La fragilidad de un murmullo que alivia las heridas, apacigua las tensiones, acaricia el alma. Murmullo que tiembla de deseo, lo alimenta, lo ramifica, lo expande, lo libera y lo hace estallar. La loca del Frente (Alfredo Castro) reposa su mirada en la de Carlos (Leonardo Ortizgris) y éste murmura palabras a su oído. Sus cuerpos guarecidos del vendaval sádico de los carabineros yacen pegados uno junto al otro en un rincón de los suburbios. Las cajas de verduras los vuelven invisibles ante la represión. Sus respiraciones agitadas vienen a realzar discretamente el miedo a la censura y la pasión desmedida que nace entre ellos. El bolero de amor que expresa “tengo miedo, torero” adquiere un significado único: la relación amorosa que emerge tiene una complicidad en el misterio y un refugio en la dictadura militar pinochetista.

Basada en la única novela escrita por Pedro Lemebel, Tengo miedo, torero se propone reescribir un género tan popular como el melodrama. Ese espacio dedicado a las madres, prostitutas y melancólicos nocturnos es reformulado mediante el ingreso de figuras políticas y militantes empedernidos. Ambientada durante el golpe de estado de Pinochet en Chile, la película del director chileno Rodrigo Sepúlveda nos presenta un clima febril y a una protagonista en condición de anonimato. La Loca del Frente es una travesti adulta que dedica sus días al bordado de manteles para las esposas de los militares y a atender algún que otro cliente en la clandestinidad. Luego de que un comando armado intervenga el club nocturno al que asistió se entrega a la huida para zafar del escarnio. En mitad del recorrido hacia su hogar, un joven la intercepta y la arrincona contra una pared. Intenta salirse de sus brazos y gritar, pero el joven tiernamente le dice: “soy un amigo”. Así, comienza la historia de amor con Carlos, un joven militante comunista del cual será su cómplice.

Las reglas del juego en el melodrama disponen un tiempo y espacio exclusivo para el fluir de las emociones y la expresión de los sentimientos. La pasión y la acción suelen entrar en permanente contradicción, sus personajes son víctimas del azar y actúan indebidamente a causa de las coincidencias abusivas del destino. La sexualidad opera desde un rol jerárquico y las mujeres suelen ser consideradas “de escándalo” debido al desborde inevitable de sus pasiones. En el melodrama se sufre, pero se aprende. El sufrimiento de la víctima causado por un honor mancillado logra recuperar su virtud mediante un castigo ejemplificador. La iconicidad del género se percibe en la composición expresiva de la imagen como el claroscuro, el manierismo visual y el retorcimiento torturado de los personajes. Sin embargo, Rodrigo Sepúlveda se entretiene al trastocar con delicadeza estos rasgos característicos.

En Tengo miedo, torero el número de music-hall sintetizado en pequeños cuadros de coreografías, mímicas y poses articula las distintas escenas con música de Paloma San Basilio, Paquita la del Barrio, Eydie Gormé y Peggy Lee. La seducción, la femineidad, la ternura y la tensión sexual ligeramente conviven con las desapariciones, las muertes, la violencia y el genocidio. La composición de la imagen integra carteles de neón, iluminación roja, un suave tono rosado, sobre todo en exteriores, que emula la nitidez de las fotografías hogareñas de los 70 y reserva una paleta de colores fríos y grises para los momentos de allanamientos e intervención militar.

La afección del rostro enaltecida con el primer plano, característica del melodrama, es relegada por la primacía de planos de situación o generales con profundidad de campo. Esta decisión logra crear imágenes pictóricas, semejantes a tableux-vivants, y dotar de cierto componente teatral a las escenas. Las puertas y las aberturas comunican los espacios y de allí ingresan o salen los personajes casi como si se tratara de un escenario teatral. Las cortinas y las telas suelen utilizarse como apertura y clausura de los números musicales de la película. Y la posición de la cámara linda entre la complicidad y el voyeurismo, tras acompañar a La Loca en su rutina y permanecer como espía en las cercanías de una puerta o rincón durante las confesiones, conspiraciones y arrebatos pasionales.

En la película, hay tres objetos que adquieren una función significante: los manteles, el teléfono y las cajas. Los manteles bordados por La Loca del Frente son blanquecinos, puros, inmaculados, incorruptibles y contienen decoraciones florales en rojo vívido. En esa tela impoluta, los bordados carmesí enfatizan la pasión de un compromiso ético, social y político, el de un grupo de jóvenes que anhelan la libertad de expresión, pero también la pasión del amor. En los manteles de La Loca circula el deseo. Es la tela con la que envolverá el cuerpo de Carlos en un dinámico juego de seducción y la que acariciarán sus manos antes de cada entrega. Son los hilos del amor revolucionario que son entregados como producto del trabajo a las esposas de los dictadores. Esa entrega es un auténtico acto de rebeldía. Ironía de alojar las ideas emancipadoras y colectivas en el recinto del genocida. El teléfono de la vecina es el nexo mediante el cual se programan los distintos encuentros con Carlos, el sujeto del deseo, y el cable que comunica noticias, secretos y demanda trabajos. Las cajas son la complicidad entre Carlos y La Loca, lo que debe permanecer oculto a la vista social, como el amor que ellos dos se profesan en cada bolero.

La pareja imposible que paga con culpa el error cometido –una regla cliché de todo melodrama– es desarticulada en la película de Sepúlveda. En la imposibilidad expresiva de la dictadura adviene un espacio vital para el encuentro amistoso, sexual y amoroso sin prejuicios, sin rechazos, sin censura, sin remordimientos. Los manteles que vuelan y reverberan ternura habilitan el encuentro y unen los cuerpos y las almas de Carlos y La Loca fundiéndolos en un abrazo cálido, entretejido, entrelazado. El deseo que circula por los hilos de las telas se desvive por el roce, el mimo, el beso que acaricia y condensa emociones. El deseo irrefrenable no recibe un castigo moralizante, la pareja no deviene imposible por circunstancias sociales de homofobia y represión. El deseo pervive por encima de todo avatar y remonta vuelo libremente sin culpas. Si la pareja se separa es por elección de caminos divergentes, más la exploración de la sexualidad y la satisfacción del placer permanecen intactos. El bolero más hermoso cuenta la historia de ambos: “qué frágiles los dos si no hablamos y qué hermosa canción crean los años”. El tiempo va pasando y la cruenta experiencia transitada borda en el océano palabras de amor.

Calificación: 8/10

Tengo miedo, torero (Chile/México/Argentina, 2020) Director: Rodrigo Sepúlveda. Guion: Rodrigo Sepúlveda, Juan Tovar. Fotografía: Sergio Armstrong. Montaje: Ana Godoy, Rosario Suárez. Música: Pedro Aznar. Elenco: Alfredo Castro, Leonardo Ortizgris , Julieta Zylberberg, Sergio Hernández , Ezequiel Díaz , Luis Gnecco , Amparo Noguera, Paulina Urrutia. Duración: 93 minutos. Disponible en Cine Ar Play.

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