Mauricio Fernández Garza, intendente del norteño municipio mexicano San Pedro Garza García perteneciente al Estado de Nueva León, lo más parecido a un cacique del conurbano bonaerense, aunque mucho más rico, culto e inteligente que la mayoría de los actuales, cuenta simpáticamente que el hijo psiquiatra le pidió su cabeza para exponerla en su consultorio, una vez muerto. Imposible para un cinéfilo no pensar en Tráiganme la cabeza de Alfredo García, en la pasión por México y las armas de Sam Peckinpah o de John Huston, en las incontables anécdotas que involucran al Indio Fernández e incluyen algún que otro asesinato de un extra, hazañas de la prehistoria cinematográfica previa a la creación de sindicatos, o en las recientes fotos de la “guerra contra el narcotráfico” que tanto recuerdan las pinturas medievales de Bosch con ahorcados colgando de puentes parecidos a los de nuestra Panamericana. El alcaldees una película sobre el intendente en cuestión, tipo que no tiene empacho en matar sin proceso ni juicio al supuesto asesino de un policía de tránsito doce horas después del crimen, y apenas disimular su responsabilidad ante las cámaras de los mismos medios a los que les dice que, como ellos, paga por información que le sirva, en este caso, para evitar la inseguridad narco sin decir exacta y legalmente cuánto, de dónde y para qué se usan la plata y la información.
Marcos Gustavo Vieytes: Casi te hago caso y no veo El alcalde, que me gustó, por el tipo sobre todo.
Hernan Ballotta: El tipo ese es increíble, los eufemismos que usa. Pero el documental es rutinario como mínimo.
MV: En cada eufemismo de ese tipo vive ese agujero negro que llamamos democracia. Es que a un tipo como ese sólo le haría justicia un Werner Herzog, así que no me molestó la rutina.
HB: Claro, igual me imagine cómo sería esa película por Néstor Frenkel.
MV: Frenkel se iría a cazar con él.
HB: Seguramente, en ese sentido me pareció una película perezosa.
MV: No sé si me hubiera gustado más la de Frenkel.
HB: Hubiera sido un poco más mala leche.
MV: Tanta que nos haría cómplice, pero de una manera mucho más superficial que en una de Herzog, que también nos complica éticamente, pero con una profundidad cósmica. Me parece que en una de Frenkel habría complicidad clasista. Me los imagino a los dos chupando whisky de marca.
HB: No sé si ese es un mal método para encarar una entrevista. ¿Vos decís que al alcalde le daría el piné para ser un personaje de Herzog?
MV: Yo creo que sí, aunque tiene los pies demasiado asentados en la tierra (lo veo más cerca de Gesualdo que de Idi Amín, para citar a dos poderosos sobre los que Herzog hizo películas). Sabe muy bien cómo funciona este mundo ¿no?
HB: Tal vez es la película que nunca despega. ¿Decís que se pasa de cínico?
MV: No sabría contestarte esto último. En cuanto a que nunca despega, yo a veces lo valoro como conciencia de la limitación. Si vos me preguntás qué me acuerdo de la película, te contesto que, en primera instancia, sólo de las entrevistas en plano frontal, y recién después de algunas declaraciones del tipo ante la prensa, pero creo que no se construye espacio fílmico entre esos bloques.
HB: Una cosa es conciencia de limitación y otra es pereza. Yo me imagino a la película sentada en el sillón en el living del alcalde, viendo la tele. Es una pereza literal, una película filmada desde un sillón en frente de la tele. También es cierto que el alcalde no puede salir de san pedro porque lo liquidan.
MV: Estaba a punto de comentarte de las limitaciones que rodean al proyecto. Uno de los directores, Rossini, dijo que fue peligroso, tenían muchos condicionamientos, propios y externos.
HB: Me imagino, hay una violencia bastante fuerte rodeando todo el asunto.
MV: Que para mí es lo más interesante. Es una película sobre un cazador y sobre un orden, te diría, tribal. Yo veía el material de archivo de la cacería en Africa y pensaba en Huston, Hemingway y otros gringos ligados al cine clásico yendo a disparar a lo que se moviera en esos países y continentes ‘bárbaros’. También es una película sobre el género, sobre el ser ‘macho’, que básicamente consiste en el placer de matar. Quizás sea un personaje para película de Mel Gibson también.
HB: Es una tribu forjada desde el encierro, y en ese sentido no me pareció lo suficientemente claustrofóbica. Creo que su coleccionismo de techos va por ese lado.
MV: ¡Formidable tallado en madera! Lo peor de esa gente es que no está encerrada en San Pedro, sino en el planeta, porque en parte son dueños de él -la familia es extremadamente rica, contó el director- y. llegado ese punto, si no gobernás -que también es matar, en tanto administración de recursos- te aburrís.
HB: Yo creo que a diferencia de Hemingway, Huston o John Wayne, al alcalde no lo mueve la aventura, sino el sadismo, y esa obsesión con la muerte que es muy pero muy mexicana, como decía Octavio Paz…
MV: …que aparece con él en una foto. Tendríamos que trazar diferencias más finas, pero para mí el cazador, y hasta el que puede imaginárselo, tiene un componente sádico. Yo no cacé ni manejé armas en mi vida y viendo la película sentí el cosquilleo de hacerlo.
