La forma de sumergir al espectador en la película es un plano secuencia en el que la cámara se subjetiviza -encarnando tanto al personaje como al espectador-, para llevar a cabo un despliegue de movimientos sanguinarios, dejando como resultado una masacre, al tiempo que busca escaparse del lugar regado de cuerpos mutilados. Esa escena condensa los pilares sobre los que se construirá La villana: La búsqueda de la libertad y la expresión de la propia identidad cuyo único medio es la batalla a muerte que la protagonista libra, en la soledad del héroe trágico, sin redención ni escapatoria.

Como un juego de espejos, el presente refleja los traumas del pasado que insisten en hacerse ecos en constantes flashbacks que dan cuenta de que, desde niña, Sook-hee (Ok-bin Kim) ha sido víctima de la opresión, en principio, siendo secuestrada por el amigo de su padre. Más adelante se verá envuelta en un juego de venganza que despliega otras opresiones que se suceden una tras otra, donde diferentes asociaciones de asesinos a sueldo le reclamaran que dé la vida a su servicio. Se designan a sí mismos como “dueños de su vida”. Son sociedades tiránicas de las que la protagonista no puede liberarse, dejando como única posibilidad de escapatoria la intervención de la ley (al verse rodeada de policías, ya cansada de batallar, su única respuesta es una sonrisa). Se plantea la delincuencia como opresión y la ley como -posible- salvación-. Ahí radica el elemento ordenador, el espíritu reaccionario de algo que parece a primera vista liberador.

El pasado infausto que repercute en el presente cíclico maqueta un show sin escapatoria. Ese laberinto argumentativo es el laberinto ante la búsqueda de la identidad. La amplia libertad de la cámara, que se mueve por el espacio con soltura, se contrapone al estatismo de un personaje encerrado en una red de engaños, en un doble juego de identidades, donde detrás de las representaciones no hay más que otras representaciones. Las organizaciones orquestan una red de mentiras e identidades falsas, donde a Sook-hee se le asigna un nuevo rostro, un nuevo nombre, una nueva vida: La de nada menos que una actriz, una máscara. Los engaños se suceden uno tras otro, y el engaño mayor es la ilusión de libertad, dejando como resultado un sentimiento de paranoia, de desasosiego donde no existe la posibilidad de confiar en nadie, y donde todos son potenciales enemigos. Paranoia que encuentra su justificación y puesta en escena en el hecho de que la mujer nunca deja de ser vigilada, donde la constante presencia de las cámaras y de la mirada del otro reafirman la asfixia perpetrada por esos personajes que cumplen el rol del espectador.

En un destino inmutable, que se vuelve laberíntico en el retorno a la imposibilidad de libertad, a la reafirmación de la identidad. La cámara subjetiva, con la que comienza la película, es una técnica artificial, que no se presenta como “visión natural”. Niega el rostro del héroe, haciendo difícil la identificación. La identidad de la protagonista, hasta ese momento encarnada en la cámara, sólo se vislumbra luego de que ésta se rompa contra nada menos que un espejo.

Pero toda la ficcionalización que la película se propone resaltar desde la estética, desde un dispositivo que se muestra como tal, se desmitifica en lo relativo a lo mostrado: tanto las escenas de pelea como el argumento dramático distan de ser acartonadas. Aún la eclosión que supone la mezcla de géneros propia del cine coreano contemporáneo, que en este caso junta la acción con algunas líneas propias del drama romántico, se fusionan sin mostrar suturas fingidas, haciendo siempre que la violencia rompa con esa posibilidad de afecto y sensibilidad. Porque ni la emotividad ni el argumento hacen mella en la atracción ontológica del cine: la magia del movimiento, tanto de los cuerpos como de la cámara, en coreografías delicadamente sanguinolentas que se rinden ante el arsenal escatológico, propio de un género que tiene por tótem al cuerpo, a la carnalidad, al adoctrinamiento de los cuerpos que no es más que otra forma de opresión.

La villana (Ak-Nyeo, Corea del Sur, 2017), de Byung-gil Jung, c/Ok-bin Kim, Ha-kyun Shin, Jun Sung, 129′.

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