Atención: Se revelan detalles importantes del argumento.

El director italiano Luca Guadagnino vuelve en Llámame por tu nombre al tópico del despertar del amor que trabajara en su película  Yo soy el amor (Io sonno l’ amore, 2009). Si en esta última lo abordaba a partir de una mujer madura, casada y con un hijo, aquí se trata del despertar del primer amor en la adolescencia. Adaptación de la novela homónima del escritor André Aciman, cuyo guion estuvo a cargo del reconocido director James Ivory, la película viene precedida de muy buena recepción por parte del público y la crítica especializada y está nominada en cuatro rubros importantes (Mejor actor, Mejor guion adaptado, Mejor película y Mejor canción original) en la próxima edición de los premios Oscars.

Construida bajo la impronta del “coming of age”, la acción se sitúa en el año 1983, en algún pueblo del norte de Italia, y avanza con una temporalidad lineal, que se nutre de un género como el melodrama romántico. Elio (Timothée Chalamet) tiene 17 años, pertenece a una familia de buen pasar económico y pasa sus vacaciones de verano  junto a sus padres. Su padre, el profesor Pearlman (Michael Stuhlbarg), se dedica al estudio de la arqueología y cultura greco-romana. Cada año los Pearlman reciben en su casa a un estudiante universitario, suerte de pasante, que asiste al profesor en sus tareas, a la vez que este actúa como tutor en los trabajos del alumno. Ese año reciben a Oliver (Armie Hammer), un estudiante estadounidense. Elio tiene poco que hacer en esa casa de verano: lee, escucha y transcribe música, nada en el río y pasa el tiempo con su grupo de amigos. Pero ese verano, la llegada de Oliver marcará un cambio para él.

Para Elio, la primera impresión de Oliver estará asociada al rechazo: es el «usurpador» que viene a instalarse en su cuarto. En el primer desayuno de Oliver junto a la familia, la resistencia a una nueva porción de huevo revuelto lo sitúa como alguien que refrena sus apetitos porque teme no poder poner límite a sus pasiones y ese guiño se convierte en un anticipo de lo que seguirá. En la primera parte de la película, Guadagnino irá forjando la relación entre Elio y Oliver: lo hará de manera paulatina y sutil, mientras Elio acompaña a Oliver en bicicleta a realizar diligencias al centro del pueblo, o se detienen en el camino para nadar el río, o tan solo pasan el tiempo conversando al borde de un estanque de la casa. La puesta en escena los unirá por las lentes de sol de idéntico corte, y por el colgante de la estrella de David que Oliver lleva en su cadena y que más adelante Elio también se colocará, compartiendo la ascendencia judía. El director, al tomarlos generalmente en conjunto en un mismo plano, sin cortes de plano y contra-plano, los enmarca acentuado una comunidad de deseos que poco a poco irá madurando.

Oliver, en tanto extranjero, será el centro de la mirada deseante de las amigas de Elio y también de él. La mirada de Elio erige a Oliver como una suerte de David de Miguel Ángel, imponente y perfecto, no exento de sentimientos ambiguos. En un primer momento, lo rechaza, en otros se pone celoso, en otros niega la atracción y flirtea con su amiga Marzia (Esther Garrell); algunas veces lo espera con ansias. El fragmento del Heptamerón (una colección de novelas breves escritas en francés por la reina Margarita y publicadas de forma póstuma en 1558) que le lea su madre Annella (Amira Casar) cuando se encuentren sin electricidad, trata sobre un caballero enamorado de una princesa que nunca se da cuenta de ese amor, asediado por la pregunta sobre si preferiría hablar o morir. El relato de ficción será lo que anime a Elio a tomar la iniciativa e insinuarle sus sentimientos a Oliver.

Oliver encarna para Elio todos los rasgos de lo prohibido en una sociedad burguesa puritana, y eso es también lo que lo hace deseable: no solo es un hombre sino que es mayor que él. Y no por casualidad el nombre de Oliver proviene del olivo, símbolo de la sabiduría. Por su parte, Elio, derivado de Helio, el Dios del Sol, encarna la luminosidad de la juventud, que funciona para Oliver como un polo de fuerte atracción y tentación, como la de esas estatuas griegas bellas y perfectas “que te incitan a desearlas” (como le habrá dicho el profesor Pearlman mientras cataloguen unas diapositivas de esculturas), tentación a que la que intentará resistirse cada vez.

Las referencias a la erótica griega son varias: Elio se encuentra en la posición del deseante, el que está en falta (erastés), y Oliver en la posición del amado (eromenós), el que tiene en sí un objeto precioso. La metáfora del amor se produce si el eromenós pasa a la posición de erastés, acción a la que apunta Elio. El ocre de la yema de huevo y del jugo de albaricoque que Oliver toma con fruición y a la vez con continencia, son signos de la puesta escena que dan cuenta de la relación entre Oliver y Elio. Oliver trata de evadir cada embate que le presente el empuje hormonal de Elio: toma su declaración de amor como si no hubiera ocurrido y lo besa pero pone un límite a su empuje sexual. El aparente cuidado de Oliver hacia Elio es, en realidad, un cuidado respecto de sí mismo, una forma de protección de su propia voracidad que ya había despertado el desayuno. Además, en 1983 dejarse arrastrar por la pasión homosexual no era un acto sin consecuencias en el contexto de la moral cultural y religiosa: aunque los condicionamientos provengan del interior del propio Oliver, ese límite en la instancia del deseo para no pasar al goce pleno, siempre proviene de la introyección de las prohibiciones, mandatos y convenciones que circulan en el núcleo familiar y en la cultura.