HB: La trazo: Hemingway, Huston, etc., creo que cazaban para mirar de frente a la muerte, o sentirse mas vivos, o lo que sea, pero siempre jugando con la posibilidad de la muerte propia. Hay algo de autodestructivo en todo eso, que en hemingway terminó siendo literal, pero, para ambos, también era la bebida y la guerra y etc. Me parece que este alcalde vive amurallado, escudado atrás de este grupo parapolicial que hace todo el trabajo sucio que el transforma en eufemismo.
MV: Entiendo y comparto. Aquellos tipos tenían la melancolía que los hubiera hecho personajes de Peckinpah también, este no, pero este tipo fue forjado enel poder y para el poder. Además creo que, de vez en cuando, también te hace el trabajo sucio, y lo goza.
HB: Pero me da la impresión que este tipo no es el que caza, sino el que remata.
MV: También el que organiza la cacería humana, pero ahí es donde dejamos el orden romántico aventurero de Huston, Hemingway y sus ficciones, y pasamos a la política pura y dura, que es el gran tema de la película: las diferencias entre mundo desarrollado y subdesarrollado, entre productores, intermediarios y consumidores (de droga o de lo que sea), estado de derecho y feudos…
HB: …y entre la macro y la micropolitica. La conclusión a la que llega con respecto a la imposibilidad de ejercer el poder de las figuras más importantes del Ejecutivo con respecto a los pequeños caudillos es genial. Ahí es cuando el alcalde es también alguacil, el sheriff del oeste.
MV: Cuando habla de los gobernadores, impotentes entre el ejecutivo nacional y los intendentes… También es brillante cuando critica la decisión de Calderón de hacerles la guerra a los carteles, y mucho más cuando le echa la mayor responsabilidad a EE.UU. como principal consumidor, que es también el que fomenta la relación entre ejército y policía en esa ‘guerra’ para así militarizar América Latina…
HB: …y también la imposibilidad de Vicente Fox de federalizar México luego de décadas y décadas de centralización del PRI. Y cuando dice en el discurso: “si tenés ganas de hacerte mierda la cabeza con droga, es problema tuyo, yo no soy tu mama”…
MV: …cosa que también deja ver la necesidad de líderes políticos fuertes para hacer frente a un aparato estatal y corporativo cuya inercia es formidable
esa, o cualquier conferencia de prensa del tipo. Son shows, pero shows de un tipo inteligentísimo, no de un animador boludo, shows que dejan ver la cocina del ejercicio del poder, con eufemismos deliberadamente mal disimulados para que el elector-espectador no pueda esconder la mala conciencia.
HB: Bueno, la que abre la película, cuando anuncia la muerte del narco antes de su comunicación oficial. Ahí la película se gasta un cartucho importante. De alguna manera parece que en México, como en todas partes de América Latina, que es una comunidad hermana en el buen y el mal sentido, conviven la biopolítica con la forma medieval del ejercicio del poder.
MV: Dos conceptos muy ligados al cuerpo.
HB: Al cuerpo y a la muerte.
MV: Primitivos desde la concepción iluminista occidental. Es que el cuerpo es, también, muerte, todo aquello que la tecnociencia, el mercado y la virtualidad pretenden erradicar.
HB: Exacto, y la fascinacion horrorosa y seductora del cuerpo sin vida que alimenta el terror moderno de Poe hasta Romero.
MV: Pero hay cuerpos sin vida y cuerpos sin vida, fríos y calientes, les llamaría yo, el rígido y aséptico que se usa como trofeo para la experimentación serial y el sangrante, lleno de colgajos.
HB: Sí, hay cadáveres de todo tipo. ¿Conocés la teoría del valle inquietante? Es un estudio del grado de empatía o rechazo que siente un humano frente a algo más o menos similar a otro humano. La teoría dice que, frente a un robot, un humano va a sentir más empatía mientras más similar sea a un humano, hasta un punto en el que es muy similar a un humano, pero las pequeñas diferencias generan un rechazo intenso hacia el robot. A esa caída (y luego repunte, cuando el robot es indistinguible de otro ser humano) en el grado de empatía, se la llame ‘valle inquietante’. Una hipótesis dice que esa repugnancia repentina tiene como origen las similitudes del robot con un cadáver.
MV: El robot como un humano con rigor mortis. Pienso automáticamente en Inteligencia artificial.
HB: Esa es una película que se mueve todo el tiempo dentro del valle inquietante.
MV: No pienso en la de Spielberg en tanto que fuente de repugnancia, sino de infinita tristeza, pero eso está ligado al punto de vista del hijo o, más bien, de la criatura rechazada, del huérfano absoluto. También pienso que el intendente de El alcalde me cae muy bien porque jamás me permite llegar a la zona del valle inquietante. Lo veo como un ‘diferente’, un ‘singular’ incluso grosero, haciendo la salvedad de que no uso ‘grosero’ peyorativamente porque es una de esas palabras en las que el lenguaje se corporiza, por más brutal que sea.
HB: Así es, y ésa es una línea fina que me hizo acordar a otro documental hermano de este, Mr. Death, de Errol Morris.
MV: Lo vi, lo vi, qué cosa rara me pasa con Morris. Por momentos me fascina, en parte por la elección del objeto, pero también me dejan frío algunas de las suntuosidades retóricas que despliega.
HB: Eso fue ganándole de a poco.
MV: Y vuelvo, a través del lenguaje, a la cuestión de la temperatura, que tiene que ver con la sangre.
El alcalde (México, 2012), de Emiliano Altuna, Diego Osorio y Carlos Rossini, c/ Mauricio Fernández Garza, 81′.
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