La última película de Seth Gordon convierte a Melissa McCarthy en calabaza. Y a Jason Bateman también. Porque ese director que en Horrible Bosses supo hacer una comedia de grandísimos momentos ahora corre casi dos horas detrás de una gorda graciosa y de un flacucho supercontenido. Es que acá Bateman y Mc Carthy no son más que eso para Gordon, quien no alcanza a verlos como reyes (podrían haberlo sido) de esta comedia (esto podría haberlo sido) que se detiene cada vez que quiere hacer un chiste. Entonces tenemos una película encastrada entre un director que inserta -a la fuerza- escenas graciosas en una estructura que las rechaza y dos actores que, como resultado, manejan muy poco timing (¿McCarthy? Sí, también McCarthy) y hacen añicos la química entre ellos.
Ladrona de identidades es eso y es también la historia de Diana (Mc Carthy), una mujer que se dedica a gastar muchísima plata y hacer bastante quilombo usando identificaciones con el nombre de gente a quien le “robó” datos personales. En este caso, su víctima es Sandy (Bateman), un contador que tiene dos hijas y un bebé en camino. Sandy es un buen tipo –la película no pierde un solo cliché al señalarlo– con un jefe que lo explota (algo similar le pasaba al personaje del mismo actor en la última película de Gordon), entonces decide renunciar a su trabajo y mudarse a una nueva empresa. El tema es que, gracias a Diana, la reputación de Sandy llega a manos de la policía y su nuevo jefe planea despedirlo a menos que aquél limpie su prontuario. Entonces la película se convierte en una road movie en la que Sandy viaja a buscar a Diana para llevarla frente a su jefe y frente a la policía.
Pero aunque sus protagonistas viajen en avión, en auto, en camión o en motoneta, Ladrona de identidades es una película-autoestop: camina, camina y, cuando caza la oportunidad, frena todo para subirse corriendo al primer carro que la acerque un poco a la comedia. Claro que, entre todo ese atletismo, se olvida de que, además, está contando una historia ¡con personajes y todo! Entonces el director apela a la súbita declaración-aclaración (la escena del restaurant es solamente eso), que puede no estar mal pero que nunca convence cuando el “balance catártico” del personaje implica cuestiones completamente nuevas para nosotros, que hace una hora y media estamos viendo la película.
En fin, que Gordon subestima a quien mira. Y que eso pasa todo el tiempo en este relato que, llegando al minuto 5, ya nos había hecho escuchar o leer el nombre Sandy Patterson al menos 15 veces y subrayado (no sea cosa que no entendiéramos lo que pasaba). En esos primeros minutos nos hartamos de los protagonistas, más tarde nos cansamos de la historia y nos damos cuenta de que todo lo que en Horrible Bosses era cómica espontaneidad aquí es un esfuerzo sobrehumano por hacer reír: es casi como si viéramos a Gordon diciéndoles a sus actores qué hacer todo el tiempo. Por eso resulta curioso que una de las escenas más cómicas de la película sea aquella en la que Diana corre a robar el auto de Sandy, que va tras ella. Diana, agitada, corre muy despacio; él, sin mucho esfuerzo, la alcanza en solo unos pasos. Ahí, en esa sola escena en medio de la autopista, están los dos actores con sus personajes en el cuerpo y no con sus carne como adorno y monigote. Eso es comedia, eso es vida y eso… está filmado en plano general, sin el agobio que se siente en todo el resto de una película en la que el director va y viene siempre tras McCarthy y Bateman, de un lado al otro, desperdiciando cosas (el talento de ambos protagonistas, por ejemplo) y perdiendo otras (el oportunismo, por ejemplo). Seth Gordon corre pero, de pronto, despierta y descubre que debe recuperar el tiempo perdido. Ahí están, entonces, las repeticiones innecesarias, las frases que se notan indicadas por el “un, dos, tres, ¡ya!”, las escenas completamente enlatadas (por ejemplo, el diálogo con la mujer de Sandy en la cocina). Ese es el director quedándose sin aire. Ese es Gordon que, en aquella buenísima escena con sus protagonistas corriendo y quedándose -ellos- sin aire, no aprendió que la comedia debería ser, siempre y más que nada, de los comediantes.
Ladrona de identidades (EUA, 2013), de Seth Gordon, c/ Melissa McCarthy, Jason Bateman, Jon Favreau, Amanda Peet, Genesis Rodriguez, 111′.
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