Atención: Se revelan detalles importantes del argumento y su resolución final.

En algún lugar de la campiña inglesa, una joven mujer burguesa se casa y luego es llevada a vivir a la mansión de su flamante esposo, quien le asegura que es mejor que no salga de la casa porque allí los vientos son muy intensos. Mientras le ordena que se quite el camisón y se acueste en su lecho desnuda, la deja un rato de pie en la habitación oscura para que experimente el frío. Amo y señor de la casa y la vida, este esposo adquiere por matrimonio una mujer que se ajusta a lo que describió tan bien el antropólogo francés Claude Lévi-Strauss en su texto Las estructuras elementales del parentesco, como puro objeto de intercambio que circula entre los padres de los recién casados.

Este es el comienzo de Lady Macbeth, ópera prima del director inglés William Oldroyd, que está basada en la nouvelle Lady Macbeth of Mtsensk (1865) del escritor ruso Nikolai Leskov, e inspirada en el personaje femenino esencial de  Macbeth (1606), la tragedia de Shakespeare. Drama de época que no elude el suspenso de lo trágico construido a partir de la ausencia de música incidental: esta decisión formal le permite al director conservar cierta aura de teatralidad.

Tanto su esposo Alexander (Paul Hilton) como su suegro Boris (Christopher Fairbank) parten en sucesivos viajes de negocios cuya duración es prolongada e indefinida. Katherine (Florence Pugh) queda sola en la casa, bajo recomendación de cumplir sus deberes conyugales confinada en el encierro del hogar. El encierro en la mansión es en verdad el encierro en un matrimonio sin amor, que se ha consumando por arreglo de los patriarcas (de hecho más adelante queda claro que Katherine fue comprada a su padre por su suegro junto con unas tierras). El director trabaja este encierro desde lo visual con planos fijos armónicos e inspirados en la pintura del siglo XIX, con retratos de esa joven de mirada lánguida y solitaria en los ambientes de su casa, sentada en el sillón del living o de perfil mirando el exterior a través del vidrio de la ventana. Son planos que más cercanamente nos evocan al pintor Edward Hopper pero que se inspiran en los cuadros del pintor danés Vilhelm Hammershøi (1864-1910). Por otro lado, la constante será verla pasearse por la casa con un vestido de color azul, acentuando de este modo la tristeza y el aburrimiento que irán invadiendo a Katherine.

Cierto día que las criadas han salido, Katherine decide salir al exterior. En su paseo se acerca a los establos y presencia un incidente en el que los empleados se divierten denigrando a las criadas, momento en que uno de ellos llamado Sebastian (Cosmo Jarvis) se burla de Anna (Naomi Ackie), la criada personal de Katherine, con la injuria de que pesa como un cerdo. Katherine se muestra dura con ellos, amenaza con advertir a su esposo la manera en que desperdician su dinero y desafía a Sebastian a decirle cuánto pesa ella. En esa escena queda en evidencia el carácter de Katherine para provocar el deseo en Sebastian y luego rehusarse, debido a la presencia de los otros empleados y a las normas culturales que debe sostener por mandato familiar.

Sin embargo, Katherine no tarda en ceder a la pasión, cuando una noche Sebastian demuestra el arrojo de irrumpir en su cuarto. Doble transgresión de Katherine: en el mismo gesto se convierte no solo en adúltera sino que inicia una relación con un hombre de condición social más baja y de piel morena. La pasión entre los amantes se concentra en esos días de ausencia de la ley, representada en los hombres de la casa, pero el chisme del romance no tarda en circular por el condado.

Uno de los puntos claves de la película es que el amor que Katherine experimenta por Sebastian es un amor absoluto, un amor oceánico, ilimitado, que aspira a la fusión de dos que hacen uno y que no admite separación posible. De ahí que Katherine le diga a Sebastian: “¿Qué harías sin mi? Sabes que soy parte de tu vida. Si fueras al infierno, te seguiría”. Para Freud, la pérdida del amor en la mujer resulta en un equivalente de la amenaza de castración en el hombre. Es por la vía de la palabra de amor que una mujer puede acceder a la posibilidad de una nominación poética que toque lo imposible de decir del goce femenino, ese que se siente en el cuerpo pero que no puede ponerse en palabras. De ahí que la posición de víctima originaria de Katherine vira hacia una posición que la sitúa como una mujer dispuesta a todo -incluso al asesinato- por mantener el amor con Sebastian.

Cuando desaparecen los obstáculos entre los amantes, Katherine erige a Sebastian como nuevo esposo y señor del hogar. Pero esta armonía tambalea cuando se presenta una mujer de color alegando que su nieto es heredero legítimo de Alexander. Cuando Sebastian vuelva a vivir en el establo, denigrado por la posición del niño, y amenace con abandonar el condominio, veremos que en este nuevo encierro el vestido de Katherine se tiñe de negro, inmersa en un estado más depresivo y a la vez más oscuro. Es en este momento cuando se hace visible la relación entre el personaje de Katherine y la Lady Macbeth de Shakespeare, instigadora de un crimen a partir del peso del discurso y de la rebeldía frente a un orden opresivo e inmutable (que en la obra de Shakespeare era la línea sucesoria desafiada por el vaticinio de las brujas).

Hay que destacar también que, a través de sus paseos y sus juegos compartidos, Katherine y Teddy forjan un vínculo de cariz materno-filial. En esta línea, si el hijo adviene al lugar de sustituto del falo faltante en la mujer, y en tanto tal es el representante de una función de límite mediante su asesinato, Katherine deja de ser la burguesa que acompaña a su hombre para devenir en una Medea implacable. Katherine nos enseña acerca de lo que es el goce femenino en tanto ilimitado e infinito, que queda del lado de la locura y que no se confunde con una posición femenina en tanto goce de ser no-toda. Además, la película no deja de poner en cuestión el ideal de justicia igualitaria, ya que la palabra de los desposeídos carece de valor y termina prevaleciendo el favoritismo por los ricos. De esta manera, Katherine pasará de ser una mujer posicionada como síntoma de un hombre, en tanto causa de su deseo, para devenir en un estrago.

En Lady Macbeth, su director muestra una madurez formal interesante por tratarse de una ópera prima, tanto desde la composición visual como desde la solidez actoral del elenco de la película. Sirviéndose de un guion sólido y afincado en lo clásico, tiene la virtud de no eludir las resonancias en el presente, y de este modo nos permite seguir indagando en los misterios de la naturaleza de lo femenino.

Lady Macbeth (Gran Bretaña, 2016). Dirección: William Oldroyd. Guion: Alice Birch (basado en el libro de Nikolai Leskov. Fotografía: Ari Wegner. Edición: Nick Emerson. Elenco: Florence Pough, Cosmo Jarvis, Paul Hilton, Naomi Ackie, Christopher Fairbank. Duración: 89 minutos.

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