En la utopía truffautiana de L’argent de poche un nene de tres años puede caerse de un décimo piso y levantarse lo más campante para seguir jugando. ¡Qué manera de querer a los chicos la de ese hombre a través de las películas! Truffaut-madre de todos los niños e incluso de los adultos, capaz de construir un cine-vientre en el que refugiarnos, aún a costa de querer quedarnos a vivir en él, demorando indefinidamente la instancia de nacer. Truffaut solazándose en el poder de las imágenes pero, como quería Comolli, enseñándonos también a defendernos de ellas, a cuidarnos del cine, a protegernos de su tibieza confortable. Truffaut-niño divirtiéndose con el verosímil y retomando la carrera -literal y cinematográfica- de Jean Vigo en la secuencia de los títulos. Truffaut ocupándose de la educación sentimental de los menos audaces, de los de corazón tímido. Truffaut congelando la cara de los niños en el juego (de actuar o de ser, que en ellos es, todavía, lo mismo). El gesto radical de Truffaut es poner la maquinaria industrial del cine a disposición del niño, o del adulto que recupera la pasión de jugar.

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