La relación entre Elio y Oliver llega a su punto más álgido en el momento en que la pareja concrete carnalmente su pasión: Oliver pronuncia la frase que da título a la película, “Llámame por tu nombre y yo te llamaré por el mío», como intento de fundar un lazo amoroso de pertenencia indisoluble, y para dar origen a un amor fusión donde dos hacen uno y cada uno es el complemente del otro. Al mismo tiempo, en una modalidad narcisista del amor, cada uno es para el otro la imagen ideal de aquello que querría ser. Oliver ve en Elio la  imagen preciosa de lo que quizás fue alguna vez: un joven pura vitalidad pulsional; y a la vez Elio ve en Oliver la imagen de ese Adonis maduro con la experiencia que a él le falta, y cuya compañía tanto placer le da a su padre.

En esta película el triángulo amoroso no es padre-madre-hijo, sino padre-Oliver-hijo. En cierto modo la relación que Sam Pearlman establece con Oliver, invitándolo a los descubrimientos arqueológicos, catalogando imágenes, conversando sobre cultura griega, es un reflejo de la relación que van estableciendo Oliver y Elio en sus andanzas en bicicleta y sus conversaciones, aunque aquella se cimente en un lazo tierno de meta sexual inhibida. De ahí  que  sea el padre  quien proponga que Elio acompañe a Oliver en su viaje a Bérgamo, previo a su regreso a los Estados Unidos, y de ahí que cuando Elio regrese al hogar pueda transmitirle en la conversación que mantengan que entiende cuán especial y única ha sido la relación que han tenido. Elio es un joven afortunado, pues su padre, a contramano de lo que sería tal vez lo más común, lejos de censurar a su hijo por sus deseos homosexuales, lo habilita a reconocerlos, experimentarlos y a transitar el dolor de la pérdida.

En el contraste entre la declaración de amor absoluto que se hacen los amantes en el intercambio de sus nombres, y la finitud que impone la realidad, puede reconocerse una afinidad temática al cine de François Truffaut. Las estaciones del año puntuarán la relación entre Oliver y Elio. Si el despuntar y la consumación del amor se darán bajo la luminosidad del verano, será en el invierno oscuro donde se enfríe la llama del amor. La música, que -como lo hacía la de Georges Delerue en el cine de Truffaut- acompaña los momentos y estados anímicos de los protagonistas, es mayormente clásica en los momentos de la seducción y la conquista, para virar al pop en los momentos de exaltación o a la balada romántica en los momentos de nostalgia y tristeza.

Una clave importante de la película está en la discusión que el profesor Pearlman mantiene con Oliver acerca de la etimología de la palabra “albaricoque”, que es una representación simbólica de Elio por ese color amarillo ocre, como el del sol. Oliver explica que dicha palabra no deriva del árabe sino del latín “praecoquere”, que significa precoz, madurar antes de tiempo y debe esa denominación a que es uno de los primeros frutos que madura en el verano. En ese proceso adolescente, de duelo por los padres de la infancia y del niño que uno fue para pasar a descubrir  y definir la propia identidad sexuada y la elección de objeto amoroso, a sus 17 años Elio habrá experimentado ya un primer gran amor, ese que muchas personas pasan todas sus vidas tratando de encontrar, ese que no importa cuánto tiempo dure, pero que deja marcas indelebles en la vida. El primer plano fijo de Elio del final es de una belleza y elocuencia que vale por sí mismo toda la película.

En Llámame por tu nombre, Guadagnino entrega una historia de amor, cuyo foco no está puesto únicamente en la orientación homosexual de los protagonistas, sino también en los miedos, los prejuicios y las prohibiciones internas bajo las cuales nos limitamos a asumir ciertos sentimientos por otra persona y en su lugar adoptamos la fachada de una vida de apariencia conforme con la moral cultural de la época. La historia funciona narrativamente mediante las sutilezas estéticas de la puesta en escena, del uso de la música y las intertextualidades tomadas de la cultura griega y la literatura, que anticipan elementos y enriquecen la trama. Guadagnino filma de manera clásica este romance, pero a la vez se permite ciertas transgresiones al introducir en la segunda mitad pequeños flashes que viran hacia lo psicodélico o fantástico. Es una película que exuda belleza y sensibilidad, y que sin caer en golpes bajos, logra conmover al espectador.

Llamáme por tu nombre (Call Me by Your Name, Italia/Francia/Brasil/EUA, 2017). Dirección: Luca Guadagnino. Guion: James Ivory (basado en la novela de André Aciman). Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom. Edición: Walter Fasano. Elenco: TimothéeChalamet, Armie Hammer, Michael Stuhlbarg, Amira Casar, Esther Garrel. Duración: 132 minutos.

Acá pueden leer un texto de Victoria Béguet sobre la misma película

 

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