Por Nuria Silva.

Cuando vi Fenómenos paranormales sentí miedo por la simple idea de que The Vicious Brothers pudieran escribir y filmar de nuevo. En este caso sólo se encargaron del guión, cediéndole la dirección a John Poliquin, un director ignoto que sólo cuenta con un corto previo en su filmografía como realizador. De todas formas, el balance final es igualmente negativo, o tal vez peor. Pocas found footage lograron atraparme y generar algún tipo de temor o inquietud (Holocausto caníbal, The Blairwitch Project, Cloverfield, por mencionar algunas), pero entiendo que, aunque los géneros se basan en una repetición de fórmulas exitosas, lo que puede marcar la diferencia es de qué manera se lleva adelante ese procedimiento. Con el cine de género uno ya sabe de antemano lo que va a ver, pero al mismo tiempo esperamos que la película nos mantenga atentos e incluso sorprenda aunque sepamos cuál será el resultado.
A esta altura de la historia del cine me cuesta creer en la posibilidad de que aparezca una película absolutamente inédita en términos formales, pero grandes directores (sobre todo los llamados «posmodernistas») demostraron que, con una fusión inteligente de todo lo preexistente, se puede llegar a ofrecer un producto renovador, fresco. Rob Zombie es un gran ejemplo de esto dentro del género que nos ocupa. Todas y cada una de sus películas están repletas de guiños y referencias cinéfilas, pero su impronta tan particular es claramente reconocible y lo está convirtiendo en uno de los nuevos autores más importantes del terror. Otra de las nuevas y mejores películas de terror estrenadas fue La cabaña del terror, dirigida por Drew Goddard, que ofrecía una metanarración complejísima en la que reflexionaba no sólo acerca de las convenciones del género, sino también acerca del funcionamiento del capitalismo actual.

El problema con la segunda parte de Fenómenos paranormales es que, recurriendo a distintas calidades de filmación (cámara en mano, celular, cámaras de seguridad, filmaciones profesionales, etc.) y haciendo notorias referencias a distintos subgéneros, viejas películas y directores, busca posicionarse como un producto destinado a los fanáticos del género, pero trabaja con un trazo tan grueso que le hace perder toda sutileza, por lo que el verdadero adepto en realidad va a terminar por irritarse ante tanta obviedad. Aunque la primera resultó ser un embole monumental, al menos se circunscribía a una atmósfera uniforme y coherente consigo misma. Lo peor de Fenómenos paranormales 2 es que presenta otro tipo de pretensiones y, lejos de lograr un resultado atrayente, genera una sensación de ampulosidad disparatada. El montaje es mucho más dinámico y hay una suerte de ensayo metanarrativo, pero eso no asegura el divertimento. La historia ambiciona unos giros sorprendentes que, por el contrario, se vuelven irrisorios en el peor de los sentidos. Incluso intenta introducir discursos críticos, por lo general apuntados contra la gran industria, pero sin obtener la profundidad necesaria como para que sean tomados en serio. Todo queda a mitad de camino, todo.
El protagonista es Alex Wright (Richard Harmon), un estudiante de cine que se obsesiona con la idea de confirmar si los eventos vistos en la primera parte (de la que se utilizan fragmentos en varios momentos) son reales o no, y convence a un grupo de compañeros para comenzar a filmar un documental y adentrarse en el hospital psiquiátrico que fuera el escenario principal de la anterior. Antes de esto lo vemos completamente borracho en una fiesta de halloweenblandiendo una diatriba sobre el exceso de efectos digitales en el nuevo cine de terror, y argumentando la importancia de la materia en este género: el maquillaje, los muñecos, el látex y demás. Hasta ahí me venía cayendo simpático. Por otro lado, en una escena en que se encuentran revisando imágenes de la primera parte, una de sus compañeras se burla del efecto de esas caras que se distorsionan, cuyos ojos y bocas se tiñen de negro (el mismo que vemos en el afiche, el único que hay en toda la película).


Ante semejante presentación reflexiva cualquiera podría pensar que Poliquin se las va a jugar de lleno por el estilo old school. Un par de escenas iniciales se presentan como una película que Wright está filmando, y aluden al slasher y el torture porn, subgéneros que juegan bastante con las materias mencionadas. Sin embargo, una vez adentrados en el neuropsiquiátrico el director resuelve repetir exactamente las mismas fórmulas de Fenómenos paranormales. Todas las promesas de un cambio drástico formal con las que amagan durante la primera mitad no se cumplen nunca y terminamos viendo más de lo mismo. Otro bodriazo al que ni un par de planos que se aproximan al cumplimiento de esas proposiciones logran salvar.
Dentro del hospital, entre idas y venidas, dan con el único sobreviviente de la primera. Lance Preston era el nombre del personaje interpretado por Sean Rogerson que, ¡oh sorpresa!, hace de él mismo, confirmando que lo visto anteriormente se trataba de un falso documental que salió mal. Con esta aparición, y con todo lo que a partir de ella se sucede, la película no roza sino que traspasa los límites del absurdo (otra vez, en el peor de los sentidos) para erigirse en una involuntaria autoparodia -obviando algún que otro chiste realizado adrede- digna de cualquier Scary Movie. Las vueltas de tuerca espasmódicas finales atentan contra el sentido de la historia, que no logra sostener una mínima lógica dentro del imaginario fantástico en que se desarrolla.
Fenómenos paranormales 2 (Grave Encounters 2, EUA, 2012), de John Poliquin, c/Richard Harmon, Dylan Playfair, Leanne Lapp, Sean Rogerson, 95’.

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