Si bien Spielberg hoy forma parte de la elite canónica dentro del escalafón cinematográfico, su cine ha sido siempre parte de la cultura pop. Ready Player One funciona en principio como homenaje nostálgico, aparentemente inofensivo, a esa cultura, pero termina siendo algo mucho más oscuro: la aceptación del paso de la muerte de lo real para dar paso a la realidad virtual.

Basada en la novela homónima de Ernest Cline, la película presenta un guion deslucido, diálogos estereotipados y personajes tan acartonados como poco encantadores que ponen de relieve que el foco de interés se encuentra en las imágenes creadas por computadora (CGI) y en el vértigo que puedan lograr las escenas de acción que se desarrollan en base a la búsqueda de tres llaves en el interior de juego de realidad virtual llamado Oasis, cuya recompensa consiste en hacerse con la herencia de las acciones mayoritarias de la compañía desarrolladora.

Wade Watts (Tye Sherindan) es uno de los tantos pobladores del Ohio distópico delineado por casas rodantes apiladas entre óxido y herrumbre que buscan salir de ese universo whitetrash (basura blanca); universo opaco, en plena putrefacción, gris y decadente. Es un personaje que aparece en pantalla descendiendo hasta un cubículo oscuro donde se conecta con un mundo brillante y donde las relaciones sociales son más cercanas incluso que en la vida real. En esta última no hay nadie que se encuentre prestando atención a lo que los circunda, precisamente por estar embebidos en la realidad virtual. El juego funciona como doble vía de escape: por un lado, les permite reubicar la mente en planos más amables que el que les toca en realidad; por otro, les ofrece la posibilidad de ascenso social. El tema monetario aparece desde la presentación que el protagonista hace del videojuego, explicando que perder la vida implica perder todo lo que se ha recolectado, desde monedas hasta ropa. Asimismo, el creador de Oasis, James Halliday (Mark Rylance), al grabar su testamento, se muestra en un ataúd con las monedas en los ojos que la mitología griega destinaba al pago de Caronte. Las transacciones que se realicen en el juego afectan la economía doméstica, llegando a ser un problema dentro de la familia del protagonista haber perdido en el juego plata que debía ser consignada a los gastos del hogar. La aventura, entonces, se juega en los dos planos en constante retroalimentación.

Esta cualidad de mundos unidos funciona como homenaje a Swordquest, la saga de juegos lanzada para Atari en 1982 que presentaba recompensas en la vida real para quienes descifraran los códigos escondidos en cada uno de los cuatro juegos, cada uno acompañado por un cómic que ayudaba a desentrañar el código pertinente a la búsqueda del tesoro.

La aventura que Wade inicia como cazarrecompensas termina convirtiéndose en cruzada para salvar Oasis de una empresa presentada como el Mal encarnado dada su avidez de ganancias y, aparentemente, su falta de escrúpulos y amor por el pasado cultural que simboliza el juego. Las pistas de Halliday se encuentran en su pasado, por lo que la tarea arqueológica para rescatar el tesoro se vuelve expresión de lo que la película representa: el cliché y la cita indiscriminada se vuelven herramientas de nostalgia para atrapar espectadores. Parque jurásico, Battletoads, El gigante de hierro, Adventure, Joan Jett & the black hearts, Terminator, Digdug, Prince, Minecraft, El resplandor, Space invaders, Val Halen, Volver al futuro, Tomb Rider, Akira, Twisted sister, Mortal kombat… todo metido en una bolsa sin más intención que generar en el espectador una afinidad fanática que transforme a Ready Player One en blockbuster. Es decir, se versa sobre vencer a una empresa que quiere usufructuar con el juego -nostálgico y pastichoso también-, y dárselo a quienes saben apreciarlo desde el fanatismo, pero el lugar que la película representa en sí misma frente al producto artístico nostálgico es el de la empresa que quiere sacar rédito, no la del fanático que entiende el pasado y sus avatares (en todo sentido del término).

La nostalgia vende. El pasado es un lugar seguro donde refugiarse ante las inclemencias de un mundo que cambia a ritmos vertiginosos, pero, ¿qué clase de nostalgia presenta Ready Player One? Dentro del mencionado potingue de citas, la mayoría recae en la década del 80, época del surgimiento de las nuevas tecnologías, comenzando por la interfaz gráfica. El tema es volver al pasado, pero un pasado que en sí representa a la modernidad, y que por lo tanto no termina de manifestarse sino como negación de sí mismo. Entonces es una nostalgia que funciona en negativo: es rescatar el pasado cercano de una revolución tecnológica que viene a desmembrar ese mundo decadente, el mundo material, donde no hay que destruir la tecnología VR sino, por el contrario, preservarla como amparo ante la realidad.

Mientras la moraleja educativa y políticamente correcta espetada por el héroe apuesta a salir de lo virtual y vivir en lo real, estéticamente Spielberg elije el confortable refugio de la evasión virtual. Lo real dentro de la película se muestra artificial, presentando una fotografía es descolorida que muchas veces recurre al efecto de difuminado. Frente al mundo agonizante se presenta Oasis, el sistema de realidad virtual que se erige como único espacio vital y, sobre todo, como espacio social. La familia real está desintegrada: los padres de Wade extintos y los tíos en plena decadencia, por lo que le queda es buscar conexiones familiares en la realidad virtual, donde encuentra amigos que conformarán no solo su grupo de héroes sino también su nueva familia, una que se consuma como crisol de etnias. Es el juego el que permite esa unión, esa sociabilidad. No obstante, rescatando el mundo virtual no se da la pauta de que la realidad cambie para mejor, porque verdaderamente ese mundo es el que menos importa a Spielberg.

Parzival, el alias utilizado por Wade, hace referencia al caballero de la mesa redonda que en el poema medieval alemán buscaba el Santo Grial. En este caso, el mito religioso se ha reconvertido, y el Creador Supremo que deja pistas para la salvación del universo es un programador de videojuegos. Es un Dios que se erige en una época donde según el protagonista, “la gente ha dejado de resolver problemas para empezar a sobrellevarlos”. Frase dicha desde el mayor conformismo y sin ánimos peyorativos. Sobrellevar los problemas está bien visto, escapar en lugar de accionar. Escapar a Oasis, ese “lugar donde los límites de lo real son los de tu imaginación” -cualquier similitud con el cine no es pura coincidencia-. Halliday, el creador de Oasis, es un héroe porque les ha permitido escapar a la realidad. Ese es el Dios al que se adora, un demiurgo muy similar a Spielberg, por lo menos en relación a las intenciones de ofrecer escapismo para sobrellevar lo que no se puede cambiar.

Ready Player One (EUA, 2018). Dirección: Steven Spielberg. Guion: Zak Penn, Ernest Cline. Fotografía:JanuszKaminski. Edición: Donald De Line. Elenco: Tye Sheridan, Olivia Cooke, Ben Mendelsohn. Duración: 140 minutos.

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