Easy Rider (que se estrenó en Argentina como Busco mi destino) reactualizó el género road. Todos los valores norteamericanos asoman a medida que Fonda se interna en el peligroso Profundo Sur: la búsqueda de un centro espiritual que el protagonista descubrirá por la acción pura, sin teorizaciones a priori; el mito -estadounidense hasta el fondo del alma- del self-made-man, señalado en el género road por la falta de guías espirituales calificados («el que sabe» no está); y los personajes son compañeros o enemigos a muerte, sin matices.
El road es un falso bildungsroman: el protagonista emprende solo y con ilusión las pruebas que le darán identidad, y no sabe que está huyendo, interminablemente, de sí mismo. Cree que está dirigiéndose a alguna parte. Las ilusiones del viaje se convierten en ecos de viejos mitos malditos: el holandés errante, la nave de los locos, la secta kalenderi, compuesta de viajeros que no se pueden detener…
Easy Rider no es la iniciadora del género, pero ejemplifica el estado ingenuo del roader en la partida de su viaje. Su contraparte es Crash, de David Cronenberg, rodada en el ’96 (la inversión numérica del ’69, año de la película de Fonda). Aquí la tierra prometida ha sido sustituida por la ruleta rusa del choque, y las motos por autos-cárceles: un road sin paisaje, sin exterioridad, desrealizado sobre una cinta de Moebius.
(De Por dentro todo está permitido: Jorge Barón Biza: Reseñas, retratos y ensayos.)
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