantalla pequeña, y por eso quiere comprar un celular con cámara a toda costa. El problema es que son muy caros y él no tiene dinero. De repente, una casi casualidad lo coloca delante de una inmejorable oportunidad: si en su carretilla pasea por el mercado 7 cajas hasta que una pesquisa policial en un frigorífico termine, le van a pagar 100 dólares. Víctor acepta y, a partir de ese momento, una sucesión interminable de persecuciones y problemas van a surgir hasta llegar a un final insospechado, más que inesperado, y aquí, en esta diferencia sustancialmente semántica, es que se encuentra el gran mérito de la película: ninguno de los giros imprevistos de la historia es forzado o insólito, sino por el contrario, natural, verosímil y, por ello, más que atractivo; especialmente si uno le suma el otro gran mérito de la película: la dirección de actores, y los personajes que estos actores interpretan. Desde el coreano enamorado de la hermana de Víctor hasta la travesti, desde los policías hasta el carnicero, cada uno de los personajes que van apareciendo en la historia son realmente formidables y logran que esas 7 cajas en la carretilla de Víctor mantengan, con fresca naturalidad, la tensión narrativa y el ritmo de la película inclusive cuando amaga con decaer volviéndose ligeramente ñoña.

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Párrafo aparte para la construcción bilingüe del lenguaje de la película: ese guaraní entrecruzado con el español que hablan cada uno de los actores le da un tinte realmente musical y original a la película, a la forma de relacionarse y decir las cosas. Esos diálogos en guaraní mezclados con palabras en español aportan una intensidad (surreal, cómica, dramática y tragicómica) bastante particular a la hora de exponer las relaciones humanas y, sobre todo, los variados climas que cada uno de los personajes van atravesando ya que todos, de un modo u otro, se terminan entrecruzando durante el desarrollo de la trama sin quedarse enredados en situaciones absurdas o falsamente efectistas, consumando una película entretenida, inteligente, sin golpes bajos (salvo el de la farmacéutica) y con mucho de la vieja y efectiva picaresca que tan bienvenida es en cualquier historia de marginales y maleantes de poca monta que se cuente o intente contar.

Aquí pueden leer un texto de Ignacio Izaguirre y otro de Eduardo Rojas sobre la misma película.

7 cajas (Paraguay. 2012), de Juan Carlos Meneglia y Tana Schembori, c/Celso Franco, Víctor Sosa, Lali González, Roberto Cardoso, Paletita, 100′.

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